Marrakech, un universo de color y de aromas

Mi reciente visita a Marrakech con motivo del 60 Congreso Internacional de FIJET  (Federación Internacional de Periodistas y Escritores de Turismo), asociación a la que pertenezco, la recordaré siempre con especial cariño pues han coincidido en ella varias circunstancias significativas: ha sido mi primer viaje como miembro de FIJET, mi primera vez en África y el primer país árabe que visito.

A pesar de mi corta edad, de la tradición viajera de mi familia y de haber visitado más de 18 países, afrontaba el viaje a Marrakech con especial interés e ilusión, pues sabía que allí coincidiría con importantes escritores y periodistas de prestigio en el ámbito turístico, profesionales bregados en radiografiar los destinos, con una notable experiencia de la que yo carezco. Conocer y convivir con profesionales tan reputados, algunos de los cuales han recorrido cerca de un centenar de países, y tener la oportunidad de departir con ellos ha sido un acicate y una experiencia muy enriquecedora para mí, y solo espero algún día estar a su altura.

De Marrakech confieso que me impresionó el infinito abanico gustativo y olfativo de sus innumerables y mágicos rincones, llenos de bellos detalles impregnados de una vasta cultura. Me fascinaron sus edificaciones, su Muralla, que protege y fortifica la Medina, centro cultural de la bulliciosa ciudad, sus palacios, sus museos, sus mezquitas… Pero he de reconocer que sucumbí definitivamente al descubrir su centro neurálgico, su corazón: la Plaza Jemaa el Fna y el Zoco que nace de ella. Créanme, es una experiencia única ver cómo personas de distintos países, culturas, religiones e idiomas, se mezclan con los habitantes de Marrakech en perfecta armonía, en una sinfonía de movimiento, color y exotismo, de embriagadores aromas y festín comercial. No recuerdo haber visto nunca tal cantidad de pequeñas tiendas abarrotadas de los más variados, exóticos y pintorescos productos, especias, alimentos y artículos decorativos, allá donde descubrí el arte del regateo y la negociación comercial, y donde el caos se convierte en armonía y organización.

Destacaría también por su especial interés el Jardín Majorelle, su Museo Bereber y el Museo Yves Saint Laurent, visitas obligadas para los amantes de la belleza natural, la cultura bereber y la moda, sin olvidar su rica y variada gastronomía con especial mención al tayin, al cuscús y a la gran variedad de coloridas y aromáticas especias y condimentos, que convierten sus guisos en auténticos manjares y transforman la ciudad y el destino turístico en un universo de colores y aromas.