Viajeros convencionales (el viaje del turista no es lo que ve, sino lo que es)

No existen tipos de viajeros mejores o peores. Y nadie pertenece a uno solo. Pero hay algunos rasgos predominantes que la psicología del marketing turístico está descubriendo. Son algunos “complejos” que el turista convencional trata de compensar en sus viajes puntuales  o de vacaciones. Entre ellos, se pueden destacar los siguientes. 

Complejo de Santo Tomás

El que viaja bajo esta motivación, siente la necesidad de ver y tocar por sí mismo las ensoñaciones que los vistosos folletos de las agencias de viaje prometen mostrar, especialmente, las de lugares exóticos. Esos que cuando se pronuncian ante lo amigos ¡casi ninguno sabe dónde ubicarlos geográficamente!

Complejo de Tarzán

El que siente este complejo, en cambio, tiene la necesidad biológica de oxigenarse. Escapar de la selva urbana en la que vive y reencontrarse con la naturaleza salvaje: selva, islas, fiordos, y playas vírgenes etcétera. Desplegar todo tipo de actividades naturales que puedan desarrollarse en esos lugares. Sensible al deterioro ambiental, este espécimen teme descubrir pronto en alguno de esos parajes un cartel que avise: “Paisaje pintoresco: ¡Últimos días!”.

Es muy probable que su actitud ecologista no sea cien por cien natural. Quizá no sea más que una apariencia para estar en la onda moderna del defensor a ultranza del medio ambiente. Una pose para presumir de ser un amante de la naturaleza. Pero que, en realidad, no sea más que un aficionado al senderismo alrededor de sí mismo o al dolce fare niente de la hamaca, pero capaz de quejarse de que una gaviota o el gallo le han despertado demasiado pronto ese día.  Por lo que no hay que descartar que el que sufre el complejo de Tarzán esté reprimiendo su impulso atávico de pegar un gran grito al estilo de Johnny Weismuller si alguien bota un papel al suelo. Pero su preocupación, aparente o no, sobre la naturaleza ya  es un síntoma positivo de la responsabilidad ética de este turista que proclama ante los demás la protección del medio, frente a la degradación de la naturaleza, un problema que hoy representa la peor cara del turismo.

Complejo de Atila

El que viaja bajo este complejo aspira a contactar con otras gentes y otras culturas, que le ayuden a entender diferentes formas de vida, aunque las prisas del apretado programa le impedirán ir más allá de lo contratado. En este arquetipo hay que reconocer, al menos, sus ansias de saber. Su sed de conocimiento Nada que ver con aquel que afirmaba “La cultura me persigue…Pero yo soy más rápido”.

Complejo de Ombliguista

Lo primero que el ombliguista hace al llegar a la habitación de su hotel es hojear la guía telefónica de la ciudad extranjera en donde se encuentra para comprobar si en él figura alguien con sus apellidos. Si sus raíces se perpetúan alrededor del mundo.

Este viajero se siente bajo el influjo de correr tras su derecho a soñar y  salir al exterior para mostrar su orificio original. Cada vez que viaja a un nuevo destino siempre espera que éste sea más impactante que el anterior. No para su propio disfrute, sino por la vanidad de poder contarlo. Deseoso  de impresionar, puede correr graves riesgos  de disentería u otras enfermedades  visitando una tribu amazónica o africana. O sumergiéndose en el purificador río Ganges. No por su interés humano o antropológico, sino por una pretendida autosuperación  de la que presumir entre sus amistades. Ni viajando se entera el ombliguista de  que él no es el centro del mundo.  Presta demasiada atención a su mundo interior. Esta clase de persona viaja por vanidad. Para poder  presumir del consabido testimonio “Yo estuve allí”. 

Complejo de Casanova

Asimismo, el Casanova responde a ese otro tipo de viajero que siente la necesidad de seducir o, al menos, flirtear con todas y en todos los idiomas que chapurrea.  Galantea a los mejores especímenes del sexo opuesto con mirada casi indiscreta para permitir que le lean el pensamiento. Evoca ese tipo de miradas transparentes con ánimo de unir destinos  y despertar en la otra (o el otro) emociones efímeras o quizás para siempre… A este turista le encanta viajar en grupo para poder desarrollar su pulsión amatoria en una playa de moda, y, a ser posible, nudista. Pues, como diría Woody Allen,“Las ventajas del nudismo saltan a la vista”.

Complejo de reo (o búsqueda de la descompresión)

El estresante estilo de vida que muchas personas padecen ha generado este síndrome. El turista reo, viaja así porque siente la imperiosa necesidad de escapar, cuanto más lejos mejor, de todas las presiones colectivas, profesionales, y sociales. Esta clase de viajero convencional ansía disfrutar de un período de  relax en el que no tenga que hacer más esfuerzo que el de respirar, para conectar con su yo interior, y hacer una revisión mental de su vida. Es decir, viajar para él es como  tomar un purgante para su estrés. Este es, al menos, su propósito, que raramente concuerda con el resultado.

Al regreso recuperará enseguida el estrés que por algunos días dejo atrás, porque sus problemas, por un tiempo ocultos, viajaron siempre junto a él en el fondo de la maleta Lo invertido en el viaje le hubiera resultado más rentable tumbándose en el diván de un psicoanalista. Aunque, eso sí, más caro.

Complejo de Speedy Gonzalez

Este espécimen viaja siempre en grupo y bajo la tutela de un guía que tratará de controlar los tiempos de los que se dispone para visitar varias ciudades o países al ritmo marcado por la agencia, por lo que no hay tiempo que perder. El imperativo es llegar cuanto antes no se sabe muy bien dónde.  El periplo turístico funciona, pues,  bajo el lema: “verlo todo sin ver nada”. Es un estilo más histérico que histórico. Se llega al primer destino, se hace el city tour de rigor y a la mañana siguiente se emprende de nuevo la marcha. Sin tiempo a saborear nada. Ni siquiera el desayuno-buffet, que lo engulle deprisa, abundante  y desaforadamente como si ese día tuviera la certeza de que no va almorzar a mediodía.

No viaja con la ilusión de descubrir un nuevo destino, sino con el propósito de no apartarse del acelerado ritmo impuesto por la agencia: visitar en pocos días muchos lugares (la estrategia comercial del “más por menos”) El que padece este complejo se deja llevar como un bulto de aquí para allá, con la consiguiente carga típica de estrés viajero. Es el peaje que paga por el vértigo con que lo mueven. El turista velocista alcanza un relativo sosiego sólo cuando, al final de la jornada, llega a la habitación de su hotel, aunque, para estar al tanto de lo que ocurre en su país, prenderá rápidamente la televisión. El viajero con el complejo de Speedy Gonzalez puede irse, en suma, de uno o varios países sin haber experimentado nada. Todo un record para sus sentidos. 

Complejo de solitario

Motivaciones muy distintas a las anteriores le llevan a viajar a este  arquetipo. Se trata de  una persona solitaria, inhibida, introvertida, socialmente fóbica, que siente que el hecho de viajar y estar integrado en un grupo colma todas sus expectativas viajeras, con independencia del destino elegido. El anhelo de que alguien le dirija la palabra o le haga  el más banal comentario supone para él el inicio de una nueva amistad. La soledad que le aflige en su ámbito residencial es tan profunda y opresora que el viaje le predispone al solitario a estar más abierto y dirigir la palabra a las personas de las que ahora depende: camareros, empleados del hotel, lustrabotas, guía, o el propio compañero de autobús o avión. Todo el mundo desea que alguien alivie su soledad aunque sea aburriéndole con cosas que no le importan.

Complejo Hedonista

Los turistas calificados así son los que viajan por puro amor al arte de viajar. Sin otra razón que el simple placer de hacerlo. Esto es, viajar por viajar. Cuando no subyace en esta acción ningún otro propósito personal o profesional más que la pura necesidad de evadirse o divertirse haciendo en todo momento lo que le plazca. Este turista puede buscar en esa forma de viaje la diversión que quizá no tiene en su lugar de residencia. Porque sus amistades son aburridas. O porque él mismo carece de ellas. O, porque, aún teniéndolas, no le ofrecen los suficientes estímulos como para disfrutar de sus momentos de ocio. Sin descartar tampoco que se trate de personas atrapadas en pesadas rutinas laborales, familiares o amicales, de las que el viaje, en sí mismo, les proporcione el placer que persiguen coincidente o no con  la posible desconexión  de sus problemas internos. Al turista hedonista, por lo tanto,  no le importa el destino elegido, ni descubrir otras culturas. Sólo el placer de viajar por viajar. ¡Flirtear con las posibilidades que te ofrece la vida!

Complejo de Walter Mitty

Este turista se siente bajo el influjo del  protagonista de la historia que con el mismo nombre escribió el fabulador estadounidense James Grober. Es un hombre tímido y muy soñador. Vive gran parte de su vida en las nubes. Es la típica persona que constantemente “desaparece”  en medio de las conversaciones con un grupo de amigos. Es decir, todo un especialista en soñar despierto.  Al viajar, corre, por lo tanto, tras su derecho a soñar y salirse de su personaje ordinario para huir de sus responsabilidades cotidianas. Viaja para  identificarse, emocionarse, e imaginarse que él es el héroe de esas historias que cuenta su guía turística. O el que le inspiran los monumentos que contempla. O los libros que ha leído. O los filmes que ha visto. En este sentido, le encantan los viajes temáticos. Navegar por el Caribe, por ejemplo, en un recorrido basado en la película Piratas del Caribe o  una ruta inspirada en El señor de los anillos por Nueva Zelanda le permite soñar que él es el protagonista.  Sigue el lema vital del propio personaje de Grober: “Los sueños son para vivirlos”

Complejo de bebé

Este tipo de turista viaja para escapar de una vida completamente normalizada y reglamentada. Parte con deseos de hacer lo que en su cotidianidad le está prohibido: tomar un helado a cualquier hora del día, malgastar dinero, embutirse unas bermudas floreadas  u ocupar el atuendo más estúpido que jamás se pondría en su país por el miedo al ridículo, saltarse las horas de la cena o hacer comidas opíparas que su médico de cabecera no le recomienda por el  riesgo que supone para su alto nivel de colesterol. Durante el viaje vive como una vuelta a su infancia. Con la inconsciencia de un pez, que de lo último que se da cuenta ¡es del agua!

La  irresponsable conducta de este viajero-bebé le permite dejarse llevar por sus impulsos más primarios Esto le libera de  la presión a la que está sometido todos los días en su país y que le condicionan su vida ordinaria: su jefe, su madre, su esposa, su médico, sus amigos o ¡el mismo! Y, sin temor de que ninguno de ellos le reprenda. Y hasta desafía el horóscopo, que aunque lo suele leer a diario con fe religiosa para evitar los peligros que le anuncia, deja de creer en él durante  todo el viaje. El viajero con complejo de bebé concuerda exactamente con el pensamiento del escritor checo R. Maria Rilke cuando asegura que “La verdadera patria del hombre es la infancia”

Complejo de patriotero

El impulso de este turista es el de confirmar sus prejuicios. Esto es, no puede evitar constantemente comparar todo lo que ve, oye, o come en el país que visita, con los paisajes, edificios, monumentos, costumbres, tradiciones o gustos culinarios de su propio país. Para el patriotero estas comparaciones son inevitables.  En sus paralelismos, obviamente, su tierra natal siempre sale ganadora. Ésta se agranda maravillosamente en la distancia. No quiere reconocerse en nada ni en nadie ajenos. No sabe disfrutar de lo nuevo, ni de lo viejo. El gusto por lo diferente requiere imaginación, cualidad de la que carece. Tiene  la codicia mental de permanecer y de pertenecer a un solo lugar. Hasta pareciera que para el viajero patriotero, viajar sólo le sirve para amar más su país natal. Una de sus frases connotativas es: “Yo soy madrileño (o barcelonés, cartagenero, sevillano, o “muy español” de “pura cepa”). Las costumbres y tradiciones de su lugar de origen son siempre un punto de referencia para sus observaciones y comparaciones.

Pero su exacerbado carácter nacionalista le impide ser mínimamente objetivo. Pero lo peor es que con sus comentarios a viva voz, trata de que no sólo los escuchen los demás, sino que le secunden en sus opiniones los compañeros que conforman el grupo con el que viaja. “Esto se parece a la Sagrada Familia de Barcelona (o a la Puerta del Sol de Madrid),  pero lo nuestro es mucho mejor” o “Aquí no tienen ni idea de cómo se hace una paella” son los banales comentarios comparativos que no deja de hacer durante el viaje. En el mejor de los casos, para aliviar nostalgias, sus comparaciones no son tan críticas como melancólicas: “Este lugar me recuerda a…” o “Parece que estoy en la “Plaza Mayor”. O “Esta avenida me recuerda “la Diagonal” o” El Paseo de la Castellana.  Comparaciones o expresiones que connotan un patrioterismo pueblerino, una forma de pereza mental para no aprender a crecer, ni disfrutar de lo diferente.  Ni tratar de comprender otros lugares y sus pobladores.  Este turista patriotero sigue unido a un cordón umbilical con su pueblo.

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Las vidas de los turistas convencionales, por lo general, no cambian ni mejoran a través del viaje. Ni mucho menos solucionan sus problemas o complejos personales. Lo único que se traen de los viajes, aparte de los estereotipados souvenirs,  es una maleta repleta de ropa sucia y  su principal hallazgo es encontrarse de nuevo con su propio espíritu. La historia, las costumbres y las formas de vida  de otros lugares pasan por ellos de puntillas. Especialmente si el viajero convencional posee una personalidad rígida. El viaje sólo puede ser terapéutico si, además de disfrutarlo como pura distracción, evasión, u ocio, uno está dispuesto a despegarse de su rincón mental preferido y lo que observa en otros sitios le sirve para reflexionar, enriquecerse, aprender,  y contrastarlo con las actitudes de  su propia vida. Sólo así sus puntos de vista se ampliarán y sus prejuicios se encogerán. Es el caso de los que viajan buscando respuestas que pueden renovar su vida.   La cuestión no está, pues, a dónde se viaja, sino en para qué se viaja. Goethe lo enjuiciaba así: “El que corre mundo sin perseguir grandes fines estará mucho mejor en casa”

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(Este texto es una parte del libro aún inédito “Guía excéntrica de viajes” del propio autor).
Ilustración de cabecera: Angel Navas
Resto de imágenes: promocionales