¿Cómo te llamas?

Elegir el nombre más adecuado para nuestros hijos puede asegurar su bienestar emocional, social y físico. Algunos nombres poseen magia: te hacen viajar en la Historia, te evocan sueños olvidados o los asocias a personajes míticos del cine o la literatura. Otros, por su rareza, te obligan a preguntar a su portador por el origen de su gracia


El nombre es uno de los elementos más importantes de la identidad de las personas. Es la forma que cada uno tiene para identificarse en las relaciones humanas. En muchos casos, los hijos reciben el nombre por tradición familiar. En otros, simplemente porque les gusta a los padres. O porque  parecen eufónicos. O están de moda (Sandra, Zaida, Ingrid, Iván,  Marco, Jonathan). Aunque existen otras motivaciones conscientes o inconscientes. Cada nombre tiene una asociación cultural inconsciente que proyecta imágenes en los demás, lo que puede influir positiva o negativamente en la personalidad de su portador. La gente reacciona al nombre de la forma que éste sugiere o en la percepción social del mismo. La joven que aparece en la fotografía superior se llama Sabrina ¿a quién, especialmente cinéfila, no le evocará a la protagonista de la emblemática comedia que protagonizó Audrey Hepburn?

Por lo tanto, los padres no deberían registrar a sus hijos con cualquier nombre sin antes considerar todas las implicaciones que éste comporta. Pero sí, si son producto de una intensa reflexión por razones (emocionales, familiares, históricas, etc.) que los demás ignoran…Un papa se puede llamar León (XI, XII), ¿Pero a un niño no? Recientemente, surgió una polémica en España porque un juez (o funcionario) del Registro Civil impidió que unos padres le impusieran a su hijo el nombre de “Lobo” porque podía resultar ofensivo. Su argumento lo basó en un prejuicio atávico negativo (como se sabe, un prejuicio es la percepción que se tiene de algo que en el fondo se desconoce). ¿Tendría que cambiar su nombre el famoso escritor portugués Lobo Antunes? ¿O Jack London, el nombre del protagonista (Lobo Larsen) de una de sus más famosas novelas? ¿O quizá al juez le parecen menos ofensivos los nombres de Bárbara, Judas, Dolores o Angustias? Afortunadamente, el funcionario atendió la apelación de los padres y se impuso al niño el nombre que los progenitores querían. De cualquier modo, los padres le hubieran llamado al hijo Lobo lo quisiera o no el juez.

Hay, evidentemente, otros casos que sí pueden resultar reprobables para algunos. En un reciente filme francés (Le prènom) se suscita, entre tres parejas que están cenando, una discusión –al estilo que Yasmina Reza nos tiene acostumbrados en sus obras Art y Un dios salvaje—en torno a la elección del nombre que uno de los presentes asignará a su futuro hijo: Adolf. A ninguno de los participantes de la reunión se le escapan las connotaciones nacionalsocialistas que comporta tal nombre y se lo reprochan sarcásticamente al futuro padre. Probablemente, los padres que seleccionan nombres de famosos personajes históricos como Julio César, Napoleón o Maximiliano, tienen inconscientes sueños de grandeza que esperan ver realizados en sus hijos…

¿Qué influencia puede tener el nombre en la vida de una persona?

Entre otras cosas, el nombre  puede suponer para una persona la diferencia entre el éxito o el fracaso en muchos ámbitos de su existencia; entre la aceptación social o el rechazo, o un hándicap en su vida emocional o sexual. Los nombres son algo más que una etiqueta identificativa. Muchas veces están asociados a significados ocultos u hostiles o también a tácitas armonías (Paz o Libertad) que ayudarán o dificultarán a los hijos en sus relaciones. Algunos nombres, al escucharlos, despiertan una respuesta positiva.

Pero, otros, en cambio, tienden a asociarse a cualidades negativas (Atila, Primitivo…), lo que puede derivar, en algunos casos extremos, incluso en conflictos emocionales para el propio portador. La primera autoridad que llamó la atención de la comunidad psiquiátrica sobre la posibilidad de una relación entre un nombre y los problemas de personalidad fue el psicólogo alemán E. Kraepelin: “Los nombres de las personas pueden influir en lo que éstas piensan de sí mismas y en lo que los demás pueden pensar de ellas”

El ego empieza a desarrollarse durante los primeros dos años de vida, cuando el niño empieza a etiquetarlo todo (incluido él mismo). De este modo, nombre e identidad se entrelazan inexorablemente y el niño empieza a desarrollar una determinada conducta. Tiende a identificar su nombre con la debilidad o la fuerza (Amparo o Espartaco). Y, otros, con nombres apacibles como Bienvenido o Isabella, por ejemplo, propenderán a adoptar una personalidad blanda o suave. Y otras gracias, como Agapito o Nicanor, suscitarán constantes bromas o burlas por sus conocidos pareados (obvio es comentar el de Abundio: (en España: “Eres más tonto que Abundio”) O intriga, curiosidad o rareza el llamado Exiquio. 

La importancia de llamarse Ernesto… ¡ o Sigfrido!

Sin embargo, hay nombres que, por sí mismos, inspiran o connotan fuerte personalidad. Es el caso, por ejemplo, de los mitológicos Sigfrido o Virgilio, que no necesitan de su apellido para ser identificados  entre sus relaciones sociales. El psicólogo A.D. Clifford lo constata: “Se puede apreciar la importancia que los nombres tienen por el  hecho de que algunas personas son conocidas únicamente por su nombre”. Aunque también pueda suponer para quienes ostentan tan míticos nombres un inconveniente al transmitirles una presión por parecerse a héroes tan admirados.

Los hijos pueden pasarlo mal al asignárseles un nombre perjudicial. Nunca les es indiferente llevar un nombre que les provoca problemas. Esos que son extraños, ambiguos, ridículos, híbridos, impronunciables (que obligan a deletrearlo cada vez que se presentan), polémicos por su origen, o incluso inventados (como el basado en los pronombres “yo”, tú”, “él”: Yotuel)  Cuando a un niño se le asigna un nombre -dice el Dr. Robert C.Nicolay– que es motivo de mofa (como Adonis o Precioso, especialmente si no le hace justicia), connota esnobismo (como Procopio), provoca rechazo (Caín) o confusión de identidad sexual (como Amor o Marian, que no definen sus géneros, pues pueden usarse tanto para hombres como para mujeres, el niño o adolescente se pone a la defensiva y probablemente tenga que luchar a menudo en su vida contra la decisión que sus padres tomaron sin considerar las consecuencias.

¿Un tatuaje para toda la vida?

Según la investigadora Aurora Camacho, un nombre inapropiado “perjudica la proyección de la personalidad y contribuye al daño moral en la persona frecuentemente instada a explicar su nombre y ofrecer toda una disertación de cómo se escribe, de dónde lo sacaron y quién lo inventó”. Y prolongar estas situaciones incómodas con más y más preguntas: ¿Qué significa tu nombre? ¿Te gusta a ti realmente? Elegir un nombre es como hacerle un tatuaje a alguien para toda la vida.  En cambio, la elección de nombres más usuales como Antonio, José, Juan, Francisco, María, Florencia, Isabel, o Paula, casi siempre indica que se trata de padres muy dispuestos a respetar la libertad de sus hijos para que éstos desarrollen su verdadera personalidad sin interferencias. En cualquier caso, harían bien los padres en analizar con profundidad y hasta consultar, si fuera preciso, a un especialista, acerca de la etimología y el significado del  nombre que desean asignar a sus hijos, en aras de proteger su futura estabilidad emocional y preservar mejor su armonía en las relaciones sociales.

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