¿Existe el “fallo técnico?

El pasado mes de marzo, Boeing tuvo que dejar en tierra su modelo de avión más popular hasta la fecha después de que, en menos de seis meses, dos sus aeronaves 737 Max sufrieran sendos accidentes mortales.

(Análisis inspirado en el tratado de “excusas” publicado por el autor)


Cuando, por desgracia, ocurren  sucesos como los acaecidos este año con los Boeing 737 se habla siempre de “fallos técnicos” Y para afianzar esta teoría, los portavoces de las empresas propietarias de los aparatos siniestrados, los políticos, los técnicos, etcétera, se apresuran a hacer declaraciones del tipo: “La nave había pasado todas las inspecciones”, “Tenía todos los papeles en regla”, “Desde su última revisión no se había detectado ninguna irregularidad”.Las compañías de los aviones estrellados, aseguran que las aeronaves siniestradas “mantenía los estándares de seguridad operacional de nivel internacional” y que la compañía tenía “todos los seguros en regla” Con ellas, quieren dar a entender que se trata de un “accidente” inevitable y que las causas no son achacables al factor humano.

Sin embargo, al margen de las conclusiones que se dan a conocer en los informes oficiales respecto a los motivos de este tipo de siniestros, conviene hacer una serie de consideraciones en torno al frecuente abuso de recurrir al concepto defallo técnico” para justificar los accidentes en los que interviene una máquina. El “fallo técnico” es una exculpación humana falaz.

Todos los errores, en este sentido, son humanos. El “fallo técnico” no existe. Un avión o un automóvil, por ejemplo, desempeñan únicamente la función para la que fueron creados. Si su motor falla, es: porque está mal diseñado; porque ha sido sometido a un uso inadecuado; porque se construyó para una menor duración; o porque no fue revisado en forma adecuada. Por tanto, la responsabilidad será del que maneja el aparato, del mecánico de mantenimiento, del que fabricó sus piezas, o del ingeniero que lo diseñó. Pero nunca del propio motor. Ninguna máquina posee la capacidad de acertar o fallar, a menos que confundamos nuestra propia negligencia con la dudosa habilidad de pensar de la materia inanimada. De ninguna máquina puede esperarse que dure más de lo que estaba previsto. O que, por alguna razón, sufra un desgaste mayor de lo esperado antes de cumplir su período de vigencia.

Una vez reconocido este principio fundamental, habrá que convenir, que tarde o temprano, cuando un motor se avería “sin previo aviso” y lo achacamos a un “fallo técnico o mecánico” es porque a menudo olvidamos que todo aparato fue creado por sus diseñadores para una actividad concreta y un período determinado de vida, o que tales circunstancias fueron modificadas por otros factores que deben ser previstos. Si esta falta de previsión  existe, en cualquier momento, se puede cumplir la profecía de Poulsen: “Si se usa cualquier cosa hasta su máxima capacidad, al final se rompe”. El ser humano es una criatura condenada a vivir entre riesgos y posibilidades, pero de él es también la responsabilidad de que tales riesgos sean minimizados al máximo.

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