La zona occidental de la Cordillera Cantábrica ofrece bosques mágicos, valles infinitos y una fauna sorprendente
No se trata de una moda, aunque algo de eso también tenga, es más bien un nuevo enfoque del turismo de naturaleza que propone descubrir la infinita belleza de muchos lugares de Asturias y, además, uno de sus tesoros más cuidados: el oso pardo que señorea por sus valles y riscos. Una modalidad que atrae a unos 20.000 visitantes cada año, genera 20 millones de ingresos y da empleo a más de 350 personas.
La relación de Asturias con el oso viene de antiguo. No hay más que recordar la célebre historia del oso que mató a Favila, hijo de Don Pelayo y uno de los primeros reyes cristianos de España, cuando la capital era Cangas de Onís (739). No se sabe bien dónde se produjo el hecho, pero un relieve en el monasterio de San Pedro de Villanueva refleja la despedida de Favila y su mujer Foiluba al salir a la partida de caza.
Desde entonces han pasado casi 13 siglos y el oso sigue ahí, en la Cordillera Cantábrica, especialmente en la que corresponde a Asturias y parece encontrase muy a gusto. Como otros animales salvajes de la Península Ibérica, como el lince ibérico, el quebrantahuesos o el águila imperial, tuvo su momento crítico hace algunos años, en el siglo XX, cuando la población estuvo a punto de extinguirse. En 1989 solo se tenían localizadas seis osas con sus crías. Hoy la población de osos en la Cordillera Cantábrica se estima en unos 300, la mayor parte en Asturias, a los que hay que añadir medio centenar en los Pirineos, la mayoría implantados de Eslovenia, pero aún así se sigue considerando en peligro de extinción y hay que cuidarlos. Son muy pocos si se comparan con los 36.000 osos que se calcula hay en Rusia, o los más de 7.000 de Rumanía.
A eso contribuye, por ejemplo la Fundación Oso Pardo FOP que ahora cumple 30 años cuyos objetivos son la conservación y restauración de hábitats de elevado interés para la especie, el seguimiento de la población osera, la investigación aplicada a la conservación, la lucha contra el furtivismo, la educación ambiental y la prevención de conflictos entre humanos y osos. A otro nivel trabaja igualmente la ONG The European Nature Trust (TENT) cuyo objetivo es la protección y restauración de áreas silvestres de Europa y con programas en Reino Unido, Rumania, Portugal, Italia, Belice y España.
Como se indica en su web y gusta repetir su fundador Paul Lister, “España ha conservado con orgullo gran parte de su vida salvaje. Dado que gran parte de la megafauna europea se ha perdido, especies emblemáticas, como el oso pardo, aún deambulan por los valles de la cordillera Cantábrica; el lobo ibérico y el lince aún acechan en los paisajes abrasados ??por el sol de la Dehesa y la Sierra de Asturias. Para el futuro de la biodiversidad europea, estas especies, y todos los agentes que forman el ecosistema ibérico, deben prosperar. Nuestra visión compartida es la de una Iberia más salvaje, donde los humanos coexisten con poblaciones de vida silvestre prósperas.”
Buscar el momento para verlos
Pero esa coexistencia debe hacerse con prudencia, por eso el avistamiento de osos se hace siempre a distancia y con el apoyo de profesionales que, además, ayudarán a localizarlos y, siempre que sea posible, verlos en libertad con ayuda de prismáticos, telescopios de tierra, catalejos… y suerte. Hay que tener buena vista, mucha paciencia y confiar en los guías especializados que conocen bien los momentos y las zonas donde suelen encontrarse. “Las mejores horas son por la mañana temprano o al atardecer -indica Luis Frechilla de Wild Spain Travel– especialmente en primavera, antes de que aumente el calor. Curiosamente las hembras con sus crías y los machos suelen estar en lugares diferentes; las hembras buscan alimento fácil y proximidad al refugio y se mueven en áreas relativamente reducidas, los machos tiene más horizonte y, además del alimento, les influye la proximidad a las hembras. Machos, hembras y crías son bastante exquisitos en la búsqueda de alimentos: brotes jóvenes, hojas tiernas, bayas, frutos carnosos… lo que les obliga a dedicar mucho tiempo a la alimentación sobre todo en calveros, piornales, pastizales y en los estrechos y empinados canales de los roquedos calizos. Pero su mayor placer son las cerezas (muchas veces cerca de poblaciones) y, sobre todo, los arándanos de los que llegan a consumir varios miles cada día.”
También durante el verano, los osos comen insectos, saqueando colmenas –la miel es su principal tentación– y hormigueros, y aprovechan los restos del ganado despeñado o muerto por enfermedad. Es una práctica habitual que los paisanos entierren o cubran con grandes piedras el ganado muerto para evitar el contagio de enfermedades. El oso termina por detectar los cadáveres con su olfato prodigioso —incluso meses después de la muerte—, los desentierra y consume los restos, realizando un trabajo inasequible a ningún otro carroñero cantábrico.
Las cosas se complican al llegar el otoño y acercase el momento de la hibernación. Es entonces cuando las hembras deben consumir el máximo de comida, pues el éxito reproductor depende de la disponibilidad y la calidad del alimento otoñal. El número de oseznos que nazcan en invierno y quizás su supervivencia posterior dependerán de la cantidad de grasa que haya logrado acumular la futura madre durante el otoño. En la cordillera Cantábrica, el alimento más importante está formado por las bellotas de roble, seguidas de los hayucos, las avellanas y las castañas, amén de otros frutos carnosos, como zarzamoras, serbales y madroños.
El misterio de la hibernación
“Los osos son animales promiscuos -explica Víctor Trabau, un veterano y experto guía a pesar de contar solo 30 años, que dirige su empresa Trabau Ecoturismo y que en sus pocos ratos libres ejerce como tixileiro, elaborando cuencos a base de hacha y torno con madera autóctona asturiana-. El vínculo de pareja dura unos días, y los machos no colaboran en la cría. El celo tiene lugar en primavera y principios de verano, los partos se producen en enero en la osera, y los oseznos permanecen con su madre unos 16 ó 18 meses, por lo que las hembras, en el mejor de los casos, paren cada dos años. Ese es uno de los problemas que ha contribuido al peligro de extinción. En los meses de primavera, los osos cortejan a las hembras con paciencia y tesón y no siempre son bien recibidos. Mordiscos, manotazos o, simplemente, sentándose en el suelo es la forma habitual de rechazo.”
“En la estación de celo –continúa Trabau– los machos realizan largos desplazamientos para buscar hembras. Las osas también son promiscuas y copulan con el mayor número posible de machos, al parecer como un mecanismo para evitar el futuro infanticidio de sus crías ya que con frecuencia el oso macho mata a las crías que no son suyas para que la hembra vuelva a estar en celo, otro de los problemas para el crecimiento de la especie.” Incluso hay algún estudio reciente que dice que ellas no solo son capaces de saber quién es el padre real, sino incluso de elegirlo entre varios machos con los que hayan copulado. “Cuando la hembra es fecundada no comienza la gestación ya que el óvulo fecundado flota libremente en el útero y no se implanta hasta el otoño. Solo entonces comienza la verdadera gestación, que dura unos dos meses. En plena hibernación y en la seguridad de la osera, la hembra pare de una a tres crías, con frecuencia de distintos padres.”
La hibernación del oso es uno de los aspectos que más llama la atención y aunque no es el único animal que lo hace –también ranas, abejorros, erizos, murciélagos, marmotas y algunas serpientes– es el de mayor tamaño y el que aprovecha ese período para aumentar la familia. En ese tiempo desciende su ritmo cardiaco desde 40 ó 50 hasta unas 10 pulsaciones por minuto; además, el ritmo respiratorio baja a la mitad, y la temperatura se reduce en 4 ó 5 grados. El oso deja de comer, beber, defecar y orinar y mantiene las constantes funcionales gracias a la energía proporcionada por las reservas grasas acumuladas durante el otoño, de las que consume una media diaria de 4.000 calorías. Por otra parte, los huesos de los mamíferos se vuelven finos y frágiles durante la inactividad; los osos lo evitan reciclando y filtrando el calcio y manteniendo relativamente constante su nivel en la sangre durante la hibernación. Durante el reposo invernal se producen los partos, y las osas se despiertan para lamer, alimentar, acicalar y desparasitar a sus crías.
Los oseznos nacen en enero, en el interior de la cueva donde la osa preñada se encerró para hibernar. Al nacer pesan apenas 350-400 gramos (lo que un buen chuletón), son ciegos, casi sin pelo e incapaces de termorregularse. Abren los ojos al mes de edad y caminan antes de cumplir los dos meses. La familia sale del cubil en abril o mayo. Los primeros días permanecen en la boca de la osera, asomándose apenas. Pronto se aventuran al exterior. La osa, sentada o recostada, observa a sus oseznos jugar, y si se alejan unos metros no tarda en ir a buscarlos. Durante este periodo existe mucho contacto físico entre ellos. Después de unos días en el entorno de la osera, abandonan los alrededores de la cueva para comenzar a alimentarse en otros lugares. Las crías pasan algo más de año y medio con su madre y luego se independizan. Las hembras suelen quedarse en el mismo territorio, mientras los machos buscan nuevos paisajes.
Una naturaleza intacta
Aunque al avistamiento de osos en libertad no es tarea fácil y cuando se tiene suerte hay que hacerlo a una distancia entre 500 y 2.000 metros apreciando unas pequeñas motitas que se mueven entre roquedos y bosques, en la excursión se pueden apreciar otros animales como el gato montés, venados y rebecos, el esquivo urogallo, el águila real y el quebrantahuesos, y con suerte algún lobo o zorro. Por supuesto, no faltan las razas domésticas autóctonas como el caballo asturcón o la vaca carreñana, vigilados de cerca por los pacientes vaqueiros. Pero tal vez lo mejor de esta visita a Asturias sea el escenario en que todos esos animales caminan –o vuelan porque aquí se encuentran también 142 especies de mariposas, dos tercios del total que hay en España–.
Un tercio de la extensión de Asturias son áreas protegidas y buena parte de ellas la ocupan sus cinco Parques Naturales. El de Somiedo es el más antiguo de Asturias y Reserva de la Biosfera, recibe el subtítulo de “Territorio del oso pardo” y, en efecto, en él se concentra la mayor densidad de estos plantígrados. Pero hay mucho más. En su extenso territorio de unos 300 kilómetros cuadrados que comienza a apenas 200 metros de altura pero llega a cumbres de más de 2.200, punteados por lagos de aguas oscuras que guardan historias milenarias, se combinan pastos, matorrales, bosques de encinas, robles, acebos, quejigos, rebollos, abedules y hayas. Todo parece un dominio de la naturaleza solo alterado ligeramente por la presencia salpicada de las hoy casi abandonadas brañas y los dispersos teitos, las construcciones de madera o piedra con techado de hiniesta o escoba negra y paja donde los vaqueiros guardaban el heno y se refugiaban mientras los animales pastaban la fresca hierba. Las brañas de Pornacal y Mumián constituyen los conjuntos etnográficos más importantes pero por desgracia no reciben la atención necesaria para ser conservadas. En el cercano Museo Etnográfico de Somiedo se puede descubrir cómo es la vida de las gentes de la montaña, sus peculiar arquitectura, sus relaciones con el medio, su economía y sus objetos de la vida diaria.
El mayor robledal de Europa
Dentro del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, se encuentra el majestuoso bosque de Muniellos, considerado por muchos como el más importante robledal de Europa que se extiende por las escarpadas sierras de Rañadoiro y Valdebois en Cangas del Narcea. El acceso a la Reserva Natural Integral de Muniellos está restringido a 20 personas al día, y para poder visitarla es necesaria una autorización previa que se puede empezar a solicitar desde el 15 de diciembre para todo el año siguiente (más información en www.asturias.org). Por supuesto, destacan los robles, pero también hay hayas, abedules, acebos, tejos, avellanos, arces y fresnos que crecen sobre una tupida alfombra de helechos, mientras los musgos y líquenes tapizan sus troncos con las llamadas “barbas de capuchino”. El ejemplar más notable es el Roblón de Fonculebrera, un árbol centenario de más de siete metros de diámetro. En el Centro de Visitantes en Tablizas, a la entrada del Parque, se puede conseguir amplia información y guía de las distintas rutas que se pueden hacer.
Muniellos es bello en cualquier época del año, pero tal vez su mejor momento sea en otoño cuando sus centenarios robles visten sus mejores galas. Hay que pasear por él escuchando el silencio solo roto por el agua canturreando en los regatos, un verde lujurioso a fuerza de lluvia y un aroma a tierra húmeda que lo inunda todo. Como en toda la zona abundan animales emblemáticos como el oso pardo, el esquivo urogallo y el lobo, aunque los animales más famosos de Muniellos son las truchas de sus ríos, que en su día recibieron la visita de un ferviente pescador llamado Hemingway.
Una de las rutas más espectaculares que se pueden hacer por Muniellos es la que lleva a cuatro hermosas lagunas glaciares de alta montaña, llamadas La Isla, La Honda, La Grande y La Peña, situadas por encima de los 1400 metros de altitud y en cuyas aguas se reflejan todas las tonalidades del bosque. Se trata de un itinerario circular duro, por su longitud y por lo irregular del terreno, al que hay que dedicar algo más de siete horas, pero el esfuerzo merece la pena.
Queda mucho por ver en los más de 567 km2 del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias reconocido por la UNESCO como Reserva de la Biosfera e integrada en la Red Natura 2000. Bosques sorprendentes y paisajes rurales que se muestran de manera diferente en cada estación del año. Pero aunque la naturaleza lo domina todo, también es posible encontrar espacios con presencia humana con testimonios del neolítico y de la época castreña y romana. Los dólmenes de Pradías y Chao Leda fusionan historia, cultura y arte con el inigualable entorno de parajes como Muniellos o los Ancares. En Ibias sobresale la arquitectura popular de hórreos y pallozas, buena parte de los cuales mantienen techumbres vegetales.
Aunque la bebida reina es, por supuesto, la sidra –muy recomendable probar la sangría de sidra bien fría– en la comarca de Fuentes del Narcea hay unas buenas condiciones climatológicas que han permitido el cultivo de la vid. El Vino de Cangas, una seña de identidad de Asturias además de un elemento diferenciador de la comarca, fue impulsado hace varios siglos por los monjes benedictinos del Monasterio de San Juan Bautista de Corias, original del siglo XII, hoy convertido en Parador Nacional.
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