Dejarse llevar por los caminos que siguieron las pintores impresionistas es garantía de descubrir ciudades luminosas, paisajes coloristas, pueblos llenos de vida. Las pinturas de Corot, Géricault, Courbet, Monet, Degas o Turner nos hablan de estos ambientes, y presenciarlos en vivo, al tiempo que se aprecian sus obras en los museos, es una experiencia única. Si a ello se une el placer de recorrer estos lugares mientras se navega por el mítico Sena, entre París, donde se encuentran muchas de sus obras maestras, y Normandía, el viaje resulta excepcional.
Esta es la propuesta de la compañía Croisi Europe (www.croisieurope.es) líder mundial en cruceros fluviales, y que además se ofrece a precios imbatibles a partir de 810 euros todo incluido. En los últimos tiempos, los cruceros están seduciendo a un creciente número de viajeros españoles, y es el único segmento de turismo que sigue aumentando de año en año. Los viajes por mar tienen muchos atractivos, pero pueden pecar de cierta monotonía y de la masificación que exigen los grandes barcos. Lo que ahora se está imponiendo son los cruceros fluviales, especialmente aquellos que recorren los grandes ríos europeos, como es el caso del Sena.
Sus ventajas son bastante evidentes. Un crucero fluvial es el más cómodo y despreocupado medio de conocer otros países, otras formas de vivir. El hecho de recorrer Europa admirando ricas culturas, que se fueron originando al calor de las cuencas de sus ríos, es una experiencia tan atractiva como inolvidable. A bordo todo son facilidades. Se trata de unas verdaderas vacaciones a su aire deleitándose con el paisaje cambiante de las orillas –viñedos, abadías, castillos, pueblitos– y el propio tráfico del río, charlando con los amigos y descansando.
En un crucero hay que olvidarse de hacer maletas después de cada etapa. Los camarotes y el propio barco ofrecen todas las comodidades posibles; todas las que permiten las dimensiones limitadas de estos cruceros de río, que no deben compararse con los súper cruceros de mar, tanto por su capacidad como por las instalaciones a veces tan ilimitadas como los mares que surcan.
Por el contrario tienen atractivos importantes: visitas a pie (ya que los muelles están en el corazón de las ciudades), atmósfera más familiar, sin llegar a 200 pasajeros en el barco, lo que permite mejor comunicación y convivencia con el resto del pasaje, la práctica imposibilidad de marearse dada la estabilidad de los cauces fluviales regulados por esclusas, etc. Y cuando la travesía resulte algo tediosa o los elementos atmosféricos no acompañen, nada mejor que un buen libro, una buena música o una copa para relajarse y disfrutar del tiempo libre.
Caminos del arte
La travesía en busca de los lugares del arte impresionista parte de París, en el muelle de Grenelle al pie de la Torre Eiffel, a unos cientos de metros del Museo de Orsay donde se encuentran las grandes obras de los maestros de final del siglo XIX y principios del XX, y el primer impacto de navegación es recorrer el céntrico Sena cruzando sus bellos puentes, mientras se descubren algunos de los tesoros iluminados de la “Ciudad Luz”: la torre Eiffel, le Grand Palais, L´Orangerie, el Louvre, la catedral Notre Dame… El río ha sido motivo de inspiración para numerosos pintores como William Turner, Camille Corot, Claude Monet y otros que han plasmado en sus lienzos la elegancia y belleza de este hermoso río atravesado por impresionantes puentes. Más adelante, mientras se navega hacia la costa normanda atravesando esclusas, esperan ciudades como Les Andelys, Rouen, Honfleur, Caudebec-en-Caux y Vernon. Además de su propio interés, desde algunas de ellas pueden hacerse excursiones a otros lugares del interior con gran encanto.
Es el caso, por ejemplo, de Giverny, un pueblo encantador, donde Claude Monet se instaló con su compañera Alice Hoschedé y sus ocho hijos en una casa con un huerto en el que cultivó sus dos pasiones: la pintura y la botánica. Durante 43 años, en los que desarrolló la parte esencial de su obra, permaneció en su refugio y su maravilloso jardín eternamente florido desde el inicio de la primavera hasta el fin de octubre, que sería el escenario de muchas de sus obras más trascendentes, como “Los Nenúfares” o “El estanque de las ninfas y el puente japonés”. “Me tomó mucho tiempo entender mis nenúfares –decía–. Los cultivé sin pensar en pintarlos… Un paisaje no te embarga en un día… Y entonces, de repente, tuve la revelación de los encantos de mi estanque. Tomé mi paleta. Desde entonces, apenas he tenido otro modelo.” El maestro impresionista vivió en Giverny desde 1883 hasta su muerte en 1926. Su casa se conserva como cuando vivió en ella, con muchas de sus obras adornándolas, aunque son reproducciones, y su espectacular comedor en tonos amarillos. Tanto él como muchos de sus familiares están enterrados en el cementerio local. Su llegada transformó el lugar en un punto de referencia para los artistas de la escuela impresionista: Cézanne, Renoir, Sisley, Pissarro, Matisse y John Singer Sargent lo visitaron, como también el político y periodista que llegó a Primer Ministro, Georges Clemenceau, amigo de Monet.
Entre Monet y Juana de Arco
También Monet es uno de los protagonistas de la siguiente escala en Rouen, aunque antes ha habido tiempo de visitar en Les Andelys, el precioso castillo de Martainville, construido en 1485, que se conserva en perfecto estado y alberga el interesante Museo de las Tradiciones y Artes Normandas. También de recorrer Caudebec-en-Caux y la ruta de las Abadías con espléndidos edificios que dan testimonio de la riqueza espiritual medieval de la región. Ya sean románicas, clásicas o góticas, las abadías de Normandía constituyen un patrimonio arquitectónico excepcional, como la espléndida abadía de Jumièges y sus altas torres blancas, que Víctor Hugo definirá como «la ruina más hermosa de Francia» o la abadía de Saint-Wandrille, donde aún vive una comunidad de monjes benedictinos. Y en el camino hay pequeños pueblos como La Roche-Guyon o los paisajes del Pays de Caux entre rosas y alabastro, también espacios «gourmande» como el Pays d´Auge con deliciosos quesos y vinos.
En Rouen, Monet debe competir nada menos que con Juana de Arco, condenada y quemada en la hoguera en 1431, en la Plaza del Viejo Mercado de la ciudad y con la huella de otros personajes ilustres que la habitaron, como Gustave Flaubert, Pierre Corneille o Guillermo el Conquistador, que han contribuido a dar fama a esta ciudad que ofrece un conjunto singular de monumentos civiles y religiosos que van desde la Edad Media hasta nuestros días. La catedral, en la que está la tumba de Ricardo Corazón de León, el Gros-Horloge o la vanguardista iglesia de Sainte Jeanne d’Arc combinan armoniosamente tradición y modernidad. Verdadera ciudad museo, Rouen no deja indiferente con sus hermosas casas con paredes de entramados de madera, sus callejuelas y sus iglesias góticas. Las piedras blanquecinas de la catedral, las de las obras maestras arquitectónicas del gótico, del Renacimiento, de los palacetes particulares de la época clásica… y también las fachadas pintorescas de las casas que perduran con el tiempo. Rouen es conocida como la “Ciudad de los 100 campanarios”, entre sus joyas de arquitectura sacra destaca la catedral de Notre-Dame que inspiró a Monet su serie de Catedrales.
Calificada como “El clímax del impresionismo” la serie de 31 lienzos de la catedral de Rouen llevada a cabo por Claude Monet entre 1892 y 1894 muestra la fachada de la catedral gótica de Rouen bajo distintas condiciones de luz y clima. La representación de un mismo motivo pictórico en distintos momentos para observar los cambios causados por la luz natural no era nueva para Monet, que ya entre 1890 y 1891 había llevado a cabo una serie de 15 lienzos representando unos almiares (montones de paja de trigo) en las afueras de Giverny. Pero con las Catedrales Monet va más allá: el auténtico objeto no es ya el modelo arquitectónico, al que Monet en cierto sentido «desprecia» al representarlo desde un punto de vista cercano en exceso, sino una excusa, para mostrar al auténtico protagonista de la composición: la capacidad de la pintura de representar la cualidad dinámica de la luz y el ambiente, que es capaz de dar vida a algo tan pétreo e inanimado como la imponente fachada de la catedral gótica.
Rouen es la ciudad con las luces naturales más enigmáticas del globo. Las variaciones gris perla de los cielos transparentes, los anaranjados fulgurantes de los crepúsculos, la irreal fragilidad de las horas de altas mareas, la ínfima vibración del aire azul de los días de invierno o la fuerza gallarda del sol de verano… sólo se encuentran en Rouen.
Varias de las obras de Monet se muestran en el Museo de Bellas Artes de Rouen, que reúne, además, una de las más prestigiosas colecciones de Francia y es la primera colección impresionista de Francia después del museo de Orsay de París. Pinturas, esculturas, dibujos y objetos de arte de todas las escuelas desde el siglo XV hasta nuestros días están reunidas en un recorrido cronológico. El Siglo XIX es la otra cumbre de la colección del museo por su abundancia, la amplitud de los movimientos artísticos representados y el número de obras de referencia de los más famosos maestros: Ingres, Monet, Géricault, Delacroix…
En la costa atlántica
De regreso al barco, es tiempo de disfrutar de la deliciosa gastronomía que se sirve a bordo. Inspirada, claro está, en la cocina francesa, pero con toques internacionales y concesiones al diseño, es una de las mejores que pueden disfrutarse sobre el agua. Servida en la mesa y regada con buenos vinos regionales franceses o refrescantes cervezas –las bebidas en el comedor o en el bar están incluidas durante todo el crucero–, supone un placer adicional a la travesía, mientras entre plato y plato se disfrutan de los paisajes y monumentos que transcurren en las orillas del gran río.
El Sena, después de vivificar Normandía, comienza su despedida en Honfleur. Este pueblo marítimo invita al descubrimiento de sus callejuelas pintorescas y sus casas antiguas. Poco afectada por el paso del tiempo, Honfleur ha sabido conservar las huellas de su rico pasado histórico convirtiéndose en una de las ciudades más visitadas de Francia. La fama internacional de Honfleur se debe, en parte, a la autenticidad y al encanto de sus calles pavimentadas, de sus paredes de entramados, sus tiendas, sus hoteles con encanto y sus restaurantes típicos, pero también a la diversidad de sus monumentos y a la riqueza de su patrimonio cultural y artístico. Y sobre todo a su encantador puerto, el Vieux-Bassin, en el centro de la ciudad, y a las casas estrechas y altas que lo rodean.
Visitas imprescindibles, todas a un paso porque la ciudad es pequeña, son la Lieutenance y la puerta de Caen, vestigios de las fortificaciones en el propio puerto, la iglesia Sainte Catherine, que es la más grande de Francia construida totalmente en madera, la iglesia Saint-Étienne convertida en museo del Viejo Honfleur en la que se puede descubrir la apasionante historia de exploradores como Roberval, que descubrió Canadá en 1541 o el Marqués de la Roche (1596), la capilla Notre-Dame-de-Grâce fue también testigo de las primeras exploraciones que marcaron los principios de la colonización de Canadá o los antiguos Graneros de Sal, espaciosos edificios de piedra del siglo XVII, que permitían almacenar 10.000 toneladas de sal. Actualmente, estos edificios prestigiosos acogen exposiciones, conciertos y conferencias.
Ciudad de pintores y del impresionismo, Honfleur tiene además ese alma que la hace irresistible. Sobre el estuario del río Sena, las luces cambiantes de su cielo inspiraron a Courbet, Monet, Boudin y demás artistas. Y lo sigue haciendo hoy en día: varias decenas de galerías y talleres de artistas exponen continuamente obras de pintores clásicos o contemporáneos. Visitar Honfleur, es también pasear por las callejuelas descubriendo monumentos, museos y mercados tradicionales, embarcar para pasear por el estuario, asistir a un concierto, ver una exposición en los Graneros de sal o disfrutar un momento de la playa…
Hacia las costas normandas
Gracias a una situación geográfica privilegiada, Honfleur puede ser el punto de partida de numerosas excursiones para descubrir los muchos encantos de Normandía, siguiendo o no los pasos de los impresionistas, como la costa de Alabastro. Patrimonio Natural del País de Caux, la costa ofrece paisajes grandiosos, como Étretat, donde los majestuosos acantilados de tiza blanca que se sumergen en el Canal de la Mancha constituyen un espectacular monumento natural que por supuesto ha sido pintado por los grandes maestros. La ciudad también se enorgullece de varios castillos, mansiones o villas notables, como el Manoir de la Salamandre o el Clos Lupin, donde nació el famoso caballero ladrón Arsenio Lupin bajo la pluma de Maurice Leblanc.
En sus 600 kms. de costas rocosas donde se alternan valles, colinas, ríos, paisajes marítimos, lugares medievales con campos de ensueño, Normandía ofrece a los artistas una infinidad de motivos para la inspiración: el clima cambiante con los cielos en constante movimiento por la influencia de los vientos y las mareas y su gran variedad de luces. Un tesoro para los impresionistas ávidos de impresiones fugaces. Trasladar los caballetes al aire libre fue una de las grandes revoluciones del impresionismo. Desde aquí están muy cerca Le Havre, el estuario del Sena y sus meandros hasta Villequier, donde existen pequeños pueblos y ciudades íntimamente relacionados con el movimiento impresionista, las visitadas playas vacacionales de Trouville, Deauville y toda la Costa Florida –como Cabourg que conserva el ambiente de la belle époque que hizo famoso Marcel Proust que se alojó durante meses en el Gran Hotel y escribió buena parte de su monumental obra “En busca del tiempo perdido”– y las no menos visitadas y dramáticas del Desembarco del 6 de junio de 1944 en la Segunda Guerra Mundial, la mayor operación anfibia y aerotransportada de todos los tiempos y supuso un punto de inflexión decisivo en la guerra. Y, por supuesto, la joya de Normandía, el Mont Saint-Michel, Patrimonio de la Humanidad y el tercer monumento más visitado de Francia (tras la torre Eiffel y Versalles), erigido sobre un islote de granito situado en el centro de una inmensa bahía bañada por las mayores mareas de Europa, que desafía al paso de los siglos y se ha convertido en un lugar emblemático de la historia.
Y tras las visitas culturales y los agradables paseos, de nuevo la tranquilidad del barco. Tiempo para el descanso en las cabinas exteriores con todos los servicios, para disfrutar una vez más de la exquisita gastronomía o de una copa en el bar o en el salón, para un rato de lectura o juegos a bordo y para el lento surcar de las aguas de nuevo con dirección a París.