Invitado por la corporación municipal y acompañado de un grupo de periodistas y escritores internacionales especializados en turismo, el pasado día 2 de mayo tuve la oportunidad de asistir por primera vez a los festejos de las Cruces y Fuegos de Mayo de Los Realejos, declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional en 2015, una tradición que acoge este municipio del norte de Tenerife (Canarias) en el Valle de la Orotava. Reconozco que estaba especialmente cansado, pues arrastraba muchas horas de intenso trabajo durante días, pero no quise perdérmelo, más por personal interés y curiosidad que por compromiso.
Desde primeras horas del día, la plaza de la Parroquia de Santiago Apóstol era un hervidero de gente alegre y risueña, degustando la gastronomía local regada con el vino de la comarca. Había llegado el día, Su Día, el día de los Fuegos de Mayo, que se remonta a más de 250 años atrás en el tiempo.
Podría extenderme en relatar la historia de esta fiesta, su vertiente religiosa, el fervor de los realejeros ante la cruz en la solemne y magna procesión, las hermosas cruces que se visten de gala para tan importante celebración, y tantos otros aspectos y curiosidades de esta fiesta que despiertan ese interés turístico que le ha sido reconocido a nivel nacional. Pero la realidad es que tengo la imperiosa necesidad de compartir lo que personalmente sentí al vivir esa experiencia, en un día lluvioso incapaz de empañar una jornada entrañable y hermosa.
Durante aquella intensa y emotiva jornada tuvimos la suerte de disfrutar de la compañía de Carla González (gracias por tu generosa predisposición y por transmitirnos el amor a tu pueblo), una inmejorable «cicerone» siempre dispuesta a informarnos, ayudarnos y servirnos de guía. Caminamos ceremoniosamente en procesión siguiendo la Cruz, que recibía calurosas y respetuosas muestras de afecto, homenajeada con pequeñas muestras pirotécnicas, que serían la antesala de lo que aún estaba por llegar: el impresionante desafío entre la calle de El Sol y la calle de El Medio, donde el fuego, la luz, el sonido estremecedor de las explosiones y el olor a pólvora invaden el espacio. Créanme si les digo que es un espectáculo grandioso, hermoso, epatante y sobrecogedor, que estalla en lo más profundo del corazón, que irrumpe de forma explosiva en nuestros sentidos hasta apoderarse de ellos. Las palabras no fluyen, la vista no parece suficiente ante tamaña demostración y la magnificencia del espectáculo visual y sonoro se cuela hasta lo más profundo de las entrañas.
Es tal la magnitud de la experiencia, que desaparece la sensación de cansancio y solo siento un enorme pesar por haber tardado toda una vida en acercarme a vivir esta fiesta. Cabe decir que nací en el municipio vecino de Puerto de la Cruz y mis queridos primos, la familia García Marrero, son naturales y residentes en Los Realejos, por lo que espero que puedan perdonarme por no haber atendido sus continuas invitaciones a acompañarlos en este día.
A esta altura del relato he tenido que detenerme, porque soy consciente de mi incapacidad para expresar por escrito tanta belleza, tanta emoción y tanta generosidad de los vecinos empeñados en que disfrutáramos de la mejor experiencia en una noche extraordinaria. A juzgar por el impacto causado en nosotros, parece que lo lograron con creces.
Si se están preguntando quién fue el vencedor del desafío, no es otro que cada vecino de aquellas calles, que dedica y entrega su tiempo, su dinero, su ilusión y su compromiso sin esperar nada a cambio, con el único objetivo de que otros, vecinos y visitantes, disfruten y hagan suyo el mayor, más grande y más bello espectáculo pirotécnico de Europa.
No hay calificativos para describir los tiempos de espera entre cada uno de los 30 minutos de espectáculo que ofrecen ambas calles, las risas nerviosas, las lágrimas que recorren con pausada belleza las mejillas de los vecinos cuando arranca el sonido de los primeros estallidos, los aplausos con las distintas tracas, los vítores ante las fases de estruendo, los sentidos abrazos de reconocimiento al trabajo bien hecho… haber sido testigo de las batallas contadas por los mayores, recreándose en las vivencias pasadas, de otras épocas que no fueron mejores ni peores, pero sí más duras, es una de las herencias que reciben de una fiesta tan entrañable que incluso a los foráneos les cala en lo más profundo del corazón.
Para terminar, dos cuestiones: la primera, quiero dar las gracias tanto a la familia de la calle de El Sol, cómo a la de la calle de El Medio, que nos facilitaron el acceso a sus azoteas, por habernos dado la oportunidad de vivir en primera persona la emoción, la generosidad y el amor que le ponen al que sin duda es el mayor espectáculo pirotécnico de Europa. Y la segunda, precisamente por todo lo anterior, afirmo que esta fiesta tiene todo lo necesario para ser declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional, por lo que espero que se haga justicia y que su designación sea una realidad más pronto que tarde.