El embrujo de Oporto, ciudad universitaria y melancólica

La celebración del XV congreso de la Asociación de Historiadores de la Comunicación en la Universidad de Oporto, fue motivo para que volviera a pasear por esta melancólica ciudad, heredera de siglos de historia portuguesa.


Nos alojamos, mi mujer y yo, en un renovado inmueble de la calle Almada que antaño fue domicilio de una selecta familia de la alta burguesía portuense y ahora aloja una decena de apartamentos de lujo.

¡Qué placer incomparable deambular por la Avenida de los Aliados y la Rua de Trinidade, visitar la Iglesia de la Santa Trinidad, contemplar desde las escaleras que suben a la plaza, el edificio Garret, frente a la Cámara de Comercio, donde se fotografiaba una ilusionada pareja de recién casados! La novia revestida de blanco, coronada a la antigua, recibía de manos del novio una rosa púrpura cuyo valor simbólico, si es que lo tenía, no supe captar.

Inauguró el Congreso el Rector de la Universidad en el solemne claustro del edificio central, situado frente a la inigualable fachada de la Iglesia del Carmen. No me detendré en el comentario del programa del Congreso. Aparte las razones académicas, la visita añadía motivaciones particulares, pues, como periodistas de FIJET España, nos interesaba describir el ambiente urbano y sus peculiaridades históricas, culturales y turísticas. Hacía un quinquenio que no nos deteníamos cuando bajábamos a Coimbra, para impartir algunos lecciones de esas que ahora los requisitos de la ANECA llaman magistrales. La universidad de Oporto no puede rivalizar en expresividad histórica y arquitectónica con la conimbricense. Pero encontré la ciudad portuaria del Duero remozada, como si durante ese lustro pasado desde nuestro anterior encuentro, se hubiera esforzado en dignificar su agridulce fisonomía.

Los alrededores de la zona universitaria constituyen el eje principal de la ciudad. Aparte de la torre de los Clérigos, en ella se encuentra la histórica librería Lello. Los turistas aguardan en largas colas para poder visitar este recinto aún enmaderado como las viejas bibliotecas clásicas. El exótico semblante de las estanterías, repletas de libros de toda guisa, a las que se llega por una original escalera central, quedó expreso en el celuloide de alguna de las películas de Harry Potter. En su interior se palpa ese aire ilusorio de la fantasmagoría decimonónica, propia del goticismo  que las novelas de Rowling envuelven, en el misterio de los poderes mágicos, los hechizos y conjuras medievales que anudan la trama.

El encuentro universitario dio pie para registrar los secretos encantos de esta ciudad que rezuma a la vez nostalgia y deseos de renovación. Encontramos tiempo para descender desde la catedral, cuyas reminiscencias románicas han sido sustituidas por un barroco más sobrio que el hispánico, por las angostas callejas. Para acceder al paseo abierto a la orilla del Douro.

Allí solicitamos el ticquet obligado para pasar, siguiendo por la mansa corriente, bajo los siete puentes que se suceden hasta la desembocadura. Dejamos para otro día el preceptivo descenso en el teleférico con el fin de menudear en las bodegas que pueblan la otra orilla. Es un imperativo turístico adquirir algún vino de Oporto en alguno de esos locales. En esta ocasión nos llevamos Oporto blanco, más seco al paladar que la densa dulzura de los tintos generosos y fortificados.

El río se puede cruzar en pocos minutos en embarcaciones ad hoc. Trasladados de nuevo a la orilla norte, forma parte del ritual recorrer la rua de Sobreiras, el paseo Aleigre. Buscar después por las callejas interiores de la ribera del río, más histórica y frecuentada por el turismo, alguna taberna o local para cenar. Conviene seleccionarlo con antelación para no caer en la trampa de una gastronomía de baratija. Tuvimos la fortuna de encontrar un buen restaurante para degustar un pulpo a la brasa.

La visita se prolongó cuatro días. El tiempo suficiente para cumplir los compromisos congresuales, reencontrarnos con la ciudad y comprobar su vitalismo sensual y preciosista. Oporto es como un fado cadencioso, lánguidamente bullicioso . Hay que saber mirar en su interior para apreciar su dinámica melancolía. Una ciudad cálida y sensual bañada por el sol de poniente, dividida por un río que remansa sus brusquedades. Una ciudad dulce y embriagadora como el vino que porta su nombre.

 

Texto y fotografías : Luis Núñez Ladevéze, y Pilar Canal Yubero, periodistas de FIJET España