El Volga en Kazán, un mar fluvial lleno de historia

Visitamos recientemente Moscú y Kazán, con motivo de la celebración del 59 congreso de la Federación Internacional de Periodistas y Escritores de Turismo (FIJET), de la que los firmantes de este texto somos miembros desde hace veinte años. Son ciudades de muy distinta fisonomía, geográficamente distantes. La amalgama de etnias, tradiciones, cultos y lenguas, invitan a indagar qué sustrato las une para que la variedad pueda expresar afinidad y coincidencia en una forma ruso de sentir.



Recorriendo las distancias y advirtiendo las diferencias, el viajero va experimentando la espacialidad como un vínculo históricamente aglutinante. La expansión territorial fortalece el sentimiento de unidad, consolida en el tiempo un modo común de ser que salta por encima de los bruscos cambios políticos. Es un factor que trasciende la diversidad, asegura la transmisión cultural e histórica que enlaza la Rusia de los zares, a través de la disuelta Unión Soviética, a la actual Federación.

Viajando por este inmenso territorio se puede palpar el contraste entre los distintos ambientes urbanos y la uniformidad de los paisajes esteparios. Contraste que no debilita el trasfondo de pertenencia a un mismo país, a pesar de la dispersión geográfica y la desigual fisonomía de sus ciudades. Se comprueba si el viajero se desplaza de Norte a Sur, pero más significativamente aún, por más ardua de apreciar, si de Occidente a Oriente. San Petersburgo es la referencia occidental que conocíamos de viajes anteriores. Resguarda como valor patrimonial la Rusia aristocrática presuntuosa y distinguida del antaño perdido. El esplendor de los zares se abría a Europa en San Petersburgo para difundir las enseñanzas de la Ilustración al inmenso jardín de los cerezos poblado por siervos campesinos laboriosamente sumisos a la voluntad del amo. El paisaje declinante de su actualidad muestra vanamente, a través de fachadas deslucidas y trazados no plenamente reconstruidos, un testimonio magnifico, cuajado de signos arquitectónicos y artísticos, entristecidos por la nostalgia de una época que se fue para no volver.

Están bien orientadas las guías al anticipar la visita a San Petersburgo a la de Moscú. Aquí no se percibe tanto la resignación por haber perdido el pasado como el ajetreo para resurgir de la frustración tras el fracaso aún reciente y visible del comunismo. Se manifiesta en el intenso tráfico de sus avenidas donde coinciden superpuestas las distintas capas arquitectónicas de su diseño urbano. Es un paisaje desordenado, poderoso y desafiante, todavía dubitativo e impreciso, que recopila las etapas del ayer para exhibirlas como expresión nerviosa de una actualidad emergente. La conversión del bolchevismo en capitalismo controlado por el Estado no puede dar una simbiosis más sorprendente y peculiar.

A mil kilómetros hacia el Este, Kazán se sitúa en el límite de la Rusia europea eslava. Aquí se cruzaron los afanes expansivos del Islam con las pretensiones zaristas de dominar las cuencas del Volga. Los zares rechazaron las invasiones asiáticas de tártaros o mongoles. En el siglo XVI iniciaron la conquista de ese espacio ahora ruso. La séptima ciudad de la Federación, tercera de la Rusia occidental, capital de Tartaristán, siendo la más oriental de Europa, un cruce de influencias étnicas, culturales y religiosas, es céntrica para el ruso, una zona de encuentro de los flujos invasores de Oriente a Occidente y de las luchas por someterlos. Aquí el Volga se amplía, tras su confluencia con el Kazanka, para adquirir la forma de un amplio lago urbano.

En una de las colinas que se eleva sobre el río amansado, Kazán exhibe su Kremlin histórico. Contrasta con el moscovita porque es un conglomerado en blanco, no rojizo, síntesis de los distintos influjos étnicos y religiosos que se disputaron durante siglos la hegemonía de la zona. El visitante puede dedicar tres horas a patear este recinto  amurallado, convertido en testimonio de convivencia de tradiciones y cultos rivales, donde conviven la mezquita de Qul Sarif con la catedral ortodoxa de San Pedro y San Pablo. Desde el mirador del palacio que cuelga sobre el río la vista abarca la curvada orilla de esta ciudad fluvial.

En la unificada convivencia de los símbolos arquitectónicos de los zares y los vestigios de la presencia otomana, tártara y turca recopilados en Kazán, rezuma la confianza rusa en el poder de la territorialidad. La población islámica se distingue por el atuendo de las mujeres y la herencia tártara se conserva aislada en un pequeño barrio céntrico. Hasta aquí no llega el traqueteo de los desvencijados tranvías que unen los extremos urbanos y el visitante puede pasear por esta especie de parque temático como si fuera un residuo exótico del pasado.

Algunos kilómetros antes de llegar a Kazán el Volga recibe al Sviyaga. Al encontrarse, las espaciosas corrientes abren un delta de ramales que forman islas e islotes dispersos.

En una de ellas se halla la ciudadela-isla-fortaleza urbana de Sviyazhsk, construida por Juan IV para planificar desde allí el asalto definitivo, después de dos intentos fracasados, que arrebatara la ciudad de Kazán al kanato surgido del fragmentado imperio de Gengis Kan. La isla es, a la vez, el símbolo de la cuna del zarismo y una reliquia histórica, pero solo conserva de la época de su construcción una pequeña capilla. La vista abarca una amplia zona fluvial, escenario de la enconada rivalidad entre eslavos occidentales e invasores orientales que se disputaron el dominio del territorio. Hasta que Iván, Juan en español, a quien la leyenda enemiga apellidó “el terrible”, impuso su poderío para iniciar la tarea de expandirse hacia el Oriente. Arrebatado Kazán al kanato mongol, comienza la gradual incorporación de Siberia al territorio ruso. Tras conquistar Astracán, ciudad cosaca asentada sobre once islas en el delta del Caspio, Juan IV aseguró también el dominio del Cáucaso y de toda la cuenca fluvial del río.

Sviyazhsk al norte, Bolgar al sur, donde el Volga recibe el caudal del Kama. El río se abre para formar un mar interior, un lago informe y apacible, especie de mar dulce que se despide de la ciudad para adentrarse en la zona histórica de la Gran Bulgaria. La antigua capital búlgara, Bolgar, estuvo emplazada apenas a dos horas en autobús de Kazán, cruzado el caudaloso afluente. Zona de mongoles tártaros, de influencia islámica anexionada por Juan IV. Hasta aquí extendió sus dominios la Horda Dorada, resultado de la segregación del imperio mongol en la zona Occidental de Rusia que pudo extenderse hasta el Mar Negro. Rivalizó con la Gran Bulgaria. A la ribera del río, la gran mezquita donde se exhibe una reciente versión del Corán cuyo único valor reside en que la información mural presenta este Corán como el de mayor tamaño del mundo. Más interesantes son las escasas ruinas del enclave de la ciudad medieval de Bolgar, la iglesia primitiva, el mausoleo donde se conservan restos de tumbas de la aristocracia búlgara, los testimonio de la vida rural de la zona y las impresionantes vista del río, testigo permanente de los vaivenes históricos sufridos en la región hasta su conquista por el temible Iván.

Puerta para franquear la gran frontera de los Urales, Kazán marca la ruta oriental al transiberiano. Es el símbolo de unión de la Rusia europea con la asiática. La espacialidad es el rasgo que transmite el sentimiento de unidad al pueblo ruso y permea su imaginario común. A través de inacabables despoblados, el ferrocarril une las grandes ciudades asiáticas de la Federación: Ekaterimburgo, Omsk, Novosibirsk, Irkutsk hasta Vladivostok. Forman un rosario de centros burocráticos e industriales que adscriben al imperio la vastedad de las estepas siberianas. Marca de la identidad rusa de Ekaterimburgo es que hasta allí se trasladaran los bolcheviques de Lenin para ejecutar a Nicolás II, último de los zares, y a su familia. La dependencia política y el entorno cultural aproxima a estas poblaciones, a través de la distancia, más intensamente que a otras la cercanía. A Irkutsk se trasladó por un recorrido de más de seis mil kilómetros parte de la aristocracia europeizada que conspiró contra el zar Alejandro I tras la derrota napoleónica, y se rebeló después contra Nicolás I. Se trató del movimiento decembrista, nacido del liberalismo introducido por Catalina II, no con la pretensión de que una revuelta gestada en San Petersburgo pudiera tener por desenlace convertir en ciudades ilustradas y sedes burocráticas del imperio a localidades separadas por casi seis mil kilómetros.

Como Irkutsk, otras ciudades siberianas nacieron de las condenas al exilio de conspiradores contra el zarismo, generalmente militares, aristócratas e intelectuales, o de innumerables disidentes del régimen soviético cuyo alejamiento contribuía a unificar la dispersión geográfica del imperio. La construcción de Vladivostok, concebida como puerto naval para alentar el comercio, sí responde a la intención deliberada de comunicar los extremos de la extensa geografía del imperio para fomentar las exportaciones. La unión con Moscú mediante el transiberiano, a través de Kazán, centro donde el occidente ruso se abre al oriente siberiano, expresó materialmente esa voluntad de centrar la soberanía de los zares en esa vasta superficie. Depuesto el zarismo, el régimen soviético administró ese imperio territorial. La voluntad de preservar este vasto territorio que ahora gobierna la actual Federación, permanece como designio de una voluntad común que trasciende las vicisitudes políticas.