“El capitán de un barco no puede desembarcar hasta que la tripulación está a salvo. Aún queda mucha travesía y tenemos mucho que aprender de ti. El cielo puede esperar”.
Ribamontán al Mar, agosto 2019, de J.M. Arrojo al Patrón
Curiosamente empecé este artículo en Portugal, en la Costa da Caparica, cuando me sugirieron escribir sobre mi viaje a Lisboa.
Las imponentes playas de Costa da Caparica, al sur de Lisboa, me inspiraron las siguientes reflexiones. Playas kilométricas, vírgenes, de aguas bravas, como las de Cantabria infinita… Mirando al horizonte del mar Atlántico, me percaté de que al panorama que se ofrecía ante mis ojos le faltaban barcos, velas y pescadores.
En las aguas de la costa portuguesa, cuna de renombrados navegantes como Vasco de Gama, no se avistaba ni una sola embarcación, ni un intrépido marinero osando sortear las olas apoyadas en el viento atlántico. Cerré los ojos por un instante y me transporté a Ribamontán al Mar, donde cada verano la pandilla espera al Patrón.
Seguramente pocos visitantes de la playa de Somo, paraíso de surferos, sepan que pertenece al municipio de Ribamontán al Mar. Carriazo, Castanedo, Galizano, Langre, Loredo, Somo y Suesa, son enclave y escondite de veraneantes deseosos de preservar su privacidad; nada hace presagiar que los pueblos y las playas de Ribamontán al Mar abrigan lo más granado de la sociedad española, aquella que no se prodiga en fiestas pomposas ni “photocalls” horteras de programa televisivo veraniego.
Casas de arquitectura típica cántabra de piedra, donde florecen las hortensias, se erigen con sus verdísimos jardines; un verde testimonio del clima lluvioso y húmedo que caracteriza esta zona del norte.
Clima frío y lluvioso, ¿Un mito? Los veranos que he tenido el privilegio de disfrutar en este enclave cántabro han venido marcados por un tiempo soleado, de días en los que las mareas han dictado el rumbo de largas horas de mar, luz y playa.
En Carriazo, pedanía y capital del municipio de Ribamontán al Mar, no puedo levantarme sin abrir la ventana y observar que las vacas ya están campando a sus anchas por los prados. La habitación se impregna de olor a naturaleza, a animales, a tierra y a mar. En Carriazo, la pandilla espera la llegada del Patrón, conscientes de que con él la travesía en barco está asegurada. Patrón, que a sus 82 años acaba de renovar su título precisamente en aguas cántabras, aguas a menudo peligrosas, rara vez mansas.
El Patrón, nacido en Madrid, lleva el mar en la sangre. No en vano adquirió en un anticuario de Inglaterra una placa que reza “I am the capitan of this ship and I have my wife´s permission to say so” que luce orgullosa junto a brújulas y escuadras marinas en el salón de su casa. Esos pequeños detalles que recuerdan constantemente al mar.
Antes de partir hacia una nueva travesía en barco nos desperezamos con una larga caminata por los pastos que recorren la distancia entre Carriazo y Galizano. En este último pueblo, presidido por la maravillosa iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, hacemos un alto en el camino para comprar los sabrosos sobaos El Macho. ¡No hay quien se resista! Aprovecho la quietud de la mañana y del paisaje para hacer unos ejercicios de yoga; en lugar de saludos al sol saludo a las vacas que parecen encantadas con tan original visita.
A media mañana nos aprestamos a partir, ilusionados, hacia un nuevo día de mar. La embarcación está atracada en las boyas de pescadores de Somo, y vamos a navegar hasta El Puntal, la cara extrema de la playa.
Embarcar ya es toda una aventura. El primero en hacerlo es el Patrón que acerca el barco hasta la escollera para que al resto de los tripulantes no nos resulte tan incómodo el desafío. Desatracar es un ritual en el que debido a las corrientes marinas, las maniobras de un día no son iguales a las del siguiente; es imprescindible bichero a mano para distanciarnos del amarre y emprender el rumbo.
Aunque teóricamente nos separan sólo veinte minutos de navegada hasta El Puntal, la travesía nunca está exenta de escollos: la Pedreñera (embarcación que recorre el tramo de Somo a Santander), los bañistas despistados, los paddle surf, los piragüistas y los bajos arenosos; una vez esquivados y alejados de la pequeña y estrecha vía, nos adentramos de lleno en el canal.
“Se entra en el canal casado y se sale divorciado”, afirma una expresión marinera que nos recuerda rojo con rojo al entrar, rojo con verde al salir.
La navegada hay que sentirla, experimentar la sensación de libertad única, el viento en la cara. La inmensidad, el cielo y el mar confunden sus azules fundiéndose en uno. Los caprichosos vientos cambiantes dictarán al Patrón cómo capitanear; barco escorado, surcamos las olas hacia la bahía de Santander que se vislumbra a lo lejos presidida por el Edificio Centro Botín, inaugurado hace dos años, rompedor, moderno, contraste de lo viejo y de lo nuevo, reflejo de una ciudad en continua evolución y ebullición cultural.
El Puntal no tiene pérdida, se avista la inmensa bandera de España que ahonda orgullosa junto al embarcadero y Chiringuito El puntal Tricio, declarado uno de los diez mejores de España y al que únicamente se puede acceder por la playa andando, nadando o en barco. En los días soleados de verano está tan abarrotado como los más famosos chiringuitos de Baleares… lo que nos recuerda a Illetes en Formentera. El olor a rabas y marisco nos invita a abandonar el barco y saltar por la borda para pedir mesa, momento que aprovechamos para darnos un refrescante baño en el mar.
Ya bien adentrada la tarde, sólo la marea alta nos permitirá emprender la navegada de vuelta al puerto.
El Patrón, mi padre, no llamó a su barco “Libertad” como José Luis Perales al barco de su canción “Un velero llamado libertad”; ni se fue tomando sus cosas para batirse en duelo con el mar; a su barco lo llamó Taube, Paloma, en alemán, el nombre de mi madre. Como buenos amantes de la mar, a su primera hija la llamaron, María del Mar. El lobo de mar y la paloma mensajera han surcado un verano más los mares de Cantabria que embellecen Ribamontán al Mar.