Malta, la isla magnética

Malta y su archipiélago habitado (Gozo y Comino) no es sólo el remanso de paz con el que muchos viajeros sueñan. Es también un impresionante recuerdo vivo de sus 7.000 años de historia, un museo al aire libre, la meca de los amantes de los deportes acuáticos, y también un paraíso para los noctámbulos.

Actualmente, se dice de Malta que su turismo está de moda. Pero esto no es cierto. La moda, como se sabe, es efímera. Cambia cada seis meses. Y Malta se convirtió hace ya tiempo en un destino fijo, con una permanente progresión de su flujo turístico procedente de todo el mundo. Porque esta isla posee un misterioso imán  que atrae a más de un millón de viajeros cada año, por aire o por mar, y su delicioso clima mediterráneo lo hace apetecible en cualquier época del año.

¿Pero cuál es el misterio que encierra Malta, aparte de sus innumerables bellezas naturales, por el que tanta gente se siente atraída? Les empezaré a desvelar el secreto por el principio. Desde el neolítico, en el que se empezó a poblar, esta isla ha sido ocupada o invadida por fenicios, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, árabes, normandos y catalano-aragoneses. Hasta que Carlos I, en 1530, la cedió a los Caballeros de la Orden de San Juan. Aunque tampoco con ellos terminaría su odisea. Seducidos por los encantos de este territorio, franceses e ingleses también quisieron disfrutar de la isla, hasta que en 1964 los malteses obtuvieron la independencia, y, hoy, este país, es miembro de pleno derecho de la Unión Europea.

El imán maltés: un puzzle con muchos secretos

Como  consecuencia de su convulsa historia, no hay lugar en el mundo con mayor condensación de vestigios históricos que Malta y su archipiélago. La exquisita sensibilidad de los malteses, ajena a rencores o resentimientos hacia sus antiguos invasores, ha preservado las valiosas joyas heredadas, las ha agitado como en una coctelera, y las ofrece al turista en una copa caleidoscópica repleta de sorprendentes sabores, que éste bebe con fruición durante toda su estancia, que la vive bajo el hipnótico efecto de la imanación maltesa.

El embriagante resultado de la ingestión de este elixir impulsa al viajero a participar en una experiencia única: éste tiene la mágica percepción de ser transportado a tiempos pasados, mientras disfruta también de la confortabilidad y la modernidad de su infraestructura hotelera y demás recursos turísticos. Si, por ejemplo, se arriba a Malta por mar –la privilegiada situación de la isla la convierte en una escala obligada para cualquier crucerista–, el puerto de La Valetta ofrece una panorámica que difícilmente podrá nadie olvidar. Su pétrea arquitectura desprende un cromatismo que impresiona para siempre en la retina del turista. Todo el conjunto monumental de la ciudad aparece teñido de un dulce color vainilla que se asemeja más a un cuadro renacentista que una realidad tangible. Pero es su verdadera  tarjeta de visita.

Al recorrer la ciudad, el sabor mediterráneo y la arquitectura árabe se mezclan con reminiscencias británicas (circular por la izquierda, los salones de té, los pubs, los clubes y los clásicos buzones de correos son algunas de ellas). La arteria principal es  Republic Street, la más comercial y animada. Alrededor de ella se encuentran los principales puntos de interés monumental. La Catedral de San Juan, por ejemplo, sorprende por el suelo pavimentado con laudas sepulcrales y los cuadros de Caravaggio. No muy lejos de aquí, el Palacio del Gran Maestre o el Albergue de Castilla, entre otros, impresionan por su dorada suntuosidad.

La Mdina, una ciudad silenciosa

Pero una visita imperdible es la de la Mdina, la antigua capital de la isla, también llamada “ciudad silenciosa”. Es toda una invitación a perderse por el laberinto de sus angostas callejuelas, repletas de palacios, iglesias –como la Catedral de San Pedro y San Pablo, con su hermosa fachada barroca–, e históricos edificios medievales en los que aún habitan los descendientes de la nobleza. Otros, albergan en su interior, sugerentes cafetines o galerías de arte. Cualquier camino de la ciudadela desemboca en

Bastion Square, un mirador natural desde el que se divisa la grandiosa cúpula dorada de Santa María de Mosta y las villas adyacentes Rabat

Pero Malta no está sola. Casi ningún viajero quiere perderse la visita a otras islas cercanas como la de Gozo y Comino, muy bien comunicadas por barco, y en las que se puede combinar una amplia variedad de experiencias. No sólo como la de bañarse en las aguas azul turquesa de la cala Ramla Bay, sino visitar la Gruta Azul donde, dice la leyenda, la ninfa retuvo por ocho años a Ulises. O admirar los templos megalíticos de Hagar Qim. O ver atractivos pueblitos de pescadores. Viajar a Malta es entrar en la inagotable magia de su historia y descubrir las razones de su irresistible seducción. ¡Malta es como una gran magnetita que atrae a sus visitantes con la fuerza de su permanente imanación!

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