Hace veinte años visité Marruecos por primera vez, recorrí sus ciudades imperiales y disfruté de sus magníficas playas. El descubrimiento de una cultura y costumbres tan distintas a la nuestra desató mi pasión por descubrir los países del mundo musulmán. A lo largo de estos años he visitado muchos de ellos, pero ninguna ciudad de esos países, pese a su habitual belleza o significado histórico, me ha atrapado tanto como la envolvente y mágica Marrakech. Me embrujó, sentí que soñaba con que algún día volvería y mi sueño se ha hecho realidad.
La ocasión de visitar de nuevo la ciudad se presentó a finales de noviembre con la celebración del 60 Congreso de FIJET, Federación Mundial de Periodistas de Turismo, de la que tengo el honor de formar parte y que reunió en Marrakech a 300 periodistas de veinticuatro países venidos de los cinco Continentes. El Congreso, auspiciado por el Patronazgo de Su Majestad el Rey Mohammed VI fue un éxito, gracias a la organización de AMJET, la Asociación Marroquí de Periodistas y Escritores de Turismo y al Ministerio de Turismo de Marruecos. Entre todos los temas debatidos se recalcó la necesidad de inducir o promover entre todos los actores del turismo el respeto hacia las culturas ajenas y la necesidad de preservar el patrimonio cultural, observaciones aplaudidas por unanimidad de los asistentes.
Nuestros anfitriones marroquíes nos hicieron disfrutar de jornadas intensas de visitas al Marrakech “inside”, centro de la ciudad, la Menara, la Koutoubia, el Palacio Bahia, el Museos del Agua, y el Jardín Majorelle y al Marrakech “outside” adentrándonos en el Valle de Ourika, al pie del Atlas, un paisaje fascinante de llanura sembrada por olivos, pueblos tradicionales bereberes y cascadas, en donde el verde del valle y el blanco de las cumbres nevadas del Atlas contrastan con el color rojizo característico de la ciudad.
Para los que vivimos en una gran urbe, sufriendo ya del frío y gris invierno, a los que no nos envuelve el olor a azahar ni las mezclas de olores intensos y arboledas perdidas, la llegada a Marrakech es impactante. No sólo por el aterrizaje en un aeropuerto de avanzada arquitectura y tecnología punta, sino porque nada desde la llegada hace recordar que estemos en pleno periodo navideño. Un sol radiante predomina sobre un cielo azul claro, el huerto urbano de la gran ciudad se transforma en gigantescas palmeras y las luces navideñas son reemplazadas por el propio colorido de rojos y ocres de la ciudad.
Mis sentidos dormidos empiezan a despertar…
Mucho se ha escrito sobre el centro neurálgico de Marrakech, su emblemática Plaza Jamma El-Fna o Plaza de los Muertos, una interpretación de su nombre de las varias que existen nada acertada, ¡desprende vida por sí sola!
Me rindo ante el encanto de la plaza, y me pierdo entre la multitud… me dejo llevar y vibro con su gente, su olor, su color y su calor, el ambiente me embriaga, ¿estoy viviendo un sueño o es realidad?
Una realidad fotográfica que plasmó Juan Goytisolo en su libro “Makbara” (1980), dedicado «A quienes lo inspiraron y no lo leerán», a la gente de la Medina.
Tanto le cautivó la ciudad y su plaza que pasó allí las dos últimas décadas de su vida, en su casa de Marrakech, el lugar de donde se sentía ciudadano, donde encontró su identidad y vivió en sintonía con su ser, desinhibiéndose de los prejuicios de una España que apenas estrenaba su democracia, donde dio rienda suelta al despertar de sus sentidos dormidos….
Nadie como él supo describir con tanta intensidad la vida de la Plaza:
“Pirámides de almendras y nueces, hojas secas de alheña, pinchos morunos, calderos humeantes de harina, sacos de habas, montañas pringosas de dátiles, alfombras, aguamaniles, espejos, teteras, baratijas, sandalias de plástico, gorros de lana, tejidos chillones, cinturones bordados, anillos, relojes con esferas de colores, tarjetas postales marchitas, revistas, calendarios, libros de lance, mergueces, cabezas de carnero pensativas, latas de aceituna, haces de hierbabuena, panes de azúcar, vociferantes transistores, trebejos de cocina, cazuelas de barro, alcuzcureros, cestas de mimbre, chalecos de cuero, bolsos saharauis, cofines de esparto, artesanía bereber, figurillas de piedra, cazoletas de pipa, rosas de arena, pasteles mosqueados, confites de coloración violenta, altramuces, semillas, huevos, cajas de fruta, especias, jarras de leche agria, cigarrillos vendidos por unidades, cacahuetes salados, cucharas y cazos de madera, radios miniatura, ……”
Me despido de la Plaza, del zoco, de las laberínticas callejuelas llevándome como recuerdo lo vivido, intenso, bello, apasionante, con un tatuaje en la mano, signo decorativo que marca los momentos importantes de la vida.
¡Entrégate al placer de la fantasía y sensualidad de la Ciudad Roja, vive entre el sueño y la realidad de la Plaza Jamma El Fna, desata tu pasión y despierta tus sensaciones dormidas! Marrakech, un maravilloso destino donde volver a sentir.