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Se celebra hoy el “Día del Libro”, en recuerdo al fallecimiento y como homenaje, a quien ha sido reconocido como gloria de las letras hispánicas, don Miguel de Cervantes Saavedra. Pero una fecha de celebración impropia, porque la fecha exacta de su fallecimiento fue la del 22 de abril, aunque su pobre entierro se produjo un día después. Ello no obstante, su partida de defunción exhibe la fecha del 23 de abril de 1616, porque estos documentos solían fecharse entonces con el día del entierro, y no con el del fallecimiento, ocurrido un día antes.
El “Día del Libro” debiera, pues, celebrarse el 22 de abril, aunque la sociedad haya dado por bueno el del día 23. De todas formas, lo de un día arriba o abajo es una pura referencia, un detalle prácticamente nimio, y de pura retórica sin importancia. Porque si don Miguel dejaba entonces el mundo de los vivos, lo hacía para convertirse en mito universal, para hacerse verdaderamente inmortal.
Por cierto –digámoslo una vez más- el 23 de abril es la misma fecha considerada de fallecimiento de otro monstruo de las letras, William Shakespeare. Pero decimos bien: “la misma fecha”, “no el mismo día”. Porque Inglaterra –donde regía el calendario juliano- no había adoptado aún la reforma del calendario gregoriano que ya regía en España.
Del Juliano al Gregoriano
Nos permitiremos aquí un pequeño alto en el camino, con el fin de aclarar convenientemente este pequeño incidente. El Papa Gregorio XIII había promulgado el 24 de febrero de 1582, la sustitución del calendario juliano (creado por Julio César en 46 a. C). El nuevo calendario se llamaría calendario gregoriano, y entraría en vigor el 4 de octubre de 1582, con cuya aplicación se perderían 11 días “sobre el papel”.
Pero la medida tuvo algunas consecuencias. Así, del 4 de octubre se pasó al 15, no existiendo por tanto los días 5 al 14. Una de las más curiosas repercusiones en España, la encontramos en Teresa de Jesús, que murió el 4 de octubre de 1582, y aunque fue sepultada al día siguiente, era ya el 15 de octubre del mismo año. William Shakespeare muere el 23 de abril, cierto, pero un 23 de abril del calendario de Inglaterra, que en España se corresponde con la fecha del 4 de mayo. Dicho esto, volvamos a nuestro leiv motiv en torno a Cervantes.
Don Miguel dejó este mundo a causa de la enfermedad llamada “hidropesía”. Un término genérico, que englobaba a diversas dolencias como cirrosis hepática, diabetes y otras. Ya dice el mismo Cervantes en algún lugar, que su hidropesía “no la sanará toda el agua del mar océano que dulcemente se bebiese”. Tras su fallecimiento, don Miguel fue sepultado con el sayal franciscano, en el Convento de las Trinitarias de la calle de Cantarranas de Madrid.
Restos perdidos.y encontrados
Pero la calle Cantarranas –veleidades del destino- es la actual calle de Lope de Vega ¡su gran contrincante literario, que gozaría en vida de mayor aceptación y honores! El lugar de su definitivo reposo fue dispuesto así, en base a su gratitud hacia la Orden que le redimiera del cautiverio de Argel. Según consta en la partida de su defunción de la Parroquia madrileña de San Sebastián -a la que pertenecía el Convento de Trinitarias-, Cervantes “Mandó dos Misas del alma, y lo demás a voluntad de su mujer”.
Un miserable sufragio de tan eximio autor, con escasa asistencia de gentes (y total ausencia de notables) a sus funerales y entierro, que el Marqués de Molins ha tratado en “La sepultura de Miguel de Cervantes”, Madrid 1870. Menos mal que don Francisco de Urbina, hijo del Regidor de Madrid, mandó poner un epitafio que reza: Caminante, el peregrino/ Cervantes aquí se encierra;/ su cuerpo cubre la tierra, / no su nombre, que es divino… Una idea con cierto ascendiente en el también epitafio que Sansón Carrasco compuso para la sepultura de Don Quijote: Yace aquí el Hidalgo fuerte/ que a tanto extremo llegó/ de valiente, que se advierte/ que la muerte no triunfó/ de su vida con su muerte.
Sobre sus pobres restos, aunque sabíamos que reposaban en el aludido Convento, se desconocía hasta hace poco el lugar exacto de la sepultura. ¡Qué cruda realidad para quien tanto representa en el mundo hispánico! Hoy, están hallados y confirmados los restos de Miguel de Cervantes por el equipo de Luis Avial, Francisco Etxeberría y Fernando de Prado. En todo caso, pocas veces viene tan a pelo lo que dejara escrito Astrana Marín sobre don Miguel, y que, sobre todo en estos días, es también nuestro ardiente deseo: Llórele la tierra, hónrele la patria, gócenle los cielos. Pero donde queremos añadir estas otras imprecaciones motu proprio: ámente los hombres, léante los justos… sépante los sabios.
Su frustrada vida
Miguel de Cervantes Saavedra, cuya vida transcurre enmarcada entre los años 1547 y 1616, dramaturgo, poeta y novelista español, es el autor de la novela “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, considerada como la primera novela moderna de la literatura universal. Pero, ciertamente, Miguel de Cervantes tuvo una vida azarosa, de la que poco se sabe con seguridad. Nació en Alcalá de Henares (Madrid), probablemente el 29 de septiembre de 1547, pese a que un amplio y meritorio trabajo de Ángel Ligero trate de demostrar, que su nacimiento se produjo en Alcázar de San Juan.
Pasó su adolescencia en ciudades españolas como Madrid o Sevilla, y con poco más de veinte años marchó a Roma, para entrar al servicio del cardenal Acquaviva. Tras recorrer Italia se enroló en la Armada española, y en 1571 participó con heroísmo en la Batalla de Lepanto, donde comienza el definitivo declive del poderío turco en el Mediterráneo. Pero allí resulta Cervantes herido, y pierde el movimiento del brazo izquierdo, lo que le valdrá el sobrenombre de “Manco de Lepanto”, que él consideraba glorioso. Si bien no acaban ahí sus desgracias, porque mientras regresa a España en 1575, es apresado por los corsarios, que lo trasladan hasta Argel. Allí sufre cinco años de terrible cautiverio, entre 1575 y 1580.
Rescatado al fin por los frailes Trinitarios, a su regreso a Madrid encuentra a su familia en la ruina. Se casa en Esquivias (Toledo) con Catalina de Salazar y Palacios. Arruinada para siempre su carrera militar, intenta sobresalir en las letras. En este sentido, publica La Galatea (1585) y lucha, sin éxito, por destacar en el teatro. Sin medios para subsistir, marcha a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible, y recaudador de impuestos. Pero la aventura acaba con los huesos de Cervantes en la cárcel, tras lo que decide trasladarse a Valladolid. En 1605 publica la primera parte del Quijote, pero el éxito dura poco. De nuevo sufre prisión, y en 1606 regresa con la Corte a Madrid. Vive con apuros económicos, y se entrega a la creación literaria, publicando en sus últimos años las Novelas ejemplares (1613), el Viaje al Parnaso(1614), Ocho comedias y ocho entremeses (1615) y la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1615).
Sin embargo, el relativo triunfo literario no le libra de sus penurias económicas. Dedica los últimos meses de su vida a Los trabajos de Persiles y Segismunda (de publicación póstuma, en 1617), y muere en Madrid el 22 de abril de 1616 siendo enterrado un día después.
Su obra maestra
Indudablemente, si a alguna obra literaria puede aplicarse el calificativo de “maestra”, es a El Quijote. La obra nos enseña cómo se vivía y se hablaba entre los siglos XV al XVII. Y es escuela de vida, de costumbres y de lenguaje para las generaciones posteriores. Encierra, además, unas lecciones de psicología difícilmente superables, a través de esos arquetipos inmortales: Don Quijote de la Mancha, su escudero Sancho Panza, y los personajes que aparecen en la trama de la obra.
Además, esta obra ha sido y sigue siendo modelo de estudio e investigación, para expertos de todo el mundo en tan diversas disciplinas como lingüística, gastronomía y enología, derecho y legislación, caballería, mitología, música, ballet y musicología, ejército y defensa, geografía, psicología, sociología, pintura y escultura, numismática, coleccionismo… Toda una enciclopedia.
Tal es el valor de la obra literaria, que puede afirmarse que, quien no ha leído y hasta “oído” El Quijote, difícilmente podrá entender el modo de ser y de hablar del pueblo español. La filosofía de la vida, las referencias continuas a lo trascendente, los dichos y refranes de entonces -que gracias a El Quijote han llegado a nuestros días, y permanecen en uso en el actual lenguaje coloquial-, son rasgos identificativos de lo hispano de ayer, de hoy, y de siempre. Y son también patrimonio de la humanidad, porque nuestra obra maestra ha saltado las barreras geográficas de los países de habla hispana, y las barreras de la literatura.
Un impacto mundial…
Afortunadamente, la obra y su proyección está en todos los países y en todas las artes. No en vano ya el propio Cervantes pone en boca del Bachiller Sansón Carrasco estas proféticas palabras: “A mí se me trasluce, que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca”. Y así ha ocurrido, en efecto, para gloria de aquel autor inmortal, orgullo de nuestro país… y enriquecimiento de la literatura universal.
Porque El Quijote, a través de sus arquetipos-protagonistas, ha irrumpido en todas las artes. En la pintura -a través de Ribera, Madrazo, Doré, Picasso, Cocteau, Dalí, Buffet, Daumier y tantos otros-, y en la música, ya que Don Quijote y Sancho Panza han inspirado obras musicales como la ópera de Telemann, el espectáculo para marionetas de Manuel de Falla, las variaciones sinfónicas de Strauss, la ópera de Massenet, los poemas vocales de Ravel… He ahí también los bellísimos tapices de Gobelinos y Beauvais, entre otros, que han tomado El Quijote como tema. Ballets como el de Leon Minkus, películas, cromos, series de televisión, discos, multitud de ediciones en libro, dibujos animados…
Son numerosísimas las esculturas y monumentos dedicados a Cervantes en todo el mundo, per se, o a través de sus dos personajes más famosos. Tuvimos la suerte de presenciar la inauguración de la estatua de Jaime Mir que homenajea a Cervantes en la ciudad griega de Lepanto (Naupactos). Igualmente, es rara la casa donde no estén las figuras de Don Quijote y Sancho, representados en objetos decorativos confeccionados en madera, bronce, porcelana, escayola… o metales preciosos.
… En todos los ámbitos
En obras más actuales, citaremos al incombustible musical El hombre de la Mancha, con libreto de Dale Wasserman, música de Mitch Leigh y letras de Joe Darion, que en Madrid pudo aplaudirse en el Teatro Lope de Vega, de 1997 a 1998con Paloma San Basilio y José Sacristán en los papeles estelares. Su productor, Luis Ramírez, fue investido “Caballero Andante” en Ciudad Real en 1998. Algunas piezas de la obra, como Impossible dream (“Sueño imposible”) serán recordadas siempre en la historiografía musical del Quijote.
Entre algunos de los trabajos más influyentes –en este caso dirigidos especialmente al sector más joven de la población- encontramos la serie (39 episodios, 20 horas de duración y 1.800.000 fotogramas) sin duda de mayor nivel e impacto mundial, doblada a todas las lenguas imaginables, y difundida en todos los formatos posibles. Hablamos del producto comercializado por Romagosa International Merchandising El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, donde la pareja de nuestro hidalgo y su escudero alcanzan su mayor proyección mundial, y son modelo educativo para las nuevas generaciones. Su productor es el “Caballero Andante”, expresidente de “Ciudad Real Quijote 2000″, catalán de nacimiento, madrileño de adopción, y desde luego manchego de vocación, José Romagosa Gironella.
En suma, no falta en ningún hogar español –y esto es lo más importante-, un ejemplar de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Pocas plumas han escrito tanto y tan bien sobre nuestra tierra manchega, y pocos autores han tenido la genialidad de crear dos mitos tan universales como Don Quijote y Sancho. Gracias a la invención de este Caballero de la Triste Figura, podemos afirmar con todo fundamento que “No es un hombre más que otro, si no hace más que otro” (Don Quijote, I, 18). Cervantes lo hizo, y hoy más que nunca lo celebramos los manchegos, que debemos sentirnos particularmente orgullosos y bastante protagonistas… Y que logramos encontrar el tiempo y la serenidad necesarios para leer, saborear y reflexionar sobre esta maravilla literaria. Vale.