La seductora región francesa que extrañarás el resto de tu vida.
“¡Paris siempre puede esperar!”. Me gusta emplear esta metáfora para reivindicar las ciudades pequeñas y los encantadores pueblitos sembrados por toda Francia. Mis viajes más enriquecedores casi siempre han sido a este tipo de lugares. Las ciudades pequeñas te permiten disfrutar mucho mejor de su historia, sus tradiciones, sus paisajes, su ocio, y su gastronomía. Y otra gran ventaja es lo fácil que resulta relacionarse con sus gentes, uno de mis apetitos viajeros. Descubrir a través de la conversación –mientras aprendes a beber pastis– su verdadera esencia. Lo que permanece. Lo invariable. Sus señas de identidad. Los habitantes de la Provenza aseguran orgullosos que la luz, los colores de los campos de lavanda y viñedos, su sosiego y su estilo de vida enamora a quien la visita.
En este sentido, la región de Provenza, ubicada en el sureste francés, entre el Mediterráneo y los Alpes es, en efecto, un imán irresistible. Provenza siempre se ha relacionado con el placer de vivir, en el más amplio sentido del término. De hecho, muchos intelectuales y artistas han encontrado allí un refugio de inestimable valor, por la belleza de su entorno, su calidez hospitalaria y su clima mediterráneo. Desde los más famosos pintores como Van Gogh, en Arles, o Paul Cezanne, en Aix en Provenza, hasta célebres actores como Brad Pitt o Hugh Grant, entre otros. O la mismísima Carolina de Mónaco, en Saint-Remy. U otros muchos que prefieren mantenerse en un discreto anonimato. Como esos rumores que recoge el escritor E.Pérez Zúñiga “Se dice que el actor John Malkovich anda camuflado bajo un sombrero de cocinero paseando por Provenza”
Pequeñas grandes joyas de Luberon
Los pueblos de esta comarca, muchos de ellos encaramados en las alturas, proporcionan unas vistas bucólicas de sus paisajes circundantes que te envuelven en una atmósfera que, por unos instantes, no sabes si estás soñando. “La realidad y la miseria me oprimen y, sin embargo, sueño todavía” Así lo sentía el gran escritor provenzal Emile Zola. La comarca está rodeada de pueblitos dignos de visitar como Maubec o Bories, con sus espectaculares viviendas ancestrales.
Gordes ¿el pueblo más bonito de Francia?
Gordes es uno de esos antiguos pueblos que sorprende a todo visitante. No en balde tiene el honor de pertenecer a la organización “Los 100 pueblos más bellos de Francia” Encaramado en lo alto de un cerro y rodeado de enormes valles y viñedos es como un compendio de lo que es la comarca de Luberon, el “Corazón de la Provenza”. Desde muy lejos se percibe ya su pintoresca silueta. Pero cuando llegas a ese pétreo pueblo has de rendirte a sus pies. No queda otra. El castillo es su majestuosa tarjeta de visita. Con sus fuertes murallas fue durante siglos una de las vigías de la Provenza.
Pero al descender por sus angostas callejuelas te sorprenden sus románticas casas. Algunas, construidas en medio de extrañas aberturas. Lo puedo comprobar cuando Bernard S., uno de sus escasos vecinos, sale a la puerta de su casa y me invita amablemente a visitarla. El impacto es mayúsculo: sus habitaciones tienen poco que envidiar a las de un hotel de cinque etoiles. Lo único que las diferencia es que algunas de sus paredes pertenecen a la propia roca de la montaña. “Je suis hereux ici entre roches” se ríe el afortunado propietario (¿Y quién no?, pienso yo para mis adentros)
Gordes es también el guardián del espíritu artístico. Son numerosos los pintores que han marcado historia en este incomparable pueblo: Marc Chagall, Pol Mara, Victor Vasalery por no citar más… Estos artistas — como ahora haría cualquier viajero actual–, se dejaron envolver por la voluptuosidad de uno de los más bellos pueblos de Francia.
Arles, “Un museo al aire libre”
Llegar a Arles y alojarse en Hotel Nord Pinus es otra sorpresa: uno ocupa las mismas habitaciones que mucho antes lo hicieran Hemingway, Picasso, Churchill, Yves Montand, María Callas, Charlotte Rampling, Jean Cocteau o el torero Luis Miguel Dominguín. (Más adelante os desvelo esta intrigante coincidencia) Porque lo primero que maravilla de Arles es que toda ella es “un museo al aire libre”. Tratar de ver “todo lo que hay que ver” (un legado de más de 2.000 años de historia greco-romana) es una tarea ímproba. Hay que marcarse prioridades. Entre los vestigios de su glorioso pasado son ineludibles: el Anfiteatro, el Teatro Antiguo, los Criptopórticos, las Termas de Constantino, la Necrópolis antigua y medieval, Saint Trophime… y así hasta un centenar de monumentos protegidos.
Pero sin olvidarse nunca de visitar la Fundación Van Gogh. El nombre de Arles es inseparable de este genial pintor al que sedujo la armonía y la luz de la ciudad. Éste llegó a ella en 1888 y en 15 meses pintó más de 300 cuadros. Su obra fascinó tanto a Picassso que también éste creó un estrecho vínculo con Arles a través de distintas exposiciones. Pero Picasso también sentía lo que los franceses llaman “la fe di biou” (“la pasión por los toros”), y ésta era otra razón, junto con Hemingway y tantos otros intelectuales de la época, por la que acudía a la corridas de toros de Arles y se hospedara en el Hotel Nord Pinus, al igual que lo hicieran otros famosos personajes aunque por motivos artísticos e históricos de la ciudad.
Aix-en-Provence, ciudad de ensueño
Hay ciudades que te hechizan desde los primeros momentos de pisarlas. Al respirar su acogedor e inspirador ambiente, tu mente curiosa se aviva para tratar de descubrir dónde radica su magia. Este es el caso de Aix-en-Provence. Una ciudad con una luz y un clima privilegiados que te impulsan a pasear por ella con rumbo o sin él. Por las calles del centro—la mayoría peatonal—caminan sus habitantes con un semblante sosegado y sonriente. O se instalan en sus múltiples terrazas donde la gente come, bebe, habla, toma café o aperitivo, o, simplemente, lee el periódico. Como si el tiempo no importara. De hecho, Elena G. Benlloch, una joven periodista que me acompaña, al percibir las saludables sensaciones que transmite la ciudad, no puede evitar exteriorizar su sentimiento susurrándome: “¡Me encantaría vivir aquí!”
El Cours Mirabeau, una de sus vías más concurridas, te permite admirar con absoluta tranquilidad atractivos palacetes del Medievo, junto a elegantes boutiques, heladerías, librerías y pastelerías en las que se exhibe su famoso dulce calisson. A cada paso aparecen coquetas plazas en las que, cada una de ellas, posee una artística fuente. Como la de Neuf-Canons o la d´Eau Chaude (a 18º) y tantas otras. El suave rumor del agua te acompaña siempre en Aix (“aix” significa “agua” en lenguaje antiguo).Merece también la pena acercarse a sus coloridos mercados callejeros, donde se puede adquirir quesos de mil sabores, vinos –nada que envidiar a los de Burdeos o los Borgoña—o las muy típicas frutas confitadas glaseadas.
Tras los pasos de Cezanne
Al pintor Paul Cezanne le fascinaba Aix-en-Provence. Un apego que él resumía en pocas palabras: “Cuando uno ha nacido allí, está perdido, no hay nada que le inspire más en otro lugar”. El viajero amante del arte puede adentrarse en la intimidad del artista visitando su taller en el que se conservan sus vestimentas, herramientas y objetos personales. Cezanne nació y murió en su ciudad. Nunca abandonó la Provenza porque descubrió en ella “el arte de vivir”. Y, como también declaraba Zola, “Una tierra propicia para soñar e idealizar el mundo”