La primera vez que tuve la oportunidad de visitar Sabadell fue hace más de 35 años. En aquella época yo era un joven estudiante de diseño y, durante mis prácticas profesionales, debía visitar la potente industria establecida en aquella ciudad y su área de influencia. Si bien se trataba de un lugar que me era completamente ajeno, había algo en Sabadell que me llamaba poderosamente la atención y que me gustaba especialmente: su cultura de pueblo, aquello que yo tanto echaba de menos y tanto necesitaba, siendo yo como era un chico de provincias. Durante estos años, aunque con largos periodos de ausencia, he seguido visitando Sabadell, últimamente con mayor frecuencia por motivos profesionales, y lo cierto es que siempre que vuelvo me siento como en casa.
Sabadell está situada a 19 kilómetros (26 kilómetros por carretera) de mi amada Barcelona y es una ciudad que se creó, tal como hoy la conocemos, en el siglo XI, en torno a la actual Capilla de San Félix, y nació ya con una clara vocación productiva y comercial, como revelan los primeros molinos de harina establecidos junto al río Ripoll.
Su evolución como urbe ha estado marcada por la consolidación de la industria del textil y sus derivados durante el siglo XIX (aunque siglos antes ya apuntaba una incipiente actividad vinculada con los tintes), a la que está tan íntimamente ligada, hasta el punto de ser conocida como la “Manchester hispana”. Fue durante el siglo XX cuando la ciudad llegó a experimentar su mayor crecimiento, ligado a las industrias del textil y la metalurgia, y cuando adquirió su actual fisonomía.
Sabadell es un indiscutible destino turístico para los amantes de la industria, pero no menos importante lo es para los amantes de la cultura, dada su febril y variada oferta de actividades de esta naturaleza: su extraordinaria temporada de ópera, organizada por Associació d’Amics de l’Òpera de Sabadell y la Orquesta Sinfónica del Vallés, sus cuatro teatros, su centro municipal de creación y producción de artes escénicas, musicales y plásticas, así como sus museos (Museu d Art de Sabadell, Museu d Eines del Camp, Museo del Gas, Museo del Institut Catalá de Paleontologia Miquel Crusafont, …) dan fe de ello.
Muy recomendable también es la ruta modernista que recorre distintas calles de la ciudad y que nos adentra en una significativa muestra de esta tendencia arquitectónica; sirvan como ejemplo la Casa Arimon, el Hotel Suis, la Casa Ponsà, la Escuela Enric Cassassas, el Despacho Genis i Pont, el lavadero de la Font Nova, el Despacho Lluch, la Escuela Sagrada Familia, el Edificio Modernista de Unninc Banco la Antigua Escuela Industrial de Artes y Oficios.
Una edificación que siempre me ha llamado poderosamente la atención por su gran belleza es la Iglesia de Sant Agustí, anexa al Colegio Escola Pia, sin duda mi edificio preferido de la ciudad y al que vuelvo siempre que tengo oportunidad.
También es recomendable la visita a las chimeneas industriales del siglo XIX (en la actualidad se conservan 45), un vestigio de su patrimonio histórico vinculado a la industria textil y al pulmón verde de la ciudad, el Parque de Cataluña, una extensión de 43 hectáreas que cuenta con un lago artificial de más de 8.000 m2 y que alberga el que alberga el Observatorio Astronómico.
Finalmente, no podemos despedirnos de Sabadell sin hacer dos cosas: pasear por los aledaños de su Mercado Central, un edificio que data de 1930 donde bulle la efervescente vida de la ciudad, y tomarse un aperitivo plácidamente en alguno de los múltiples bares que lo circundan; y, si nuestra visita coincide con la temporada, asistir a una actuación de los Saballuts, la prestigiosa colla castellera de Sabadell, un auténtico espectáculo enraizado en la cultura catalana que siempre nos deja boquiabiertos.