Vacaciones en el mar

Entre todas las fórmulas existentes de ocio, la del crucero goza de unas características que la diferencian sustancialmente de las demás. Las vacaciones en el mar poseen efectos terapéuticos y taumatúrgicos indispensables para aquellas personas que necesitan huir de la realidad por unos días…


“Nos complace darle nuestra más cordial bienvenida a bordo y esperamos que su espíritu esté preparado para pasar unas vacaciones maravillosas en este crucero”. Quizá a algún viajero se le pueda antojar exagerada la premonitoria excelencia del mensaje de la tripulación del barco. Pero puede asegurarse que, de todas las fórmulas de vacación que se conocen, realizar un crucero es una experiencia radicalmente distinta a todas las demás. El crucero contiene ingredientes mágicos en los que el tiempo y el espacio parecen suspendidos. Y, para aquellas  personas que arrastran junto a su equipaje preocupaciones o problemas, este tipo de vacación surte extraordinarios efectos terapéuticos y taumatúrgicos. La ruptura con la cotidianidad es total. ¡El crucero es un escape para las personas que no pueden soportar las drogas!

De las múltiples lecturas psicológicas que podrían extraerse del  análisis de las vacaciones en general, deberíamos, ante todo, referirnos a las de las motivaciones personales que la gente busca satisfacer –a menudo, infructuosamente—en su tiempo libre. La psicología en marketing turístico ha descubierto los diversos complejos que el ser humano trata de compensar en sus vacaciones. Voilà:

Complejo de Santo Tomás: necesidad de ver y tocar por sí mismo las ensoñaciones que los vistosos folletos de las agencias de viaje prometen mostrar; Complejo de reo o “búsqueda de la descomprensión: necesidad de escapar de todas las presiones colectivas,  profesionales, familiares y sociales; Complejo de bebé: deseos de hacer lo que está “prohibido”: tomar un helado a cualquier hora del día, embutirse unas bermudas floreadas, saltarse las horas de la cena, etc.; Complejo de Atila: aspirar a contactar con otras gentes, otras culturas, que te ayuden a huir de tu entorno habitual; Complejo de Casanova: necesidad de seducir o flirtear; Complejo de Tarzán: necesidad biológica de oxigenarse y reencontrarse con la naturaleza; Complejo de Walter Mitty: derecho a soñar o a salirse de su personaje ordinario y huir de las responsabilidades cotidianas, etc. ¡El catálogo de motivaciones vacacionales podría  alargarse hasta dar la vuelta al mundo!

Pues, bien,  una de las fórmulas vacacionales que más ayuda a superar todos esos complejos es el crucero.  A partir del instante en que el barco suelta amarras, se empieza a vivir una nueva vida  que nada tiene que ver con la terrenal. No es, ni mucho menos, o una metáfora sobre la muerte. Todo lo contrario. Es abandonar una realidad para adentrarse en otra. La vida marítima se convierte así en otro mundo que te desvincula del que procedes. Traspasa lo cotidiano para convertirlo todo en extraordinario. ¡Vivir en el mar transforma al ser humano en extraterrestre!

Las vacaciones en el mar son una experiencia excitante. A bordo aguarda al viajero un entorno de evasión, entretenimiento y cultura. Se puede elegir y disfrutar de múltiples actividades: espectáculos, casinos, gimnasios, talasoterapia, piscinas, fiestas, bailes, salones de juego, restaurantes, conferencias, cursos, cine y deportes. Asimismo, la exquisita y abundante gastronomía (el pecado de gula está permitido), compartida en almuerzos y cenas brinda la oportunidad de hacer nuevos y, tal vez, buenos amigos. El crucero, por tanto, propone una visión multidimensional del tiempo libre, que uno puede vivir a su propio ritmo: trasnochar en cubierta o despertarse a cualquier hora mientras el buque sigue incansable su itinerario. Porque, por si esto fuera poco, las escalas del barco permiten descubrir paisajes, gentes, y culturas distintas con las que enriquecer el espíritu. Para los amantes del mar y  la naturaleza, las playas de fantasía, las puestas de sol y el relax nada mejor que embarcarse en un buque  para navegar por el Mediterráneo, el Caribe, el Báltico, las islas griegas, o el mismísimo Oriente. Los amantes de la naturaleza salvaje, los fiordos, las playas, la historia, los monumentos, los paisajes y las islas románticas tienen el placer asegurado.  Como afirma F. Pananti. “La vida  es un libro del que, quien no ha visto más que su patria, no ha leído más que una página”

Por otro lado, la tripulación y todo el equipo de animadores y de servicios están especialmente adiestrados para salvar cualquier mínimo obstáculo que pueda impedir a los navegantes alcanzar el grado de bienestar prometido. O, en otros casos,  lograr los fines terapéuticos perseguidos. Porque cuando el ser humano no puede elegir entre la lucha o la huida acaba enfermando. En este sentido, las vacaciones en el mar sirven de perfecto refugio a las frustraciones y las decepciones  no asumidas y que se han colado ya en el inconsciente. ¡Se rumorea que psiquiatras y psicólogos desearían denunciar a las navieras por intrusismo!

Todo el mundo debería tener la posibilidad de vivir la fantasía de un crucero. Diluir su identidad en las aguas aislándose de la tierra. Suspender su cotidianeidad por un tiempo. Estimular sus sentidos y su imaginación aletargados por la rutina. Y, para los estresados, deprimidos, acomplejados o frustrados no existe mejor receta para la salud.  El crucero, para éstos, no es un lujo, es una necesidad que debería ser subvencionada por la Seguridad Social. ¡No en vano, mi amigo el escritor Jesús Torbado, afirma que el que el que viaja, a la vez que amplia su espacio, alarga su vida!

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