Siempre he creído que el verdadero viajero deja su país en busca de la diversidad. Si mi apreciación fuera cierta, Aysén-Patagonia sería el destino ideal para muchos trotamundos y turistas en general.
Reconocido por expertos viajeros y ‘tour operadores’ internacionales, la Carretera Austral es una ruta que te acerca a la “diversidad total”. A lugares que es muy difícil que no te emocionen. Descubres escenarios que muestran la naturaleza en todo su esplendor y que invitan a detenerte a cada rato para contemplarlos con detalle.
Vista del Lago General Carrera (foto: F.G.)
La Carretera Austral posee tramos que pueden recorrerse en barcazas o lanchas bordeando bosques, ventisqueros, pampas, fiordos y lagunas que te van envolviendo el espíritu como en un cuento de gnomos. La riqueza paisajística del país la describe, como ningún otro escritor ha sabido hacerlo, el escritor Benjamín Subercaseux: “Chile, contrariamente a otros países, posee una geografía que supera el sentimiento nacional del pueblo que lo habita”.
Parque Nacional Queulat y su Ventisquero Colgante
Accesible por la Carretera Austral (Ruta 7 Norte) llego al Parque Nacional Queulat. Uno de los más visitados. El motivo por el que este parque recibe tantos viajeros es el Ventisquero Colgante, que nutre de cascadas y ríos a una exuberante vegetación debido a su clima costero lluvioso. Se puede llegar a él subiendo por varios senderos hasta alcanzar un Mirador (200 metros). Es irresistible no sentarse ante el ventisquero para contemplar en silencio el imponente susurro de las cascadas que caen en la laguna.
Una laguna que hace tan sólo unos años era un auténtico glaciar (habría que invitar allí a Donald Trump para que constatase con sus propios ojos que el “cambio climático” no es un invento de los científicos). El parque cuenta con áreas de camping y merienda y permite recorrerlo para apreciar su variada flora y fauna. Y unos baños de lo más modernos: pareciera que hubiera pasado por allí ¡el mismísimo Bansky!
Lavabos del Parque Nacional Queulat (Foto: F.G.)
Finalmente, embarco en Bahía Dorita para cruzar el fiordo hacia “Puyuhuapi Lodge & Spa”, un establecimiento próximo a la pintoresca localidad del mismo nombre, con clara influencia arquitectónica alemana. Enclavado en un silencioso fiordo, emerge este romántico y acogedor lodge que seduce por su estratégica ubicación (sólo accesible por mar) y la imponente vegetación que lo rodea. Naturaleza, aventura y desconexión son los protagonistas de esta experiencia en la que convergen, además, el agua termal, de mar y de los deshielos.
Es impagable contemplar aquí, en absoluto silencio, las aguas del Pacífico desde la propia terraza de tu pieza o desde los acogedores salones del Puyuhuapi, saboreando un ‘pisco sour’ tras otro. O esperando, quizá, que, en cualquier momento, desembarque por allí cualquier famoso actor o actriz en busca de su intimidad perdida.
Embarcadero de Puyuhuapi (foto: F.G.)
En este lugar, como en tantos otros de la región patagónica, se puede practicar la pesca, navegar en kayak o penetrar en bosques impenetrables –valga la contradicción–, tratando de descubrir rincones del fiordo que aún nadie ha pisado. Aquí no importa el tiempo. Nada importa, salvo no dejar de soñar despierto. Aunque corras el riesgo del gran viajero y escritor Benjamín Disraeli: “Yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he visto”.