A lo largo de la historia, Bratislava, antigua Presburgo, fue habitada por celtas, romanos, alemanes, húngaros, judíos, eslavos… hasta que en 1918 se convirtió en parte de Checoslovaquia y, tras la “Revolución pacífica del terciopelo”, en 1993, Eslovaquia pasó a ser un estado independiente con Bratislava como su capital.
Su azarosa historia ha dejado una gran riqueza multicultural y multiétnica en el país, sobretodo en su capital, donde también se concentra la mayor densidad de la población eslava.
Situada a orillas del maravilloso e impresionante río Danubio, sigue siendo una de las capitales más desconocidas de Europa, situación que poco a poco está cambiando pues está solo a 60 Km de Viena y, los turistas que visitan la capital de Austria, suelen tomarse dos días en su viaje para visitarla, sorprendiéndose con lo que se encuentran.
Porque Bratislava es una ciudad que enamora, por la alegría de sus habitantes, por lo coqueto de su centro histórico, por la tranquilidad que se respira y porque, en la noche, cuando los monumentos se iluminan embelleciendo aún más la ciudad, la música y la contagiosa alegría de habitantes y visitantes inunda las calles. Esta ciudad posee ocho universidades (Matías Corvino fundo la primera en 1467), con 60 mil estudiantes que la mantienen siempre joven y alegre.
Bratislava ofrece una gran variedad de establecimientos donde descansar sobresaliendo el Grand Hotel River Park, que construido combinando cristal, metal y madera le dan una estética muy particular y, por estar situado en una de las orillas de Danubio, permite que, desde las habitaciones, tengas unas vistas espectaculares del mismo. Desayunar o tomar una copa en la terraza frente al maravilloso río es algo impagable e inolvidable.
Desde el hotel podemos pasear hasta la ciudad vieja siguiendo la dirección del río donde algunos barcos amarrados funcionan como hoteles, como restaurantes, barcos con cerveza de elaboración propia, un “barco teatro” y algunos barcos cruceros. El Danubio es un rio vivo y son muchas las actividades que se realizan en él y con él como protagonista, destacando el divertido y excitante paseo a bordo de las lanchas rápidas, que elevan tu adrenalina a lo más alto y que te hacen disfrutar como si fueras un adolescente.
Lo primero que divisamos es el vigilante y altivo Castillo de la ciudad que, al estar situado en lo más alto de una de las colinas que rodean Bratislava, es visible desde muchos puntos de la misma. Sufrió incendios, destrucciones y abandono hasta que, en 1953, se restauró al estilo de la reina Maria Teresa para volver a lucir tal y como lo conocemos ahora, aunque conserva, como testigo de historia, una ventana gótica en su fachada barroca. La reina lo habitó en numerosas ocasiones, para cumplir la promesa hecha a la nobleza húngara de pasar más tiempo en Hungría, pues desde 1536 hasta 1782, Bratislava fue capital del Reino Húngaro. Al castillo se accede por la antigua Puerta de Segismundo, las más antigua y bonita, y nos encontramos con un edificio de simetría robusta y con aspecto de fortaleza donde, las cuatro torres de sus vértices, le dan un aspecto de mesa invertida, lo que ha generado, a lo largo de los siglos, la siguiente leyenda: los habitantes del castillo, con cierta frecuencia, se despertaban como si hubieran sido golpeados y se encontraban con los cuadros tirados por los suelos, las vajillas rotas y, en fin, todo desordenado. Para aclarar el misterio, la reina mando llamar a la bruja del reino quien dijo que el culpable era el “Klingsor”, un gigante brujo transilvano que, en su viaje a su tierra natal de Baviera, se detenía en Bratislava donde, al ver el castillo-mesa, lo giraba para dormir y descansar en él y, por la mañana, lo volvía a girar para ponerlo en la posición inicial. La bruja mandó un mensaje a su “colega” para que dejara tranquilo al castillo y desde entonces nadie más ha vuelto a quejarse. En la actualidad el castillo es sede de algunas de las mejores colecciones del Museo Nacional Eslovaco como la actual “Tesoros de Eslovaquia a lo largo del tiempo”.
Los jardines que lo rodean permiten ver una panorámica preciosa de la ciudad a sus pies, fotografía inexcusable de los turistas. Y, bajo su colina se encuentra un cementerio judío, construido sobre otro del siglo XVII, destruido en su mayoría por la construcción del túnel para el tráfico, que contiene interesantes tumbas de importantes rabinos, destacando la de Chatam Sofer, un prominente rabino del siglo XIX.
El historiador y escritor Vladimír Tomcik, asegura que en Europa no hubo una ciudad más tolerante que Bratislava, pues en 1900 contaba en la misma calle con la católica Catedral de San Martín, una sinagoga, la iglesia ortodoxa de San Nicolás, una “yeshivá” ortodoxa (centro de estudios de la Torá y del Talmud) y hasta una capilla musulmana, e incluso antes, en 1609, hubo una misa común de un sacerdote católico, luterano y calvinista.
Para pasear por la ciudad Vieja de Bratislava, puedes tomar uno de los encantadores y tradicionales tranvías y trolebuses que recorren sus calles, mostrándote lo más destacable de la ciudad en diferentes idiomas, incluidos el español o incluso el japonés, lo que da una idea del esfuerzo que se está haciendo en lo que a turismo se refiere, o puedes recorrerla de la mano del magnífico guía Jozef Steis que adornará sus explicaciones con leyendas y curiosidades que he recogido en este artículo. ¡Gracias Jozef!.
Comenzamos nuestra visita a la ciudad viaje o “La Store Mesto”, deteniéndonos en la gótica Catedral de San Martin. Es algo complicado acceder a ella por estar tan cerca de la carretera, pero no hay que dejar de visitarla porque es uno de los más importantes monumentos de Eslovaquia. Del siglo XVI, en ella se llegaron a celebrar 19 coronaciones, que son recordadas por la maqueta de la corona de San Esteban situada en el espigón de la torre. Estas ceremonias eran brillantes y contaban con un estricto protocolo y con interminables fiestas rememoradas por las pequeñas coronas de latón, encajadas en los adoquines de la zona peatonal y por el Festival de Coronación que se celebra el último sábado de junio. En su interior, una preciosa bóveda de crucería y vidrieras policromadas vienesas de segunda mitad del siglo XIX. En esta Catedral, en 1834 resonó el “Réquiem” de Mozart, al año siguiente la “Misa Solemne” de Beethoven, quien compuso para Bratislava la cantata “Canción del sacrificio” y, me sorprendió saber que, su famosa “Sonata Claro de Luna “, fue compuesta en Eslovaquia. También Franz Liszt tuvo una estrecha relación con la ciudad y se le atribuye la frase “en Bratislava se decidió mi destino”, además en la Catedral de San Martín dirigió su “Misa de Coronación”. Es indudable la relación de esta ciudad con la música y su importancia; Hummel, famoso virtuosos del piano en la época de la transición del clasicismo al romanticismo, nació en Bratislava.
Desde la Catedral nos dirigimos al boulevard “Hviezdoslavovo Namesti”, donde coexisten algunos palacios señoriales con pequeñas tiendas, restaurantes, heladerías o puestos de “souvenirs”. Entre los árboles, nos sorprende una escultura de Hans Christian Andersen, rodeado de alguno de los personajes de sus cuentos como “El caracol”, “El soldadito de plomo” o “El emperador desnudo”. El escritor visito la ciudad en 1841 y, a petición de sus habitantes de que les contara un cuento, respondió: “Me piden que les cuente un cuento ¿para qué? Si vuestra ciudad es un cuento”. Incluso se dice que, tanto “El patito feo” como “La pequeña cerillera”, fueron cuentos inspirados en esta ciudad.
Una fuente rinde homenaje al poeta eslovaco Pavol Országh-Hviezdoslav, uno de los líderes de la literatura eslovaca de finales del siglo XIX y llegamos al Teatro Nacional Eslovaco, de 1886, que tiene una fachada neo-renacentista decorada con los bustos de famosos dramaturgos y compositores. Y, frente al mismo, una fuente de bronce y mármol de 1888, que simboliza a la joven troyana Ganímedes volando sobre Zeus convertido en águila y, en la parte central, los animales típicos del Danubio de entonces, como las langostas, las ranas o las tortugas…
A un lado del teatro, se encuentra el edificio Reduta, construido a principios del siglo XX en el lugar donde existía un antiguo granero barroco del siglo XVIII, donde conviven la Filarmónica Eslovaca, un elegante restaurante y el mayor casino de la ciudad.
El Hotel Carlton, del que yo desconocía su origen eslavo, pues su nombre está formado por los de Carl y Tonka Palugyay, una adinerada familia que producía vino espumoso, tipo champagne, muy apreciado en el país, surgió de la combinación de tres edificios y, durante varias décadas, fue uno de los mejores hoteles europeos.
En su interior, el Café Savoy, era el punto de encuentro preferido por los literatos, estudiantes, profesionales…. En su libro de visitas se registraron personalidades de la talle Thomas Édison, Alfred Nobel o Theodore Roosevelt. El menú de su carta ofrece una cuidada selección de platos de verduras de temporada, pescado de agua dulce o carne de producción local de gran calidad y con una presentación muy cuidada. Frente a él, la “Fuente danzante” señala la hora con sonidos y luces.
Es sorprendente la cantidad de esculturas que adornan la ciudad, alrededor de 150 estatuas y, entre las más conocidas en la esquina de las calles “Rybarska” y “Panska”, la estatua de «Cumil», uno de los iconos de Bratislava; un trabajador que se asoma por encima de la alcantarilla para ver lo que pasa y que posee su propia señal de tráfico advirtiendo de su presencia. Y, solo unos pasos más adelante, la escultura de “Schoner Naci”, inspirado en un personaje histórico real de principios del Siglo XX, Ignác Lamár, del que la leyenda dice que su mujer lo abandonó antes de la boda por lo que enloqueció y, desde entonces, paseaba por las calles, siempre muy elegantemente vestido con sombrero de copa y frac ,aunque era un hombre pobre. La tradición dice que si te colocas bajo su sombrero volverás a la ciudad.
(continúa……)