En 1999, en Italia, nació un movimiento denominado cittaslow, un término compuesto a partir de la palabra italiana citta (ciudad) y la inglesa slow (lento). Basado en el concepto del slow food o comida lenta, tan en boga en esa época, el fin de este movimiento era plantear una resistencia a la creciente americanización social y cultural de la época, potenciando la calidad de vida y la diversidad cultural, entre otros aspectos.
Más tarde, partiendo de esta premisa, nacieron los llamados destinos slow, que son aquellos destinos con una marcada política de respeto al medio ambiente, que potencian la sostenibilidad, protegen el territorio de la ocupación irracional y desmedida, y que promueven la hospitalidad, el respeto a las tradiciones y a la cultura popular.
Los destinos slow son eminentemente verdes, tranquilos y sosegados, en los que prima la cultura y la gastronomía popular, el comercio tradicional, la artesanía, la gastronomía local y de temporada, la sostenibilidad, las energías alternativas limpias, la riqueza paisajística y donde los viajeros (me cuesta en este caso usar el término “turistas”) conviven en perfecta armonía con los nativos y residentes del lugar, evitando la invasión y la colonización por parte de la cultura de los visitantes. El destino slow, es, en esencia, un destino experiencial.
Una de las características más importantes de estos destinos radica en el tipo de alojamiento y en su tamaño. Son establecimientos más pequeños, más humanos, que respetan la arquitectura popular y las decoraciones tradicionales, considerados con el medio ambiente y que fomentan el trato familiar, directo y emocional.
El cliente de los destinos slow forma parte de una incipiente cultura de respeto al entorno y a la naturaleza, de celebrar la vida desde la consideración hacia los demás y hacia la conservación del medio, las tradiciones, la cultura popular; de valorar y potenciar lo local frente a lo global. Los clientes slow tienen su propio estilo de vida, por lo que los productos y servicios que se les ofrezcan no solo han de ir encaminados a satisfacer sus expectativas y necesidades, sino que además deben estar en línea con este modus vivendi.
En Canarias tenemos algunos buenos ejemplos de destinos slow en El Hierro, La Gomera y algunas zonas de La Palma, donde la naturaleza, la biodiversidad, la cultura, la gastronomía y las tradiciones conviven en perfecta armonía con el visitante que reciben.