Berlín y su “Catalonian Cream”

Encontrar en Londres o Nueva York un restaurante español donde en su menú incluya “gazpacho andaluz” o “paella”resulta hoy bastante normal. Siempre hay andaluces, valencianos, catalanes o vascos, por ejemplo, que, al socaire de la internacionalización que ha alcanzado la cocina y los caldos hispanos, se atreven a trasladar sus negocios de restauración fuera de nuestras fronteras. Actualmente, además, los sabores “Made in Spain” están más de moda que nunca. No sólo en su vertiente más popular como los típicos platos antes citados, sino como sinónimo de exquisitez y calidad. Basta recordar, en este sentido, el fenómeno mundial que supuso el reverenciado Ferrán Adriá con sus revolucionarias fórmulas emanadas de su laboratorio de Roses. A veces, tan discutido éste,  que sus menús ofrecen dos posibilidades: tomarlo o dejarlo.

Lo que no es tan normal es que en restaurantes extranjeros, muy respetuosos con su gastronomía local, esto es, caracterizadas sus cocinas casi exclusivamente por proponer a su clientela menús típicos de su país, incorporen en su carta alguna receta ajena a sus raíces. Pero este el caso con que se topó este escritor al visitar recientemente en Berlín el Restaurante Aigner  /Französische Strasse, 25; www.aigner-gendarmenmarkt.de). Tras degustar dos platos eminentemente étnicos, la sorpresa saltó en el postre: ¡”Catalonian Cream”! Es decir, al tan tradicional Aigner, con su codillo de cerdo, su picadillo de buey o sus bolas de patata hervida, parece no sólo no importarle, sino sentirse orgulloso de “transgredir” sus hábitos culinarios berlineses si de la Crema Catalana se trata. Como se sabe, es éste uno de los más típicos postres catalanes que, con esmerada elaboración, no suele faltar en ningún restaurante del país catalán, y que, ahora, obtiene también reconocimiento en los tan  tradicionales gustos germanos. Y, probablemente, en otros que este autor desconoce. Que no falte, pues, por lo que  a mis gustos  personales se refiere, Crema Catalana en toda cita gastronómica que se precie allende las fronteras.  La vida es, a veces,  tan amarga que abre a diario las ganas de comer dulce.

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Foto: Alexander Herman