¿Por qué se viaja? Psicología del viaje: motivaciones

En la antigüedad los filósofos odiaban viajar. Lo consideraban una forma grosera de restarle tiempo a sus sedentarias vidas. Hoy, a cualquier viajero o turista, le resultaría -difícil compartir esta idea. Viajar es una palabra mágica, sin sinónimo que la pueda reemplazar. Una excelente fórmula de pensar el mundo. De ser otro, sin dejar de ser uno mismo. De enriquecerse cultural e intelectualmente. No en balde, afirmaba F. Pananti que “la vida es un libro del que, quien no ha visto más que su propio país, no ha leído más que la primera página”. De hecho, el Dalai Lama, en consonancia con esta idea,  considera el viajar casi como una obligación: “Todos los años hay que ir a un sitio donde no has estado nunca”.

¿Quién no ha sentido alguna vez el impulso de salir a recorrer el mundo? ¿Quién no ha pensado alguna vez en viajar lejos para dejar de ser quién es? ¿Quién no ha deseado alguna vez  viajar para escapar de la rutina? ¿Quién no ha anhelado viajar a cualquier remoto lugar para encontrarse a sí mismo? Son muchas las motivaciones por las que el ser humano viaja. Sean éstas conscientes o inconscientes, lo que  persigue el inconformista mediante el viaje es algún tipo de satisfacción que le falta. Un viajero es, en suma, un enigma cuya respuesta puede ser distinta en cada caso particular.

El viajero vocacional, a diferencia del turista convencional, ya no compra un “programa de viaje”, sino que busca sentimientos, emociones, experiencias, y las historias que hay detrás de éstas. Le fascina traspasar sus límites cotidianos. Romper las barreras protectoras. El viajero vocacional está más predispuesto a visitar una tribu amazónica en plena selva o a convivir con unos nómadas de Mongolia, que a ver los lugares de interés turístico de una ciudad o tumbarse al sol en una playa caribeña bajo la fórmula del “todo incluido” El viajero vocacional, a diferencia del turista convencional, busca la diversidad y lo diferente.  Al contrario de un sedentario,  prefiere recorrer mundo, que sentarse en el sofá de su casa, esperando que el mundo llame a su puerta. Si los seres humanos y las costumbres fueran iguales en todos los sitios carecería de sentido viajar. Tal vez, una de las motivaciones inconscientes del viajero vocacional, como señala el escritor y viajero Rafael Chirbes, es que “El deseo de viajar oculta una melancolía por vidas no vividas”

En términos generales, unos y otros viajan en busca de alguna recompensa psicológica, física, social, cultural. Aunque la tendencia del turista convencional se oriente más a liberarse del trabajo, la rutina, o cualesquiera sean los problemas de su vida cotidiana, -sin olvidar, obviamente, el simple disfrute de su tiempo de ocio-, qué indagar en el afuera para ver cómo discurren otras vidas en otros lugares diferentes al suyo.

El cualquier caso, el ser humano siempre se ha sentido fascinado por traspasar sus límites cotidianos. Cuando el presentador de un popular programa de televisión (Lo sabe, no lo sabe) les preguntaba a los concursantes qué harían con el dinero que podrían conseguir con su participación, la mayoría de ellos respondía sin pensar: “Un viaje”. Algo que casi todas las personas parecen perseguir hoy como un sueño. Y es que el deseo de viajar es una condición inherente al ser humano. Desplazarse de un lugar a otro para descubrir otras culturas, otras gentes, otros paisajes ha sido siempre, desde los albores de la Humanidad, un sueño que ha intrigado a la mayoría. Un impulso natural que ha acompañado siempre al ser humano. Nadie se explica cómo éste se expandió tan rápidamente desde África hasta lugares imposibles de alcanzar, como Australia o Indonesia colonizada hace más de 60.000 años a. de C., mucho antes de que los seres humanos pudieran navegar  Y que, en la actualidad se ha convertido en un fenómeno social que mueve, según datos de la OMT, a más de mil millones de personas al año.

En realidad la especie humana nació viajando para sobrevivir. Pero desde que ésta posee un lugar de pertenencia, las motivaciones por las que lo hace son muy distintas. Pueden ser tantas como viajeros. Y las razones por las que se viaja son, en muchos casos, lo que distingue a un viajero de un turista.  Aunque la mayor dificultad no reside en elegir un lugar, sino en lograr satisfacer las necesidades psicológicas o sociales de cada uno. Quizá todos tenemos otra razón común para viajar: comprobar cómo somos cuando salimos de nosotros mismos. Experimentar alternativas de manifestarnos como personas para corroborar que existimos. Así que, quizá no importe tanto el destino como uno mismo y sus circunstancias, como bien sostenía Ortega y Gasset. No es, pues, que el viajar sea una cuestión de vida o muerte. ¡Es mucho más serio que esto!

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