Descalzarse antes de entrar en el hogar es una tradición que se practica en algunos países de Asia Central. Las razones de este hábito se relacionan con el respeto y la higiene doméstica. Sin embargo, en algunas casas occidentales están adoptando ahora esta costumbre como una prevención para no correr riesgos de salud al transportar las suelas del calzado numerosas bacterias. ¿Hasta qué punto es peligroso entrar en casa calzado?
¿Tendré algún tomate en los calcetines? Éste fue el primer pensamiento que me asaltó cuando, hace muchos años, fui invitado por una familia iraní a su casa de Khorog, en las montañas Palmir de Tajikistán. Allí me sentí obligado –junto con otros asistentes—a descalzarme antes de entrar a su vivienda y dejar los zapatos en el exterior de la misma para caminar después, eso sí, sobre mullidas alfombras. En algunos países del Asia Central y Oriente Medio (también en Japón) es una tradición que sorprende al visitante extranjero. Aunque, desde un punto de vista de higiene doméstica, tiene mucho sentido (aparte de otras razones culturales: en Turquía, por ejemplo, es tradición honrar a los muertos colocando sus zapatos a las puertas de las casas). Se trata de evitar que el polvo o la tierra adheridos a las suelas de los zapatos ensucien el suelo de la vivienda.
¿A descalzarse toca?
De hecho, aunque son aún muy escasos, en algunos hogares occidentales han adoptado esta tradición oriental y sus residentes se descalzan tan pronto entran en su vivienda, dejando su calzado, a diferencia de los orientales, en un coqueto armario zapatero habilitado a tal efecto en el recibidor, antes de internarse en su hogar, no sin antes haberse calzado unas cómodas y aliviadoras pantuflas. Los más sorprendidos por esta costumbre “importada” son los amigos y conocidos que visitan estas casas y son invitados también a descalzarse tal cual hacen sus anfitriones. Como si la opinión del visitante no contara. Algo así como reza el cartel de Ashram Rajneesa: “Dejen sus zapatos y mentes en la puerta”
Los visitantes tienen distintas percepciones sobre esta situación. Creen que sus amigos son unos excéntricos. O unos quisquillosos que han incorporado esta costumbre para evitar que los zapatos arrastren la suciedad adherida a sus suelas a sus impolutas y caras alfombras persas o, al suelo del piso. O, simplemente, quieren hacerlos sentir cómodos, “como si estuvieran en su propia casa”. Sin importarles si realmente esto les hace sentir así o más bien les incomoda. Los visitantes más curiosos o suspicaces incluso piensan si esta nueva costumbre no tiene por objeto dar pie a que los anfitriones puedan presumir de sus exóticos viajes al preguntarles aquéllos de dónde han copiado este hábito. Cuestión que tampoco formulan para no comprometer su cultura geográfica si la respuesta es “Kyrgistán o Tajikistán”, que les suenan a tañidos de campanas, pero no saben ubicar estos países en el Mapamundi.
¿Qué hay en la suela de los zapatos?
Pero no seamos tan susceptibles. Otra posibilidad, quizá la más razonable, es que los anfitriones ni sean tan esnobs o raros ni estén tan preocupados por la limpieza doméstica. Tal vez hayan incorporado este hábito en su vida por una cuestión de salud: su preocupación por la posibilidad de introducir en su casa nocivas bacterias procedentes del exterior y acabe enfermando a algún miembro de la familia. Practicar la tradición de no usar los zapatos en la casa, les haría sentir a estos imitadores de tradiciones asiáticas más relajados y seguros en una época en que se recibe tanta presión por los riesgos de la salud, que a menudo no se presta atención a las más básicas medidas de protección.
Y, así es: de una cuestión de salud se trata. Charles P. Gerba, un profesor y microbiólogo de la Universidad de Arizona y su equipo estudiaron cuántas y qué clase de bacterias anidan en las suelas de los zapatos. En 2008, los investigadores siguieron la pista de las os zapatillas que usaron 10 participantes durante dos semanas y descubrieron más de 400.000 bacterias en las suelas de su calzado. Para darnos cuenta de la importancia del hallazgo, pensemos que “un inodoro medio tiene menos de mil” aclara el divulgador científico Javier Jiménez.
Según la investigación de Gerba, de las bacterias identificadas, el 27 por ciento era la E.coli. Una clase de bacteria que vive en el intestino de los humanos y animales, y que puede causar infecciones en el intestino, el tracto urinario, así como también provocar enfermedades como meningitis y graves diarreas, entre otras. La abundancia de esta bacteria puede deberse al frecuente contacto con materia fecal tanto en los suelos de los cuartos de baño como en la calle. “Nuestro estudio también indica que dicha bacteria puede llevarse desde una larga distancia hasta el propio hogar o espacio personal” declara el doctor Gerba. (Este estudio no fue publicado en su día por estar subvencionado por una firma que experimentaba una máquina de lavar calzado)
¿Quién tiene razón?
Es posible transmitir gérmenes desde tu calzado si te lo tocas y luego llevas tus dedos a la boca o a la cara o ingieres alimentos que han sido recogidos del suelo. Pero el riesgo potencial de que ello suceda en casa es comparativamente bajo, según el microbiólogo Donald W.Schaffner, de la Universidad Rutgers. Fuera de casa hay objetos y superficies que casi todos tocamos frecuentemente (pomos de puertas, pasamanos, dinero) pero raramente nos contagiamos. Asimismo, si ponemos en perspectiva que el suelo de un baño público tiene millones de bacterias y también el asiento del baño, y ninguna de ellas nos ha afectado, no es para alarmarse. Sobre todo, si tenemos la buena costumbre de lavarnos las manos a menudo con agua y jabón. Especialmente, en los baños públicos: es la mejor y más importante medida a tomar para prevenir contagios.
Por lo tanto, aunque a los partidarios de este incipiente movimiento de “andar por casa sin zapatos” no les falte razón, según los científicos, también es cierto que lo contrario tampoco debe generar ningún tipo de preocupación y menos de alarma. Es más, el Dr.- Gilbert, autor del libro “La suciedad es buena”, afirma que hay diversas teorías que sugieren que traer “elementos” del exterior al interior de la casa ayudaría a estimular el sistema inmunológico, particularmente, en el caso de los niños.. En realidad, el riesgo de contraer alguna enfermedad por el uso de calzado en el interior de nuestro hogar no es, por lo tanto –también según los científicos—, proporcional a las extremas medidas que toman los tiquismiquis al prestar tanta atención a los zapatos y su propio hogar. Querer asegurarse obsesivamente la salud de la cabeza a los pies puede convertirse a veces ¡en una enfermedad irritante!