Entre los días 17 y 26 de marzo el Teatro Real de Madrid ofrecerá 9 funciones de La Calisto, de Francesco Cavalli: una insolente, lasciva, hiperbólica y divertida ópera barroca, que se presentará por primera vez en la capital, en una producción procedente de la Ópera Estatal de Baviera. Al prolífico compositor Francesco Cavalli (1602-1676) se le atribuye el origen de la ópera en Venecia y su consolidación como género artístico popular, que llegó a llenar, a mediados del siglo XVII, seis teatros distintos en la ciudad de los canales. Un público ávido de espectáculo, diversión y transgresión acudía a la ópera para disfrutar de las historias truculentas de sus protagonistas, del ingenio de la maquinaria escénica, de la fantasía de los disfraces y de un mundo de ilusión sin censuras ni barreras.
Un mundo de dioses, ninfas, humor, sexo y crítica social
La Calisto es el epítome de todo esto: una trama llena de humor, sexo, maquinaciones, crítica social y subrepticias resonancias morales; una música inventiva y melodiosa que permite el lucimiento e improvisación de los cantantes; distintas localizaciones para estimular el cambio de telones, trampillas y trucos escénicos; atractivos juegos de transformismo -Calisto es convertida en oso y luego asciende a los cielos en forma de constelación…- y un elenco de personajes fantásticos -dioses, semidioses, ninfas, sátiros…- para exhibición de disfraces exóticos.
David Alden -que dirige su cuarto título en el Teatro Real-, presenta el mundo delirante de La Calisto, con guiños cómplices al espectador de hoy, en un decorado de evocaciones psicodélicas de Paul Steinberg, con figurines inspirados en el comic diseñados por Buki Shiffe iluminación de Pat Collins.
La Calisto surge, en la Venecia del siglo XVII, entre lagunas en penumbra, humores libertarios, libertinos y sulfurosos, disfraces excéntricos de carnaval, que invitan a la transgresión de todos los límites, y entre resonancias de la excomunión del papa Pablo V a toda la Serenísima. Es difícil imaginar que pueda existir una ópera más veneciana que La Calisto. En palabras de Joan Matabosch, “sorprende, de entrada, el veneciano tratamiento lúdico, desacomplejado y humorístico de la sexualidad, pero sería impropio reducir la obra a este único aspecto. A medida que avanza, la trama subida de tono de la ópera de Francesco Cavalli se va impregnando de recogimiento y espiritualidad hasta acabar evocando el sentido de la existencia, la inmortalidad del alma, el precio y los límites del amor y el libre arbitrio concedido por el Creador a sus criaturas”
El derecho de la mujer al amor, al sexo, y a la castidad
Este es, de hecho, el sentido del giro de la acción en el último acto: la esposa celosa de Júpiter, Juno, protectora de la mujer romana legítimamente casada y del matrimonio, cuyo honor está constantemente ultrajado por un esposo voluble, castiga sin piedad a la pobre Calisto convirtiéndola en un oso. Pero la calamidad se transmuta en una bendición cuando Júpiter le otorga la inmortalidad y la asciende al cielo en forma de la constelación Osa Mayor; y, a su vez, al hijo que ha tenido con Calisto lo convierte en la Osa Menor.
Detrás de la delirante trama de la ópera se encuentra el convencimiento, muy de la época, de que el hombre es el juguete de sus pasiones desordenadas. Frente a ellos, las mujeres se defienden con sus propias armas, que varían en las tres estaciones de la vida representadas por los personajes de Calisto, Diana y Linfea. Desde el punto de vista de las mujeres, las proezas amorosas de los hombres son patéticas y estúpidas. Ellas tienen su propia agenda y proclaman que, desde su libre determinación, tienen derecho al amor, al sexo y a que se respete, si se da el caso, su deseo de permanecer castas.
Calisto, servidora de Diana, «ha sido arrancada del bosque para ser convertida en una estrella y –como dice David Alden- luego es abandonada. Es una víctima». “Diana parece fría, agresiva y distante, obsesionada con la decencia, pero está secretamente enamorada del apuesto pastor Endimión, al que declara su fuego bajo los efectos de un sueño profundo que, según cree, le da licencia para dar rienda suelta a sus deseos carnales. E incluso la anciana ninfa Linfea, que está cansada de ser virgen y quiere un marido, proclama a los cuatro vientos «Voglio essere goduta», es decir, que ella también quiere ser gozada”.
El universo del drama heroico-erótico de La Calisto, a la vez poético, truculento, insolente, irónico e histriónico, es un gran teatro de dioses frívolos, castidades falsas y sátiros lúbricos, a los que dan vida un doble reparto de cantantes muy afines al repertorio barroco como Karina Gauvin y Rachel Kelly (L’Eternità / Giunone), Monica Bacelli y Teresa Iervolino (Il Destino / Diana / Le furie), Luca Tittoto y Wolfgang Schwaiger (Giove), Nikolay Borchev y Borja Quiza (Mercurio), Louise Alder y Anna Devin(Calisto), Tim Mead y Xavier Sabata (Endimione), Guy de Mey y Francisco Vas (Linfea), Dominique Visse (La Natura / Satirino / Le furie), Ed Lyon y Juan Sancho (Pane) y Andrea Mastroni (Silvano).
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Fotos: Bayerische Staatsoper de Múnich