Cuando escuchamos el nombre de Samarcanda, la imaginación nos lleva enseguida a caravanas, bazares y cúpulas azules que brillan bajo el sol. Y la verdad es que esa imagen no está muy lejos de la realidad. Samarcanda es una ciudad que guarda siglos de historia, pero que al mismo tiempo se siente viva, llena de gente, de colores y de aromas.
Samarcanda es muy antigua, casi increíble pensar que ya existía hace más de dos milenios. En la época de Tamerlán, un conquistador que soñaba con dejar huella, la ciudad se convirtió en un centro imperial. Y lo logró: todavía hoy podemos caminar por lugares que parecen sacados de un cuento medieval.

El lugar más famoso es el Registán, una plaza monumental rodeada de madrasas decoradas con mosaicos en azul y dorado. Es imposible no quedarse mirando cada detalle.

Uno de mis rincones preferidos es la mezquita Bibi-Khanum. A pesar de que con el tiempo sufrió daños, su tamaño y su historia hacen que se sienta imponente. Estar frente a su gran arco y sus cúpulas turquesa es como viajar a otra época.
También destaca el mausoleo Gur-e Amir, donde descansa Tamerlán, y el observatorio de Ulugh Beg, que recuerda que aquí no solo hubo poder, sino también ciencia y astronomía. Para quienes buscan algo más antiguo, los restos de Afrasiabmuestran la Samarcanda previa a la época timúrida.
Lo que me sorprendió en Samarcanda es cómo las tradiciones todavía están presentes. Hay talleres donde los artesanos hacen cerámica, tejidos o tallas de madera con métodos muy antiguos. Visitar la “Eternal City”, un espacio lleno de artesanos y pequeñas tiendas, se siente como entrar en un museo vivo.
La ciudad también se llena de música con el festival internacional Sharq Taronalari, que reúne a artistas de todo el mundo en la Plaza del Registán. Imagínense un concierto en medio de esas construcciones históricas… inolvidable.

Samarcanda no es solo mirar monumentos. Es sentarse a comer un buen plov —el arroz típico de Uzbekistán— acompañado del pan redondo non, tan denso y aromático que uno entiende por qué es sagrado para los locales. También hay sopas de fideos (lagman) y empanadillas (manti) que reflejan la mezcla de culturas que siempre pasó por estas tierras.
El clima puede ser un reto: los veranos son muy calurosos y los inviernos fríos. Por eso, lo mejor es venir en primavera o en otoño. Además, la ciudad tiene alojamiento para todos: desde hostales sencillos hasta hoteles modernos como los del complejo Silk Road Samarkand.
Llegar es más fácil de lo que parece. Desde Taskent hay un tren rápido, el Afrosiyob, que tarda apenas un par de horas. También hay aeropuerto, con vuelos desde varias capitales de la región.
Samarcanda hoy
Caminar por Samarcanda es sentir que se cruzan dos mundos: el pasado glorioso de la Ruta de la Seda y una ciudad que mira hacia el futuro. Sus cúpulas azules, sus bazares y su hospitalidad hacen que el viaje sea algo más que turismo. Es un encuentro con la historia, con la cultura y con la esencia de Asia Central.
Quizá por eso Samarcanda no se olvida nunca. Porque más que un destino, es una experiencia que se queda en la memoria.