Mal dormidos y sin desayunar. Son las seis de la mañana de un frío mes de octubre y, junto al conductor, otras diez personas van callejeando en una singular caravana de microbuses blan- cos con otros tantos centenares de personas que, mal dormidos y sin desayunar, no cesan de es- cudriñar por las ventanillas.
Poco a poco, los vehículos van desapareciendo por los distintos senderos de piedra que parten desde el asfalto y, en la oscuridad, solo las luces del ya desmem- brado convoy atinan a adivinar un extraño campamento que se reparte sobre el terreno.
Un fogonazo en la noche, al accio- nar un quemador, ilumina nuestro
particular punto de encuentro y podemos vernos las caras mien- tras nos proveemos de café y pas- tas. Ante nosotros, el monstruo de tela emerge y, el que será nuestro vehículo aéreo la próxima hora, se yergue en el justo momento en que la luz del amanecer empieza a intuirse en el horizonte. Nos invi- tan a subir al globo.
Despegamos, tranquilamente, en silencio, nadie levanta la voz, en una ascensión compar- tida por decenas y decenas de globos que se iluminan como luces de navidad.
Ante nosotros, y debajo de no- sotros, mientras flotamos, se ex- tiende Göreme.
¡Gracias, Capadocia!