JORDANIA ES MUCHO MÁS QUE PETRA

Jordania es un país seguro, tranquilo, hospitalario, de fascinante variedad y de hermosos contrastes. Es la tierra del Antiguo Testamento y del Bautismo de Jesús. El país de Petra, de Aqaba en el Mar Rojo, del desierto del Wadi Rum y del Mar Muerto. Antiguo y moderno, cuna de la civilización y símbolo de paz y serenidad.

De norte a sur de este pequeño país se acumulan los vestigios de su agitada historia. Aquí está una de las ciudades romanas mejor conservadas, los mayores mosaicos bizantinos, el esplendor de la cultura nabatea. Aquí está el castillo de Herodes, los antiguos campamentos de Lawrence de Arabia, Sodoma, Gomorra… A veces parece difícil que tanta historia se concentre en tan poca geografía.

Sin duda la joya de los grandes atractivos de Jordania es Petra y es cierto que solo por conocer Petra y su mágico entorno vale la pena hacer el viaje a Jordania, pero el país ofrece mucho más en una abigarrada mezcla de culturas y paisajes.

Jordania es un país de cultura, belleza y sorprendentes contrastes. Es una tierra antigua, y un reino moderno, que ofrece al viajero perspicaz una fascinante diversidad y la tradicional hospitalidad de su pueblo. Pocas naciones pueden presumir de una afinidad tan próxima a las grandes épocas de la historia del mundo y también de su agradable clima durante todo el año. Aquí el verdadero destino de la humanidad se ha visto definido, una y otra vez, en el transcurso de los siglos, dando lugar a espectáculos inigualables de naturaleza y logros humanos.

El viaje suele empezar en Amman, la moderna capital de Jordania, activo centro comercial y administrativo con un gran número de hoteles, restaurantes, galerías de arte y museos. Amman está coronada por la Ciudadela, una colina con las ruinas del Templo de Hércules, el Palacio Omeya y una iglesia bizantina. También aquí arriba se encuentra el Museo Nacional de Arqueología, un recinto un poco destartalado que, sin embargo, alberga un precioso tesoro de todas las épocas, desde cráneos de Jericó de hace 6.000 años a obras de arte omeyas, incluyendo algunos de los manuscritos del Mar Muerto hallados en Qumrán. El orgullo del museo son tres estatuas de Ain Ghazal, de las más antiguas del mundo, datadas hace 6.500 años y con una sorprendente y moderna belleza.

Solo a media hora en coche al norte de Amman se halla la ciudad grecorromana de Jerash (Gerasa en los tiempos antiguos), que ha estado habitada ininterrumpidamente desde hace más de 6.500 años. El lugar está reconocido actualmente como una de las ciudades romanas mejor conservadas del mundo, con pavimentos y calles adornadas con cientos de columnas, templos elevados, espectaculares teatros, espaciosas plazas públicas, mercados, baños y manantiales. Dentro de la muralla urbana se puede admirar el Templo de Zeus y el Foro, con forma oval. Detrás del templo está el Teatro del Sur, construido en el siglo I, que tuvo capacidad para unos cinco mil espectadores, y más al norte se levanta la calle de las columnas de 600 metros de longitud. El edificio de mayores dimensiones es el templo de Artemisa, en el centro.

El viaje hacia el sur de Amman a lo largo de la Carretera del Rey de 5.000 años de antigüedad es uno de los más memorables periplos en Tierra Santa, que recorre un rosario de lugares antiguos. La primera ciudad que se encuentra en el camino es Madaba, mencionada en la Biblia y conocida como “la ciudad de los mosaicos”. La principal atracción en la ciudad es un maravilloso mapa mosaico bizantino procedente del siglo VI que representa Jerusalén y Tierra Santa. Está formado por dos millones de piezas y muestra con pulcra minuciosidad el Nilo, el mar Muerto y Jerusalén, incluida la iglesia del Santo Sepulcro.

A diez minutos hacia el oeste desde Madaba se encuentra el lugar más venerado de Jordania, junto al río Jordán: el monte Nebo, el monumento a Moisés y donde presuntamente murió a la edad de 120 años y fue enterrado el profeta. Desde una plataforma situada delante de la iglesia se puede disfrutar de una espectacular vista sobre el valle del Jordán y el Mar Muerto. Esta es la misma que Dios mostró a Moisés, con el fondo de la Tierra Prometida, pero a la que jamás pudo llegar.

Sin duda el punto central de una visita a Jordania es Petra. Pero como ocurre, por ejemplo, con las óperas, a veces la obertura impresiona más que la trama central. Así ocurre en cierto modo en Petra. Tras la entrada principal, y después de sortear o aceptar a los chavales que ofrecen hacer el recorrido en burro, caballo o calesa, el visitante llega al comienzo del impresionante “Siq”, que al principio parece un corto paso entre rocas y pronto se descubre como una inmensa grieta en la piedra de arenisca que se abre a lo largo de un kilómetro y medio entre profundos acantilados que en ocasiones ofrecen 200 metros de altura por solo cuatro de ancho.

En este “Siq” no importa tanto descubrir el magistral canal que dirigía el curso del agua, o los restos de calzada de la época de los romanos o incluso algunas figuras en relieve que reflejan las múltiples caravanas de camellos que hasta aquí llegaban. Lo realmente impresionante es sentirse envuelto por la magnitud de las rocas, por los reflejos del sol, por la escasa vegetación que pugna por hacerse un hueco entre las piedras. Todos saben que al final del camino está la joya que tantas veces han visto en fotos y películas, pero no hay que tener prisa por llegar. Incluso si al final del largo pasillo no hubiera nada, ya habría compensado el viaje.

Pero, claro, al final del camino está Petra y, como primera imagen de lo que luego espera, nada menos que la fachada impresionante de El Tesoro. Unos metros antes, las parejas se cogen de la mano emocionadas, los grupos guardan silencio, los pasos se aminoran hasta conseguir que, como un telón que estuviera descorriéndose, los dos abismos de piedra vayan aumentando el hueco y dejen paso al escenario.

Por mucho que se haya visto, que se haya imaginado, que se haya soñado, la primera visión de la fachada terrosa y rosada de El Tesoro con sus relieves carcomidos por el tiempo, la lluvia y el viento, sus columnas corintias, sus hornacinas que contienen esbozos de figuras, sus capiteles… todo ello ganado pacientemente a la piedra por manos nabateas deja un poso de asombro difícil de superar. Un buen conocedor de estas tierras, Lawrence de Arabia, lo expresó sabiamente: «Nunca sabrás qué es Petra realmente, a menos que la conozcas en persona».

Porque en Petra, en la inmensa ciudad que es Petra, con sus más de 500 tumbas que decoran las paredes rojizas del valle, lo que priman son las emociones más que el asombro arquitectónico o el misterio de su origen. Si esto es una ciudad, ¿dónde están las viviendas? La luz escoge caprichosa su tonalidad, siempre en la gama de los rosas, decorada con vetas amarillas, blancas, verdes, naranjas y grises. En el recorrido por la ciudad, que algunos hacen a caballo, en calesa, en burro o en camello, salen al paso la Tumba de la Seda, que destaca precisamente por el color de su fachada, así como la Tumba Corintia, que se distingue por la bella combinación de sus elementos clásicos y nabateos.

Pero la mejor forma de recorrer Petra es caminando lentamente, con un buen repuesto de agua y un sombrero que proteja del implacable sol. Hay que reservar las fuerzas, porque en el tramo final espera la caminata de una hora hasta el colosal Monasterio —de formas parecidas al Tesoro, pero mucho mayor—, una tortuosa ruta excavada en la roca, con más de 800 peldaños. Desde allí se domina el magnífico paisaje de riscos y quebradas y se vislumbra el impresionante desierto rocoso que rodea a Petra.

Tras las emociones de distinto tipo que despiertan los restos de imponentes culturas, se hace necesario buscar el relajo de la naturaleza que aquí se presenta sobre todo en forma de desiertos. Y nada como la sensación que produce el paisaje desértico más imponente del mundo: Wadi Rum. Este inagotable desierto es un paraíso para los amantes de la naturaleza. Aquí, los montañeros más atrevidos desafían sus montañas y los amantes de los paseos disfrutan de la paz y la tranquilidad de sus maravillosas vistas, las paredes de roca y los interminables espacios abiertos.

Las montañas de colores cambiantes con la luz del día emergen de forma vertical de la llanura arenosa. Lawrence de Arabia pasó buena parte de su tiempo aquí, y muchas de las escenas de la película de David Lean se filmaron en esta zona. Wadi Rum es un paisaje de extrañas formaciones rocosas ascendentes y descendentes, conocidas como jabals. No hay que perderse la experiencia de contemplar una puesta de sol mientras se disfruta un té recién preparado, alojarse en un campamento beduino, saborear un cordero cocinado en la arena y fumar una aromática pipa de agua bajo millones de estrellas.

De la arena al agua, del desierto al mar. Le llaman Rojo, pero bien podría haberse bautizado como verde, rosa, amarillo, azul, naranja… tantos colores como la naturaleza ha derramado en estas aguas en forma de corales, plantas y peces. La puerta de entrada jordana al Mar Rojo, que comparte con media docena de países, es Aqaba, la única ciudad portuaria de Jordania y seguramente la más animada y frecuentada por los amantes de los deportes. Sus aguas cristalinas, la abundante vida marina y el agradable clima la convierten en un destino ideal para el snorkel, el buceo y los deportes acuáticos durante todo el año.

Se acerca el final del recorrido por estas tierras en las que la religión, la cultura, la naturaleza y los humanos parecen haber conseguido una simbiosis contagiosa. En el camino hacia el Mar Muerto se cruzan lugares donde debieron estar Sodoma y Gomorra, las aguas en las que Cristo fue bautizado, el castillo en el que Salomé se encaprichó de la cabeza de Juan el Bautista, la cueva en la que Lot se refugió tras ver convertida a su mujer en estatua de sal…

Cuando se atraviesan los lujosos hoteles y balnearios en la orilla del Mar Muerto, con las impresiones bíblicas en la cabeza, y se penetra en sus densas aguas, uno podría creerse el mismísimo Jesús y estar caminando sobre las aguas. Caminar, caminar, no, pero flotar como si no existiese la gravedad, leer el periódico o tomar una copa sin hacer el menor esfuerzo por flotar es uno de los milagros que están al alcance de la mano.