María del Carmen Cespedosa Sánchez
Hay, como mínimo, dos Cuencas distintas que hay que conocer. La de arriba, la antigua, la monumental… la casi inhabitada, y la de abajo, moderna, animada, festiva. Pero el conjunto de las dos propone una ciudad que sorprende al viajero y que le invita a descubrir sus tesoros, algunos de ellos escondidos.
Presidiendo la Plaza Mayor, donde también se encuentra el Ayuntamiento sobre unos arcos que marcan la entrada, se encuentra la Catedral de Nuestra Señora de Gracia, de estilo gótico con claras influencias francesas, aunque el exterior ha perdido su carácter gótico debido a las innovaciones introducidas durante el Renacimiento. Es la primera catedral gótica de Castilla. La fachada, relativamente pobre, es del 1910 de estilo neogótico y recuerda vagamente la de Notre Dame de París, aunque sin torres. Tal vez por eso, cuando se contempla el interior y se descubren sus joyas, sorprende más. El altar mayor es de Ventura Rodríguez y además posee unas magníficas rejas del siglo XV; las puertas de las salas capitulares son obra de Berruguete. Merecen la pena las vidrieras, de estilo moderno y con dibujos abstractos que forman un juego de luces y sombras, creando espacios y sensaciones irrepetibles a cada momento del día y la noche. En una de las capillas hay dos cuadros de gran belleza del pintor Fernando Yáñez, discípulo directo de Leonardo Da Vinci. Tras pasear por la austera intimidad del claustro y disfrutar de las maravillosas vistas en el Patio de la Limosna, se podrá ascender a parte del triforio y descubrir desde las alturas la increíble profundidad del templo, así como divisar la panorámica exterior desde la fachada. Vale la pena acercarse al Museo Tesoro en la parte de atrás de la catedral donde descubrir todo un legado artístico y religioso de gran valor: El Greco, Martín Gómez el Viejo, tapices y alfombras, orfebrería… El artista Gustavo Torner llevó a cabo la organización, decoración y disposición de las piezas con un diseño que hoy sigue siendo plenamente actual y de vanguardia.
A poca distancia y de camino a la zona más alta de la ciudad, está el Arco de Bezudo que lleva este nombre y es de lo poco que queda de lo que fue la inexpugnable fortaleza cristiana, además de algunos fragmentos de lienzo de la muralla junto a la entrada, un torreón y dos magníficos cubos cuadrados. El Arco de Bezudo data en el siglo XVI, tenía un escudo con toisón, que se encuentra en la fachada del actual Archivo Histórico Provincial (antiguo edificio de la Inquisición) y era una de las antiguas puertas de la ciudad de Cuenca, que separaban los espacios intramuros y extramuros. Es el punto más estrecho entre las dos hoces y desde ahí se defendía la entrada a la ciudad desde su parte más alta. Actualmente, se puede acceder mediante unas escaleras, a la parte alta del arco y disfrutar de unas fabulosas vistas. Y ya que se está aquí, vale la pena disfrutar de los muchos bares y restaurantes con terraza y espectaculares vistas.
Naturalmente la catedral no es el único edificio religioso de Cuenca. El turismo religioso va ligado a la esencia de Cuenca, cuna de la catedral gótica más francesa de España, citada por Galdós como “misterio de silencio y oscuridad”. Es el primer templo gótico de Castilla, como ya se ha mencionado. La lista de enclaves de visita obligada continúa con la Iglesia de Santiago y San Pedro, en la Plaza del Trabuco, en la parte de alta de la ciudad, que en el siglo XVI ya era una rica urbe castellana que sedujo a destacados maestros flamencos, italianos y franceses. La Iglesia del Salvador, en el barrio del mismo nombre y donde da comienzo la famosa procesión de Las Turbas, guarda bellas imágenes de la Semana Santa y es una excelente muestra de barroco, aunque su origen es medieval.
Continuamos descubriendo el siglo XVIII conquense adentrándonos en el espectacular Oratorio de San Felipe Neri, proyectado para acoger a los miembros de esa institución religiosa, con un interior que recuerda a San Juan de Letrán (Roma) con la que está hermanado. Y si el viajero piensa que ya lo ha visto todo, saldrá de su error cuando cruce el umbral de la Iglesia de la Virgen de la Luz, perfecto ejemplo de estilo rococó religioso. El Monasterio de la Concepción Franciscana, catalogado como Monumento Artístico Nacional, y el Palacio Episcopal, que alberga el Museo Tesoro de la Catedral, también forman parte de este apasionante recorrido que combina arte, cultura, historia y devoción.
Vinculada a lo religioso está la Semana Santa, declarada de Interés Turístico Internacional, que impresiona por su gran belleza. Se remonta esta tradición al siglo XVII, momento en que agustinos y trinitarios configuraron las dos primeras procesiones conquenses al fundar las primeras cofradías. También la Semana de Música Religiosa de Cuenca que constituye desde su año de creación, en 1962, una de las citas musicales más importantes en Semana Santa. Desde entonces, el festival conquense se ha convertido en uno de los referentes europeos de la interpretación de música religiosa y espiritual y ha sido el escenario del estreno de nuevas creaciones, así como la recuperación de repertorio infrecuente, intentando abarcar diferentes estéticas, géneros y formaciones musicales.
Un museo suspendido en el aire
Sin duda el icono más conocido de Cuenca son sus célebres Casas Colgadas, y tal vez el personaje más reconocido sea Fernando Zóbel. Aunque nació en Manila y murió en Roma, es, sin duda, uno de los hijos más ilustres de Cuenca, incluso la estación del AVE lleva su nombre. En la década de los sesenta, buscando un lugar en España para albergar su colección de arte español contemporáneo, se enamora de las Casas Colgadas, por entonces bastante deterioradas y propiedad del ayuntamiento, y decidió instalar allí su colección privada y crear el Museo de Arte Abstracto Español, abierto en 1966 y hoy gestionado a través de la Fundación Juan March. En los interiores restaurados con mimo de dos de las Casas Colgadas esperan pinturas y esculturas de Gustavo Torner, Antonio Saura, Gerardo Rueda, Martín Chirino, Manolo Millares, Eduardo Chillida o Antoni Tàpies. Aunque solo unas pocas obras están expuestas, con mucho espacio blanco entre cada una, el museo cuenta con más de 1.500 obras que se engloban en pinturas, esculturas y obras gráficas estampadas.
Hay mucho más arte en Cuenca, además de la herencia de Zóbel, también Antonio Saura, que falleció en la ciudad en 1998 y tiene aquí su Fundación. Muy interesante y variada es la Colección Roberto Polo, que es una de las dos sedes del Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (la otra está en Toledo), y exposiciones temporales que organiza la Fundación Antonio Pérez en un antiguo Convento de Carmelitas Descalzas del siglo XVII.
Desde cualquiera de estos privilegiados miradores se descubre la belleza natural de las espectaculares hoces de los ríos Júcar y Huécar que abrazan a Cuenca e introducen la naturaleza más pura en pleno casco de la ciudad como un perfecto ejemplo de integración urbana en un medio natural singularmente atractivo. Las hoces –refugio de numerosas especies de aves– esculpen el paisaje conformando un patrimonio natural que invita a ser explorado, especialmente si se viaja con niños. A su paso por la ciudad de Cuenca, forman dos cañones con una anchura que supera los 1000 metros y un desnivel de más de 200 metros en varias zonas. Los escarpes y la erosión provocada por ambos cursos fluviales han esculpido un paisaje muy espectacular. En la hoz del río Huécar destaca el papel de las huertas (denominadas “hocinos”) que tradicionalmente constituían la base del abastecimiento de frutas y verduras a la ciudad.
Para mejor disfrutarlas, existe un sendero registrado, el SL CU10, muy cómodo de seguir, que forma un itinerario circular que combina espacio urbano y medio natural alrededor del espectacular casco histórico de la ciudad de Cuenca. Este recorrido rodea por completo el casco histórico, alternando calles de la zona urbana con sendas y caminos tradicionales. Se camina siguiendo los ríos Júcar y Huécar desde su confluencia en las inmediaciones del Barrio de San Antón en la parte baja, hasta el Barrio del Castillo en la zona más elevada.
Los paisajes y la riqueza natural que envuelven Cuenca fueron un factor clave para su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y es que más allá del casco histórico, el entorno de Cuenca y los espacios verdes de la parte moderna de la ciudad, ofrecen multitud de posibilidades para disfrutar de sus maravillas naturales y culturales.
Un buen lugar para apreciar las hoces y el perfil de la ciudad es el Puente San Pablo, que quizás no sea el más fotografiado de Cuenca, pero sin duda es desde el que más fotografías se hacen. Es el lugar perfecto para observar las Casas Colgadas (no Colgantes, a los conquenses les irrita ese calificativo), la hoz del Huécar y antiguo Convento de San Pablo, hoy Parador de Turismo, en un envidiable emplazamiento mirando hacia las mágicas Casas Colgadas. Resultan encantadores el claustro acristalado y la antigua capilla, hoy convertida en acogedora cafetería, la piscina y la panorámica de la ciudad que se divisa desde algunas de las habitaciones. Tiene un magnífico restaurante, Especia, que dirige Miguel Ángel Martínez.
El puente fue inicialmente edificado en piedra a mediados del siglo XVI, estaba formado por cinco arcos apoyados en pilares, de los que aún quedan en pie algunos restos. El deterioro provocó su demolición a finales del XIX. El actual puente es de hierro. Empezaron sus obras en 1902 y se terminaron un año después. Es un ejemplo significativo de la arquitectura del hierro tipo Eiffel propia de la época. Tiene una altura de 40 metros y una longitud de 110 metros.
La ciudad encantada
Complemento imprescindible de la visita a la ciudad de Cuenca es un paseo por la denominada Ciudad Encantada, un espacio natural a sólo 28 kilómetros, situado en la Serranía de Cuenca, que se caracteriza por sus curiosas formaciones rocosas esculpidas durante siglos por la acción del agua, el viento y el hielo. Todo ello ha conseguido modelar en la piedra figuras que parecen humanas, objetos, animales… que despiertan la imaginación del visitante. El itinerario para recorrer la Ciudad Encantada está señalizado y muchas de las formaciones rocosas poseen carteles con los nombres de las figuras que semejan. El visitante encontrará de inmediato el parecido: los Barcos, el Perro, el Mar de Piedra, Puente Romano, la Foca, los Osos, el Tobogán, los Amantes de Teruel, los Hongos, el Convento, la Tortuga…
El motivo que explica la existencia de estas formas tan caprichosas es la diferente dureza y composición de las rocas. En la parte superior se encuentran las calizas magnesíferas de un color gris y más resistentes a la erosión que las situadas debajo, de una tonalidad rojiza. La parte inferior se desgasta más rápidamente que la superior, dando lugar a cubiertas y cornisas.
El entorno de la Ciudad Encantada también resulta mágico. La vegetación está formada por quejigos, sabinas, enebros, boj, zarzamoras… Los rebaños de ovejas y ocasionalmente algún ciervo, pastan por los alrededores y se puede sentir un aroma de romero y tomillo.
En el camino hacia la Ciudad Encantada, y en plena Serranía, a poco más de 25 kilómetros de la ciudad, a las afueras del pueblo de Villalba de la Sierra, en un rellano que acoge un pequeño kiosco de bebidas y cerámicas, hay que hacer un alto para asomarse al Ventano del Diablo, un mirador natural con dos agujeros excavados en la roca junto al cual serpentea el río Júcar, limpio, transparente y bellísimo que se pierde en la inmensidad del abismo, allá donde acaba la frondosa pinada y que invita a sentir el viento en la cara y el vértigo en el estómago. Pero las vistas son espectaculares. Desde la explanada o en el mirador es fácil ver el elegante vuelo y aterrizaje de los buitres leonados que habitan por docenas en los roquedos colindantes.
Cuenta la leyenda que este lugar recibe su nombre porque era donde el demonio realizaba sus sesiones de brujería y empujaba al abismo a quienes se asomaran por las ventanas al vacío. La especial orografía de la zona es perfecta para diversas excursiones de aventura como barranquismo acuático, o atreverse con la famosa vía ferrata del Ventano del Diablo, que te permite ver los cortados del Júcar de una forma única. Un espectacular itinerario en plena naturaleza, en el que se va avanzando mediante peldaños, clavijas, rampas, pasamanos, grapas y cables que permiten vivir esta aventura de forma segura, evitando cualquier tipo de riesgo.