A unos 60 kilómetros de la ciudad de Kuching, hacia el sur y en plena selva, hay una pequeña aldea llamada Kampung, poblada por los aborígenes bidayuh, una rama de los antaño terribles cazadores de cabezas dayak. Los bidayuh conforman aproximadamente un 8% de la población del estado de Sarawak. Viven en pequeños poblados de la selva, casi siempre a orillas de ríos como el Sarawak y el Sadong. Los primeros europeos que entraron en contacto con ellos les llamaron «dayak terrestres», nombre que aún conservan en la actualidad. Los bidayuh están a su vez divididos en varios grupos entre los que se encuentran los jayoi, biatah, bukar-sadong, selaku dan lara, etc. Una de las peculiaridades de este pueblo es el ingenioso sistema utilizado para su propio suministro de agua desde el cercano río. Construyen una pequeña presa en el río a corta distancia de su vivienda principal –longhouse– y el agua llega a través de conductos tubulares de gruesas cañas de bambú. Los bidayuh sostienen que el agua consumida por este procedimiento es mucho más saludable. Afirman que muchos de sus ancianos alcanzan una elevada edad debido a que nunca comen arroz hervido en un recipiente de metal y a que beben el agua purificada por los tubos de bambú.
Habiendo leído en un pequeño periódico local que el jefe y curandero de la tribu, Paka Anak Otor, se dedicaba a recolectar objetos de cerámica y huesos ancestrales que aparecían alrededor del territorio ocupado por su tribu, decido emprender la expedición llevada más por mi interés hacia la persona de Paka, sus gentes y sus paisajes, que por los objetos coleccionables. La búsqueda de medio de locomoción es ardua, pues, aunque aparentemente los kilómetros no son muchos, los senderos de la selva son inextricables y nadie se atreve a adentrarse. Se teme al camino difícil, a los monzones que producen inesperadas y grandes lluvias es esa época y al desconocimiento del lugar. Finalmente encuentro a un conductor que, por ser de la misma etnia que Paka, conoce la ruta. Realmente la selva es impresionante: es fuente de riqueza con su madera, frutos, plantaciones de azucar de caña y de pimienta en algunos claros, producción de cacao y de caucho, etc; pero los peligros que ofrece van paralelos a la riqueza de su fauna. El tigre es el orgullo del lugar, siendo el animal nacional. Se encuentra a menudo panteras y leopardos. El elefante es el animal mas grande que usan los indígenas para su provecho, mientras que el seladang es el mayor de los bóvidos salvajes del mundo. Conscientes de la gran importancia de la preservación de la vida salvaje, las gentes de sarawak protegen algunas especies como el tapir, dos especies de rinocerontes, el orangután y el pelanduk (pequeño mamífero típico de esta zona). Abundan también el ungka (gibón de manos blancas), el wak-wak (gibón ágil), monos, ardillas, gamos, jabalíes, cocodrilos, serpientes y 550 especies de pájaros entre los que se encuentra el cálao o pájaro negro (protegido pájaro nacional de puntiagudo y largo pico coronado por un vistoso apéndice rojo). Además, hay golondrinas, cuco, chotacabras, pavos reales, faisanes, mariposas multicolores y multitud de pájaros cantores.
El camino hacia el poblado se hace largo y penoso debido al mal estado de las pistas de tierra y al maltrecho estado del antiguo coche que me conduce hasta allí. Hay que atravesar puentes y carriles hechos con troncos, y trozos inundados por las torrenciales lluvias del día anterior. Durante el camino puedo ver multitud de monos y orangutanes, así como otros animales que se internan raudos en la espesura al paso del inoportuno vehículo que altera su vida cotidiana. La llegada, por fin, al poblado es todo un acontecimiento para sus habitantes, que acuden entre curiosos y medrosos. El jefe Paka se acerca cordial y se ofrece encantado a enseñarme el poblado que está levantado como a medio metro del suelo y construido enteramente con cañas de bambú. El templo se llama panggah y en su interior se conservan los cráneos secos de las cabezas de enemigos (costumbres de otros tiempos) y de monos recientemente cazados. Me explica el jefe Paka que cada cuatro años celebran el gawai mukah, una fiesta para apartar a su pueblo de las enfermedades y para atraer a los buenos espíritus con el fin de que los habitantes de la aldea tengan bienestar. Los habitantes de este poblado conservan vivas sus tradiciones y siguen sus propias leyes o «adat». Paka, orgulloso de sus costumbres, 66 años, pequeño y enjuto, de noble porte y mejor trato, explica con convicción y reverencia: «Creemos en un dios –Tapak– que hizo el mundo y todas las cosas. El te da la comida y todo lo demás. Tú no le puedes ver. Solo le puedes sentir en tu corazón.»
Modo de vida
Los habitantes del poblado tienen un espíritu muy acentuado de colaboración y ayuda mutua. Este sentimiento se evidencia en las grandes ocasiones, como por ejemplo los funerales, donde todo el pueblo participa en las exequias y todos lloran juntos acompañando con sus oraciones y danzas ceremoniales a la familia del difunto. La ley bidayuh (adat bidayuh) manda no robar y respetar la propiedad del vecino. Durante la estación de la recogida del durian (fruta típica de sabor indefinido y de horrible olor) todos elevan sus oraciones para tener una buena cosecha.
Los antiguos habitantes de este poblado dayak vivían en una cueva conocida como kibuo, situada cerca del nacimiento del riachuelo Pang,tributario del río Bunuk. La cueva está a unos 20 minutos caminando desde el actual poblado. El jefe legendario era Karang (doce generaciones anteriores) a quien sucedió su hijo Pasi. Cuando Pasi murió su hijo llegó al trono ceremonial y la línea sucesoria continuó hasta el padre de Paka –Otok-, que murió en 1978 a los 85 años de edad. Siendo Sujan jefe de la tribu llegó por allí el rajá blanco Charles Brooke y persuadió a los habitantes del poblado para que abandonaran las cuevas y buscaran un asentamiento más accesible y seguro, construyendo en el lugar actual su longhouse (largas viviendas típicas de la zona). El rajá envió a Mr. Cunninghan para que designara un jefe de tribu —tua kampung– que gobernase a los lugareños y un jefe espiritual –tua gawai– que dirigiese las ceremonias y el «adat». Según Paka, sus ancestros de las cavernas no tenían utensilios como los parang, que fueron traídos por los chinos que llegaron al poblado más tarde. Paka no conoce el origen de su pueblo. Solo sabe que se asentaron en esta zona hace tiempo, que algunos emigraron hacia Indonesia y China, y que regresaron casados y se trajeron gentes de esas razas.
Antes de que se conocieran los modernos textiles como el algodón, los dayaks de bidayuh se vestían con cortezas de árboles. El árbol principal para la elaboración de sus trajes es el temaran, al que los bidayuh llaman «beryu», árbol malayo de enormes hojas que ahora se utiliza en la construcción de chozas y vallas protectoras.
La vida actual en el poblado transcurre plácida y serena. En el cercano río unos niños que juguetean con el agua huyen ante mi presencia, mientras sus madres -que lavan la ropa- me sonríen tímidamente. Las actividades principales siguen siendo la plantación de arroz y caña de azucar, la recolección, la pesca -a la que se aplican con trampas hechas de bambú-, la caza y la construcción de utensilios de barro y de madera -algunos de los cuales llevan a vender a Kuching en tiempos de feria-.
El ciclo agrícola comienza en julio o agosto. Los bidayuh informan a los espíritus de la selva que les van a perturbar y, para que les disculpen, les ofrecen presentes. Comienzan a derribar árboles, a hacer claros y a preparar la tierra para la cosecha. Los trabajos se reparten entre hombres, mujeres y niños, y todos cumplen con su misión respetando los ciclos de la cosecha y los tiempos prohibidos para la caza y la pesca. Cuando las plantas comienzan a dar su fruto, las mujeres se aplican al desbroce de las malas hierbas, que no son arrancadas de cuajo para no perjudicar las raíces, sino que se cortan con instrumentos adecuados. Noviembre y diciembre traen el grueso de las lluvias. De febrero en adelante comienza a florecer la cosecha, que atrae a bandadas de pájaros combatidas principalmente por niños y ancianos, instalando artilugios en los campos para hacer ruido y espantar a tan inoportunos visitantes. El tiempo de la cosecha es de gran fiesta y de mucho trabajo para toda la comunidad, que se aplica a la recolección utilizando grandes envases hechos de cañas de bambú.
Mitos y leyendas
Entre las muchas historias que cuentan los ancianos del lugar destaca la del valiente Datuk Merpati, leyenda favorita también de otras tribus y pueblos de los alrededores y muy ligada al mítico monte Santubong -cercano a Kuching-. Este monte tiene la figura de una enorme hembra- mujer u orangutana- tumbada y con el vientre hinchado como si estuviera enbarazada. El nombre Santubong es una mala derivación del inglés «son to be born» (hijo que va a nacer). Datuk Merpati, del cual dicen descender muchos de los aristócratas malayos, que tampoco omiten en su árbol genealógico algún dorado dragón y algún sultán, llegó hace muchos años a Sarawak y se instaló a las faldas del monte. Venía con su esposa Permaisuri, hija del rajá de Johore, y con su hija Dayang Bulan, de la que cuentan que era bella como una luna llena. Un día Datuk Merpati tuvo que marchar río Sarawak arriba para comerciar. En su trayecto se topó con fantasmas que le vendieron arena en lugar de arroz, domesticó ranas a las que enseñó a plantar padi, permaneció largo tiempo con los indígenas bidayuh -varios pueblos bidayuh se disputan este honor- que le acogieron amistosamente y le elevaron al más alto rango. Vivió allí varios años y tuvo un hijo al que dejó en el poblado bidayuh para orgullo de la casta descendiente. Antes de abandonar el poblado Datuk Merpati dejó bien estructurada una organización político-social y repartió cargos entre los jefes para que administraran correctamente la justicia y los principios que les había inculcado. Cuando Datuk regresó a Santubong su esposa e hija habían sido raptadas por el temible pirata tuerto Rajah Pigor. Jurando venganza, se lanzó desesperadamente a la búsqueda de su familia. Mientras tanto, su valiente esposa, poseída de una fuerza extraordinaria y ayudada por los buenos espíritus, logró acabar con la vida de su captor clavándole un puntiagudo alfiler en el corazón. Los demás piratas, impresionados por el valor de la dama y temerosos de sus poderes, depositaron a ella y a su hija, sanas y salvas, en Brunei. Datuk Merpati supo del destino de su familia gracias a las confidencias de un dragón dorado, y con la ayuda de un gran pájaro volador llegó hasta ellas. Dayang Bulan se casó con un príncipe de Johore y fundaron la dinastía de Brunei. Datuk Merpati y su esposa regresaron a las faldas del monte Santubong donde vivieron felices.
Estas y otras historias son contadas por los ancianos del lugar en las húmedas noches tropicales, cuando la torrencial lluvia monzónica cae sin piedad sobre las frágiles techumbres de bambú. Historias de míticos ancestros, historias de amores, historias de guerras…… historias de la jungla.
Para estas gentes sencillas, la selva no es su enemiga sino su aliada. De ella toman todo lo que su riqueza ofrece.Se protegen de la ferocidad de los animales salvajes que abundan en la zona, aunque se lamentan de la disminución alarmante de muchas especies, como el jabalí silvestre,el «beruang» (oso de miel), «pelandok» (gran roedor), oso hormiguero, etc. El respeto que estas gentes sienten hacia la naturaleza es total ya que se sienten parte de esta. Paka resume con sencillez el concepto espiritual-religioso de su gente expresando su temor reverencial a los espíritus de la selva con los que siempre hay que contar, para lo bueno y para lo malo. Me despido del jefe Paka y de su pueblo, no sin antes aceptar sus últimas muestras de hospitalidad en forma de ponche de caña de azúcar, bebida de fuerte sabor que consiguen fermentando el jugo de la caña de azúcar. También fabrican con especial habilidad un vino de arroz, que rechazo gentilmente arriesgándome a ser considerada poco agradecida.Esta visita, me dice Paka, será motivo de conversación y de comentarios en el poblado durante mucho tiempo.Mis preguntas y curiosidades les ha colmado de orgullo. A lo largo de la jornada me han ido explicando con paciencia y precisión toda una filosofía de la vida sencilla y práctica.En su mundo tranquilo no existen las curvas ni los recovecos mentales. Las cosas son como son, y nadie pretende cambiarlas.Gozan con las alegrías y se duelen con las penas.
El sol inicia lentamente su retirada del escenario tras las copas de los inmensos árboles que nos circundan, ofreciendo, merced a sus rayos, una profusión inaudita de tonalidades que abarcan desde el verde más encendido hasta el opaco, según las filtraciones van atravesando diversas capas de hojas. Algunos rayos perdidos, que no encuentran oposición en el follaje, hallan acomodo en las aguas serenas del río, que acogen, agradecidas, su calor, reflejando un extraño juego de luces y sombras.
Me alejo de Kampung sintiéndome más enriquecida que cuando entré. He preguntado y he aprendido. De camino a Kuching rodeada por la inmensidad del tesoro verde, mis reflexiones se centran en el mundo que dejo atrás. ¿ Acaso la civilización occidental nos hace más libres o más felices?. Quizá el modo de vida de estos pueblos nativos sea algo obsoleto en nuestra civilización, pero cuando ellos se extingan se habrá ido para siempre gran parte de la esencia del ser humano: su capacidad para reaccionar instintivamente ante el medio ambiente y fundirse con él para mutuo beneficio.
Kuching en Borneo, la selva, los bidayuh, y tantos otros pueblos que la habitan… cuando desde la llamada civilización recapacito sobre todo ello me parece increíble que aún existan lugares en el mundo que puedan despertar los sentidos a la aventura. Cuando Salgari describía el medio en que se desarrollaban las aventuras de Sandokán, estaba, sin duda, describiendo esta tierra de leyenda. Cuando King Kong surgía de la selva con toda su inmensidad a la búsqueda de alimento, estaba, sin duda, en cualquiera de estos lugares de las selvas de Borneo. Cuando los piratas que surcaban el mar de la China se escondían en la espesura para ocultar su botín, lo hacían, sin duda, en estas selvas de Borneo, inmenso recipiente de riquezas forestales, faunísticas y humanas que conforman un curioso triángulo donde los espíritus de la jungla obligan a mantener un pacto de honor para que no se rompa el equilibrio ecológico. La flora, la fauna y la condición humana deben respetarse para sobrevivir. Todo está entrelazado y se respeta la cadena de dependencias. A veces se rompe el equilibrio y sobrevienen las catástrofes, entonces se impone la ley del más fuerte, pero, sobre todo, con su justicia de hierro, se impone la implacable ley de la jungla.