Omán: Donde el silencio tiene raíces

No recuerdo el momento exacto en que supe que tenía que ir a Omán. No fue una postal, ni una recomendación, ni siquiera un mapa. Fue una intuición, como si alguien desde el fondo del tiempo me hubiera dicho: «Ven. Aquí todavía queda algo intacto».

Y fui. Y descubrí un país que no necesita gritar para hacerse notar. Un país de arenas que susurran, de montañas que vigilan, de mares que no duermen. Un país que respira como los viejos: con pausa, con memoria, con dignidad.

Los orígenes perdidos en la arena del tiempo

La historia de Omán se remonta a más de 5.000 años, cuando las primeras civilizaciones descubrieron que estas tierras guardaban tesoros únicos: el incienso de Dhofar, el cobre de las montañas de Hajar y puertos naturales que conectaban África con Asia. Los sumerios ya comerciaban con lo que entonces llamaban «Magan», la tierra del cobre.

Pero Omán no es solo una historia antigua escrita en piedra. Es memoria viva que camina por las calles de Nizwa, que navega en los dhows de Sur, que perfuma el aire de Salalah con el aroma del incienso que una vez fue más valioso que el oro.

El imperio que navegó hacia el mundo

Durante siglos, Omán fue mucho más que un sultanato en la península arábiga. Fue un imperio marítimo que extendió sus velas desde Zanzíbar hasta Gwadar, desde las costas de África Oriental hasta los puertos de la India. Los navegantes omaníes no solo comerciaban: llevaban consigo su cultura, su religión ibadí, su forma única de ver el mundo.

El Sultán Said bin Sultan (1804-1856) convirtió a Stone Town, en Zanzíbar, en una segunda capital desde donde se controlaba el comercio del Océano Índico. Las rutas de las especias, los esclavos, el marfil y el incienso pasaban por manos omaníes. Era un imperio construido sobre la navegación, la diplomacia y una comprensión profunda de que el mar une más de lo que separa.

La era moderna: el despertar de un gigante dormido

El siglo XX encontró a Omán sumido en el aislamiento. Bajo el Sultán Said bin Taimur, el país vivió cerrado al mundo exterior, sin carreteras asfaltadas, sin hospitales modernos, sin escuelas para todos. Era como si el tiempo se hubiera detenido en el desierto.

Todo cambió en 1970 con el golpe palaciego que llevó al poder al Sultán Qaboos bin Said. En una sola generación, Omán pasó de la Edad Media al siglo XXI. Se construyeron carreteras, hospitales, universidades. Se estableció una monarquía ilustrada que respetaba las tradiciones mientras abrazaba la modernidad.

Qaboos gobernó durante 50 años hasta su muerte en 2020, cuando le sucedió su primo Haitham bin Tariq. Bajo su liderazgo, Omán se ha consolidado como un oasis de estabilidad en una región turbulenta.

Los omaníes: guardianes de la hospitalidad

Los habitantes de Omán son aproximadamente 5,1 millones de personas, de los cuales cerca del 60% son ciudadanos omaníes y el resto expatriados, principalmente de India, Pakistán, Bangladesh y Filipinas. Pero los números no capturan la esencia de este pueblo.

Los omaníes han sido moldeados por siglos de comercio, navegación y vida en uno de los entornos más desafiantes del planeta. Son beduinos que aprendieron a leer las estrellas, comerciantes que dominaron los mares, montañeses que convirtieron piedras en jardines colgantes.

La hospitalidad omaní no es un ritual turístico: es un código de honor. Un extraño que llega a una casa omaní será recibido con qahwa (café árabe), dátiles y la certeza de que está protegido. Esta tradición, llamada «karam», ha sobrevivido intacta a la modernización.

El mosaico de las tribus

Omán es una federación de tribus que han aprendido a convivir bajo el paraguas del sultanato. Los Al Bu Said gobiernan desde el siglo XVIII, pero su autoridad se basa tanto en el consenso tribal como en el poder político.

En las montañas viven los jebalis, maestros en el cultivo de terrazas y la destilación de agua de rosas. En las costas, los baharnas mantienen viva la tradición naval. En el desierto, los beduinos siguen las rutas de sus antepasados con camellos que conocen cada duna.

La religión como forma de vida

El 75% de los omaníes practican el islam ibadí, una rama moderada que se distingue por su tolerancia y pragmatismo. A diferencia de otras corrientes islámicas, el ibadismo omaní ha desarrollado una cultura de convivencia con otras religiones y denominaciones.

En Omán conviven mezquitas ibadíes con templos hindúes, iglesias cristianas y centros de culto sikh. Esta diversidad religiosa no es accidental: es el resultado de siglos de comercio internacional y una filosofía política que valora la estabilidad por encima del sectarismo.

El petróleo: bendición y desafío

Omán descubrió petróleo en 1964 y comenzó a exportarlo en 1967. Sin embargo, a diferencia de sus vecinos del Golfo, nunca tuvo reservas masivas. Produce alrededor de 1 millón de barriles diarios, lo que lo convierte en un actor menor en los mercados globales pero le proporciona los ingresos suficientes para financiar su desarrollo.

Esta «maldición relativa» del petróleo se ha convertido en una bendición. Omán nunca pudo permitirse el lujo de depender completamente de los hidrocarburos y desde temprano comenzó a diversificar su economía.

La diversificación como supervivencia

La «Visión 2040» de Omán busca reducir la dependencia del petróleo del 60% actual al 20% en 2040. Las apuestas son claras: turismo sostenible, logística marítima, minería, pesca, agricultura y energías renovables.

El puerto de Duqm se está convirtiendo en un hub logístico regional que conecta Asia con África. El turismo crece a un ritmo controlado, priorizando la calidad sobre la cantidad. La minería de cobre, una actividad ancestral, se moderniza con tecnología de punta.

El comercio que nunca se detuvo

En los mercados oficiales se venden dátiles, perfumes, pescado. En el otro, el que no figura en los folletos, se cargan electrodomésticos, neumáticos, motores, sacos de arroz. Los dhows cruzan la noche hacia Irán, navegando entre sanciones y necesidad.

Este comercio transfronterizo no es delincuencia: es supervivencia. Es la continuación de rutas comerciales que existían mucho antes de las fronteras modernas. Omán se mueve entre la discreción diplomática y las corrientes subterráneas del intercambio, con elegancia, con inteligencia, con los pies en la arena y los ojos en el horizonte.

Los desafíos del mañana

Omán enfrenta desafíos significativos: una población joven que demanda empleos, la necesidad de reducir la dependencia del petróleo, la presión de mantener el equilibrio entre tradición y modernidad.

El desempleo juvenil ronda el 15%, lo que ha llevado al gobierno a implementar políticas de «omanización» que priorizan la contratación de ciudadanos locales. Al mismo tiempo, se invierte masivamente en educación técnica y universitaria para preparar a la nueva generación.

El tiempo aquí va descalzo

La capital, Mascate, no tiene vértigo. Tiene ritmo de oración, de café humeante, de zoco que se abre con el sol. El Palacio Al Alam, azul y dorado, asoma con una calma de siglos. La Gran Mezquita del Sultán Qaboos no impone: abraza. Y el puerto de Mutrah huele a mar y a madera húmeda.

En Nizwa, los hombres aún regatean por cabras al amanecer. En las montañas de Jebel Akhdar, las terrazas cultivan rosas y granadas que nacen entre piedras. En los wadis, los niños se lanzan al agua mientras los mayores descansan bajo las palmeras, sin prisa por llegar a ningún sitio.

Y en el desierto de Wahiba Sands, cuando cae la noche, no hay más luz que la de las estrellas ni más verdad que el crujido de la arena bajo los pies.

Comer en Omán es sentarse con el otro

Nunca comí solo en Omán. Aunque llegara solo, alguien se sentaba. Un conductor, un tendero, un cocinero, un desconocido. Siempre había una taza de qahwa, un puñado de dátiles, una bandeja de arroz.

El shuwa, cordero cocido bajo tierra durante dos días, me supo a tierra y a celebración. El maqbous, arroz con pescado y especias, a mar lento y cocina de madre. El halwa omaní fue como un secreto dulce guardado en la lengua.

Pero más que el sabor, fue el gesto. El modo en que te ofrecen lo mejor sin querer nada a cambio. La forma en que la comida se convierte en una conversación silenciosa.

El lujo del silencio

Omán no necesita ruido. Ha elegido no tenerlo. Aquí el futuro no pisa fuerte: se desliza. No hay ciudades diseñadas para impresionar, sino pueblos que resisten al olvido. No hay turismo de masas, sino viajeros que llegan con respeto. No hay poses, sino presencia.

Es un país que sabe que el verdadero lujo es la sombra de una acacia al mediodía, la brisa que baja de la montaña, el aroma de incienso en una casa abierta.

Es un país que enseña sin enseñar, que ofrece sin imponerse, que respira con la memoria de quienes lo han amado desde siempre.

Omán es hospitalario, pero también exige preparación. No para impresionarlo, sino para entenderlo. Para entrar sin perturbar. Para estar.

Visado

Omán permite tramitar un visado electrónico (eVisa) en pocos minutos desde su web oficial: evisa.rop.gov.om. Ciudadanos de la UE, Reino Unido, EE.UU. y otros países pueden entrar por 10 o 30 días. También existen exenciones breves si tienes hotel reservado y billete de salida.

Moneda

El rial omaní (OMR) es fuerte y estable. 1 OMR equivale a unos 2,40 euros o 2,60 dólares. Es recomendable llevar algo de efectivo fuera de la capital.

Seguridad

Omán es uno de los países más seguros del mundo árabe. La cortesía es ley, el respeto es norma, y la policía casi no se ve. Basta con ser discreto, educado y vestir con sobriedad.

Cómo moverse

Alquilar coche (idealmente un 4×4) es la mejor opción. Las carreteras están en excelente estado, incluso en el interior. Se conduce por la derecha y conviene llevar permiso internacional.

Cultura y códigos

Siempre usar la mano derecha para dar y recibir. No hacer fotos a personas sin permiso. Aceptar el café es aceptar la bienvenida.

Clima

De octubre a abril, el clima es perfecto: seco y templado. De mayo a septiembre, el calor puede ser extremo, salvo en Salalah, donde el monzón khareef transforma el paisaje en un jardín.

Omán, antes de que el mundo lo encuentre

Quizás llegue el día en que los cruceros lo colapsen, en que los centros comerciales lo tapen, en que los anuncios lo conviertan en escenario. Pero no hoy. Aún no.

Hoy Omán es un país que escucha. Que no ha olvidado lo que fue. Que se permite ser, sin disfrazarse. Un sultanato que ha aprendido que la verdadera riqueza no está en el petróleo que se agota, sino en la sabiduría que se acumula, en la hospitalidad que se hereda, en el silencio que se cultiva.

Y por eso, es uno de los lugares más verdaderos que he pisado.