Thor Heyerdahl: el hombre que navegó hacia el pasado

Algunos hombres cruzan océanos para conquistar tierras. Thor Heyerdahl los cruzaba para reunir orillas que la historia había separado. Noruego de nacimiento, universal de espíritu, fue uno de esos pocos capaces de mirar las estrellas y ver en ellas rutas antiguas, olvidadas, posibles. Su vida no fue una carrera académica, sino una travesía intelectual y física que desdibujó fronteras, mapas, certezas. Y aunque nació en Larvik, en 1914, muchos de sus días más importantes sucedieron muy lejos de Noruega…

En 1937, Heyerdahl se refugió durante un año en la isla de Fatu Hiva, en la Polinesia Francesa. Quería alejarse del mundo moderno y vivir en armonía con la naturaleza. Lo que encontró fue algo distinto: una idea que no lo dejaría en paz jamás.

Entre los mitos de los isleños y el murmullo constante del océano, intuyó una posibilidad que desafiaba las teorías dominantes: ¿Y si los primeros pobladores de la Polinesia no vinieron solo desde Asia, sino también desde Sudamérica, cruzando el océano en embarcaciones primitivas, guiados por las corrientes y el sol?

Era una herejía para la antropología académica. Pero Heyerdahl no era académico. Era marinero de las preguntas.

“Lo que la lógica no puede probar, a veces lo demuestra una vela.”

Kon-Tiki: el viaje que cambió el relato

Así nació la Kon-Tiki, no como una embarcación, sino como una intuición urgente. En 1947, Heyerdahl reunió a cinco hombres —científicos, marinos, soñadores— y construyó una balsa con troncos de balsa, cáñamo y maderas atadas a la manera de los antiguos pueblos andinos. Sin motor. Sin timón. Sin más tecnología que la sabiduría del viento.

El 28 de abril de 1947, zarparon desde Callao, Perú, con rumbo a lo imposible.

Durante 101 días, se enfrentaron a tormentas, olas negras como muros, tiburones que rodeaban la embarcación como guardianes antiguos, y días inmóviles bajo un sol que ardía como una duda sin respuesta. La balsa crujía. Las sogas se tensaban como nervios humanos. Pero nunca se rompieron.

Y entonces, el 7 de agosto, cuando el mundo ya dudaba, cuando los mapas parecían burlarse, la Kon-Tiki tocó tierra en el atolón Raroia, en las Islas Tuamotu.

La teoría no se demostró por completo, pero el viaje demostró que era posible. Que los antiguos, con madera, coraje y orientación solar, podían haber hecho lo que nosotros creíamos impensable.

“El progreso nace cuando alguien no sabe que lo que intenta es imposible.”

Heyerdahl escribió el libro Kon-Tiki, traducido a más de 70 idiomas, y filmó un documental que obtuvo el Oscar en 1951. Pero más allá de premios o ventas, el Kon-Tiki se convirtió en un símbolo de una nueva forma de pensar el pasado: no como ruina, sino como travesía.

Fred. Olsen: el ancla generosa

Ninguna gran travesía se hace sin aliados. En su camino, Heyerdahl encontró a un cómplice silencioso y determinante: Fred. Olsen, empresario naviero noruego, visionario del mar y protector de las causas imposibles. Fue él quien respaldó las expediciones posteriores y, sobre todo, quien lo trajo a Canarias.

En Tenerife, entre volcanes y vientos alisios, Heyerdahl halló su último hogar. Y también su último misterio.

Ra, Tigris y los mares como puentes

Tras el éxito del Kon-Tiki, Heyerdahl no se detuvo. Quiso demostrar que el Atlántico también había sido navegado en la Antigüedad. En 1969, construyó una embarcación de papiro egipcio: la Ra. El primer intento fracasó. El segundo, Ra II, zarpó desde Marruecos y llegó al Caribe. El mensaje era claro: los contactos entre continentes no eran imposibles, sino ignorados.

Luego vino la Tigris, hecha de juncos mesopotámicos, con la que unió el golfo Pérsico, el mar Arábigo y el océano Índico. De nuevo, el agua como vía de comunicación entre culturas ancestrales.

“El mar une a los pueblos más de lo que los separa.”

Tenerife y las Pirámides de Güímar

En sus últimos años, Heyerdahl se instaló en la isla de Tenerife, donde los barrancos de lava y la calma atlántica ofrecieron reposo a su alma inquieta. Allí, en el pueblo de Güímar, descubrió unas estructuras escalonadas, alineadas con los solsticios, que muchos consideraban meras terrazas agrícolas.

Él no.

Heyerdahl intuyó que aquellas pirámides compartían características con otras construcciones sagradas de Egipto, Perú y Centroamérica. Junto a Fred. Olsen, fundó el Parque Etnográfico Pirámides de Güímar, un espacio para el asombro, la investigación y el respeto a los legados olvidados.

“Donde otros ven piedras, yo veo mensajes.”

Un legado de sal y estrellas

Thor Heyerdahl murió en 2002, pero su legado sigue viajando. No dejó dogmas, sino dudas fértiles. No construyó imperios, sino puentes entre civilizaciones.

“Prefiero un error valiente que una certeza inmóvil.”

Quienes visitan Tenerife hoy pueden recorrer el parque que lleva su huella, ver réplicas de sus embarcaciones, explorar jardines botánicos con especies de los cinco continentes, y sentir —aunque sea por un instante— que la historia no está cerrada. Sigue navegando.