Ghana, a ritmo de tambor y corazón

La sorprendente naturaleza de este país, junto a sus ancestrales ritos y la espontánea hospitalidad de sus habitantes, convierten a este destino en una experiencia memorable


Cuando le comenté a un conocido que yo iba a viajar a África, su inmediata reacción fue: “Ah, de donde Mandela es Presidente… ¿no?” Enseguida le interpelé que mi destino concreto era Ghana, cuyo presidente era, a la sazón, John Evans Mills. Extrañado por mi matización, me interrogó de nuevo: “¿Entonces en África hay dos presidentes?” Este es un ejemplo real de hasta qué punto llega el desconocimiento de este gran continente, que es percibido por algunos como una nación. Ghana es un bello y exótico país del África Occidental comprendido entre Togo, al E., y Costa de Marfil al O., Burkina Faso al N. y el océano Atlántico al S. y cuya capital es Accra. ¡Y está en los mapas!

Supermercado al aire libre

La primera impresión que me llevé al pisar las calles de Accra, su capital, fue como encontrarme ante el mayor supermercado del mundo. Todas sus arterias se hallan atestadas de pequeños y humildes tenderetes en los que se vende de todo. Y cuando digo “todo”, quiero decir eso: TODO.  Desde los alimentos más primarios como pan, agua, refrescos, etcétera, hasta ataúdes tallados a mano con inverosímiles iconografías y diseños (en forma de avión o con insignias de un club de fútbol, esto es, según las aficiones favoritas del difunto),  pasando por todo tipo de utensilios, zapatillas, camas, juguetes o artesanía. Ghana es, ante todo, un gran supermercado de vendedores fijos y ambulantes. Estos  últimos, que parecen jugarse la vida al mezclarse entre el caótico tráfico acosando sin desaliento a conductores nativos y foráneos, forman parte inseparable del paisaje urbano. A los ghaneses les encanta decir a los extranjeros: ¡Akwaaba!(¡Bienvenidos!) Y muestran su afectuosidad en la forma de saludarse: chocan sus manos unos segundos, pero luego las retienen unidas y quietas bastante tiempo.

Por su gran extensión, la capital merece la pena recorrerla en bus para apreciarla globalmente. Luego, apearse en el centro urbano hasta Independence Square para explorar a pie su bullicioso ambiente, visitar el mercado artístico del Centro Cultural, y, por qué no, el de compras de Oxford Street. Y si de pasear se trata, los alrededores del Faro James Town son uno de los mejores lugares.

Las mujeres extranjeras que van solas son acosadas con frecuencia por hombres nativos que les proponen matrimonio y que acaban –dicen– de enamorarse ellas. (Al ghanés le fascina la mujer blanca) La profesora Helen Beecher lo confirma: “Todos quieren saber por qué estás allí y cómo mantenerse en contacto contigo”. Uno de los trucos femeninos para zafarse de ellos es asegurar con firmeza que estás casada, que tu marido está en el hotel, y para redondear la táctica defensiva mostrar alguna foto de un hombre. Si pareces segura de ti misma, se acaba la historia sin mayores problemas.

Castillo de Elmina y la tragedia de la esclavitud

Sin embargo, Ghana es mucho más que un colorista supermercado callejero. Desde que consiguió en 1957 su independencia de Inglaterra, es un país absolutamente amistoso que encanta al viajero por su historia, su cultura, su naturaleza virgen, su folclore, y sus ritos tribales, que combina con unas modernas instalaciones hoteleras y su pasión por el  fútbol, en cuyo deporte su selección nacional ha ganado cuatro veces la championsafricana. No en balde, niños y adolescentes se pasan el día correteando por la playa disputándose a gritos amistosos un balón de fútbol. Para quitarse el sudor del juego y el pegajoso calor de Ghana, se sumergen cada dos por tres en el mar. Los que destacan en balompié emigran a Europa. No hay casi ningún club importante que no haya tenido en sus filas a algún jugador ghanés. Otros adolescentes y adultos prefieren cribar la arena de la playa en busca de oro. Si te interesas por el resultado, afirman que “siempre encuentran algo”.

Una visita imperdible –ni el Presidente Obama se la perdió—es al Castillo de Elmina, en Cape Coast (Región Central). Uno de los lugares más históricos de Ghana, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Esta fortaleza fue construida por los portugueses en 1482 y jugó un papel determinante en el comercio transatlántico de esclavos. Contemplada desde el exterior, nada hace sospechar al visitante que tras esos muros se cometieron las mayores atrocidades en la época de la esclavitud. Entrar en sus oscuras e inhóspitas mazmorras donde encarcelaban a los esclavos, desnudos, sin apenas recibir alimento, y en las que pisaban sus propios vómitos y excrementos, es una experiencia escalofriante que con sólo imaginarla hace avergonzarte de pertenecer a la raza humana. Los mercaderes europeos (portugueses primero, y después holandeses e ingleses) establecidos en la costa fueron los que obligaron a miles y miles de nativos a trabajar como esclavos en las plantaciones del continente americano y las islas del Caribe. Con el tiempo, toda el África negra llegó a ser un inmenso territorio productor de esclavos.

Reino de Ashanti: regreso al pasado

La región de Ashanti es otra de las excursiones que ofrece mayor interés antropológico. En Kumasi, su capital, no hay que perderse su impresionante mercado. El más grande del continente, después del de Addis-Abeba. Son miles de puestos que configuran un policromado universo en los que se puede encontrar cualquier cosa inimaginable. Pero lo más atrapante en Kumasi son los Ashanti, uno de los más importantes grupos étnicos,  muy orgullosos de su cultura milenaria. Con su peculiar vestimenta, su propio lenguaje, sus tambores, su arte simbólico y sus ricas tradiciones, conforman un rico y pintoresco patrimonio. Un ejemplo son las festivas ceremonias de funerales. La muerte no se vive como un drama sino como una selectiva llamada de los dioses.  La región de Ashanti, como la de otras etnias, goza de un alto grado de independencia del Gobierno de Ghana. Se puede incluso visitar la residencia de Rey de Ashanti cuando preside la Asamblea Regional, y a la que se permite asistir a un número limitado de extranjeros. Por casualidad pude asistir a una de ellas y tuve que presentar mis respetos al rey. Ritos como éstos trasladan al viajero a épocas remotas sólo intuidas a través de la literatura y el cine, pero hoy aún tiene la oportunidad de revivirlos porque, ¿afortunadamente?, el turismo no es masivo en Ghana. A sus habitantes les resulta extraño que un extranjero se interese por su país. Hasta el punto de que es frecuente escuchar de ellos peticiones como “dame tu dirección”, como quien colecciona autógrafos.

Parques Nacionales

Otro de los principales atractivos del  país son sus Parques Naturales. El de Kakum está a hora y media de Accra y ofrece al visitante una espectacular panorámica que puede admirarse en parte a través de Canopy. En él habitan especies salvajes como leopardos, monos, jabalíes, etcétera. No siempre fáciles de sorprender de día, aunque se organizan excursiones nocturnas para asegurarse la observación. Pero en otros Parques, como los de Agumatsa, Digya, o Mole pueden contemplarse de cerca –entre lagos y hermosas cascadas– otras muchas especies como cocodrilos, antílopes, elefantes enanos o búfalos.  Para no perderse detalle  no hay que olvidarse de los prismáticos. Asimismo, en el sector de Kulmasa sorprende comprobar cómo los mitos y las creencias en torno a los cocodrilos perviven en el psiquismo de sus habitantes, quienes coexisten armoniosamente con estos voraces reptiles. Creen aquéllos que en “las charcas donde éstos habitan protegen las almas de sus deudos”. En este sentido, la mayoría de ghaneses son cristianos-animistas. Una de las maneras en las que les gusta demostrar su fe es llamando a sus negocios “Modas Jesús te ama”, “Restaurante Confía en el Señor” o “Peluquería La Sangre de Jesús” Amén.

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