Menkes, belleza imperial

Mequinez o Meknès junto a Marrakech, Fez, y Rabat es una de las cuatro ciudades imperiales de reino alauita. Situada el norte de Marruecos y ubicada al pie de las montañas del Atlas está dividida en dos por el río Boufekrane que la atraviesa separando la medina de la ciudad nueva.

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Quizás su clima mediterráneo y el poseer una de las mejores zonas agrícolas y productivas de Marruecos, hizo la tribu bereber “Meknassa”, (de ahí el nombre de Meknes), se asentara en esa zona en el siglo X. Meknes alcanzó su apogeo bajo el reinado del Mulay Ismail que sucedió a su hermano en el trono, pues este no pudo recuperarse de las graves heridas sufridas tras caerse de su caballo. El sultán se encontró con un país debilitado por las guerras internas.

La dinastía Alaouita no era originaria de Marruecos y a las tribus bereberes y beduinas no les gustó demasiado que un extranjero gobernara sus tierras, asi que, durante su reinado, el Mulay realizó una gran labor diplomática que se concretó en casarse con una princesa de cada tribu para crear alianzas llegando a tener más de 550 esposas, incluso tuvo una esposa irlandesa, Mrs. Shaw, más de 4000 concubinas y unos 888 hijos. Ismail tiene la curiosa marca mundial, según el “guinness world records“, de haber sido el hombre más fértil de la historia.

Se cuenta que incluso trato en varias ocasiones de contraer matrimonio con la hija de Luis XIV, Ana María de Borbón, y como el Rey no accedió compenso su negativa con múltiples regalos (una curiosa colección de objetos que se pueden admirar en la tumba del Moulay) y mandando ingenieros y militares franceses para que ayudaran al Mulay a llevar a cabo sus construcciones e instruir a su ejército.

A Ismail le apodaban “Safaq Adimaa” (sediento de sangre) apodo bien merecido pues no solo ordenaba que sus hijas fueran estranguladas nada más nacer sino que si al Sultán le desagradaba el comportamiento de alguno de sus hijos, ordenaba que fueran desmembrados. Pero su apodo y su fama también era fruto de su afición a ejecutar esclavos en cantidades ingentes, a veces incluso, con sus propias manos. “Mis súbditos son como ratas en una cesta, y si no la sacudo constantemente, acabarán royéndola” se dice que afirmó en cierta ocasión el Sultán.

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Formó su terrible “Guardia negra” compuesta por más de 100.000 esclavos sudaneses entrenados por oficiales franceses con la que combatió victoriosamente contra los turcos, recuperó Mamura –o La Mamora– de los españoles en 1681 y Tánger de los ingleses en 1684.

Lo primero que hizo el Maulay fue trasladar, en 1675, la capital desde Fez a Meknes (Tras su muerte la capital fue desplazada a Fez) y la rodeó con más de 40 km de murallas defensivas embelleciéndola con importantes monumentos: grandes puertas, jardines preciosos (Meknes fue conocida como el «Versalles marroquí«), y multitud de mezquitas (también la llaman la «Ciudad de los cien alminares”).

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Comencé mi recorrido de la ciudad por la parte nueva de la misma donde, desde un mirador, puede contemplar la parte antigua con el rio a sus pies, y desde donde puedes admirar los enormes jardines del interior de la ciudad. Pero es en la medina donde los visitantes pueden recorrer las murallas, perderse en las coloristas y estrechas callejuelas y regatear en los zocos,…

Me quede admirada con las puertas de la ciudad: Bab Lakhmis, Bab Berdaïne y sobretodo Bab El Mansur que está considerada como una de las obras más bellas de Moulay Ismael además de ser la puerta más grande de Marruecos o incluso de todo el norte de África. Fue renovada en los años noventa realzándose el color verde oscuro característico de la ciudad imperial de Meknes que también encontramos en muchos otros monumentos.

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La Plaza del “El- Hédim” (plaza de las ruinas) es la principal de la ciudad. Situada entre la medina y la ciudad imperial en ella se concentra la vida de la ciudad, la gente a pasar un buen rato disfrutando de las multitud de atracciones mientras saborean un relajante te marroquí. Pero esta plaza tiene también una historia negra pues es la plaza de las ejecuciones del Mulay Ismail.

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De la plaza a los magníficos jardines árabes del palacio imperial, que nunca fue acabado, y que ahora son un campo de golf de 9 hoyos, pero que siguen conservando parte del trazado y la estructura arquitectónica del parque original. Como curiosidad el que se puede jugar al golf por la noche con luz artificial.

El espectacular Estanque de Agdal con sus 320 metros de largo, 215 de ancho y dos metros de profundidad fue construido por Ismail, unos dicen que para dar de beber a los 12.000 caballos que los establos aledaños podían albergar, otros que para irrigar los jardines de la ciudad y yo añado que, por su tamaño, ambas posibilidades pueden ser válidas y simultaneas. ¡Es grandioso!, como también los son los graneros de la ciudad que, cuando estaban a rebosar podían alimentar a la población de la ciudad durante un asedio de tres meses. Las caballerizas me impresionaron por belleza incluso a pesar de que en 1755, un brutal terremoto sacudió Meknès y las destruyó en parte. Los graneros estaba tan bien construidos con sus curvados techos que soportaron el mismo; pero las caballerizas no tenían ese sistema, eran techos lineales,  y se desplomaron, pero aun así, la belleza te embarga y no es de extrañar que en 1996, la Unesco designó a Meknes Patrimonio de la Humanidad.

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En el zoco, con sus clásicas tiendecillas, podemos encontrar multitud de artículos más baratos que en otras ciudades marroquíes más conocidas y algunos objetos peculiares como las mantelerías bordadas de las monjas católicas que aún existen en la ciudad, productos de hojalata (faroles, dagas), artesanía de mimbre considerada las mejores de Marruecos, textiles fabricados artesanalmente (caftanes, chilabas, babuchas), las alfombras hechas con la lana de Meknes, artesanía en madera combinado con metal formando todo tipo de muebles preciosos, o la cerámica esmaltada combinada con metal. Pero sobretodo, el famosísimo “Damasquinado” realizado con hilo de plata que solo es comparable al que se realiza en Toledo con hilo de oro. Sorprende la amabilidad de los dependientes que en ningún momento te hacen sentirte perseguida u obligada a comprar como en otras muchas ciudades, sino que son serviciales y respetuosos al máximo.

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Y es que la amabilidad es un síntoma de identidad de los marroquíes y, desde aquí, quiero agradecer a mis compañeros de Fijet Marruecos, muy especialmente a Najib Senhadji y a Mustafa Trai, su invitación a conocer esta ciudad de cuya historia y belleza he quedado prendada para siempre.