CENA CON DOS ESTRELLAS MICHELIN
Hay noches que trascienden el tiempo, que se graban en el alma con la intensidad de un “quejío” flamenco. Como antesala del I Congreso Europeo de Turismo y Gastronomía, celebrado en Madrid, tuvimos el inmenso privilegio de vivir una de esas experiencias que cambian la forma en que entendemos la emoción: una cena en el Corral de la Morería, consagrado como el Mejor Tablao Flamenco del Mundo y cuyo restaurante gastronómico, íntimo santuario para apenas ocho comensales, brilla con el prestigio de una Estrella Michelin.
Invitados por el maestro Rafael Ansón, organizador del Congreso y alma de las Academias de Gastronomía en Europa y America, vivimos una velada donde la alta gastronomía y el arte flamenco latieron al unísono, como el corazón y el compás de una soleá. El Corral de la Morería no es solo historia, ni solo duende: es el único tablao flamenco del mundo que ha logrado fusionar dos artes universales bajo el mismo techo, donde cada plato es un “cante” y cada nota es sabor puro.

Lo que hizo de esta velada algo verdaderamente excepcional no fue solo la excelencia de la cocina o la magia del flamenco, sino la calidez humana con la que fuimos recibidos. Juan Manuel del Rey, director general del Corral de la Morería e hijo de la propietaria Blanca del Rey, una de las mejores bailadoras de flamenco del mundo, nos atendió personalmente durante toda la noche con una generosidad y una pasión que convertían cada momento en algo único e irrepetible.
Plato tras plato, copa tras copa, Juan Manuel nos acompañó en este viaje sensorial, compartiendo no solo la historia de cada vino y el alma de cada receta, sino también las anécdotas, los secretos y la emoción que late detrás de este lugar legendario. Su presencia constante, su conocimiento profundo y su manera de hacer sentir a cada comensal como parte de la familia transformaron una cena excepcional en una experiencia íntima y profundamente personal.

En sus palabras y en sus gestos se percibía el orgullo de quien no solo dirige un negocio, sino que custodia un legado, que protege un templo del arte y la cultura, que entiende que el Corral de la Morería es mucho más que un tablao: es un pedazo vivo de la historia de España, un lugar donde cada noche se escribe un capítulo nuevo de emoción y belleza.
Bajo la batuta creativa del chef David García, la cena se transformó en una sinfonía culinaria que hablaba directamente al corazón. Este bilbaíno de pura cepa, forjado en la humildad del restaurante familiar Támesis y pulido en templos gastronómicos de la talla de El Bulli, Mugaritz y Nerua (donde conquistó su primera estrella Michelin), es discípulo de gigantes como Martín Berasategui. Pero García no cocina para impresionar: cocina para emocionar.
Su propuesta en el Corral de la Morería es un canto a la honestidad, un regreso a la esencia. Exalta la huerta ecológica, venera el producto natural en su estado más puro y construye cada plato sobre la arquitectura invisible de caldos, fondos y jugos que son pura alma de la tierra. Es cocina con raíces, con memoria, con verdad.
En sus propias palabras, García resume la filosofía que late en cada gesto de su cocina: “Unir el mejor tablao flamenco del mundo con la alta cocina es pura emoción. El flamenco es universal, y el Corral de la Morería es un lugar único. Si alguien quiere vivir la experiencia de la emoción más intensa —a través de la música, la danza y el sabor—, este es el sitio.”
Y tenía razón. Cada bocado fue un pellizco en el alma.
El menú fue mucho más que una sucesión de platos: fue un relato íntimo, una conversación silenciosa entre el chef y cada comensal, una declaración de amor a la cocina de verdad. Y cada capítulo de ese relato fue presentado por Juan Manuel del Rey con una pasión contagiosa que multiplicaba el placer de cada bocado.

La velada se abrió con una quisquilla de Motril, delicada y transparente como un suspiro, acompañada de agua de tomate que sabía a verano andaluz, queso Idiazabal que evocaba caseríos vascos y perlas de bogavante que estallaban en boca como pequeñas olas del Mediterráneo. Un inicio que era ya una promesa cumplida: elegancia sin artificio, textura y emoción.
Llegaron después los tallarines de calamar, sedosos y vibrantes, envueltos en un toque picante que despertaba los sentidos y bañados en un caldo de chipirón tan profundo, tan marino, que cerrando los ojos se podía escuchar el mar. Aquí estaba la técnica depurada de García, su dominio absoluto de los fondos, esos caldos que son la columna vertebral de una gran cocina.

La lubina salvaje con gilda fue un guiño cargado de significado: las raíces vascas del chef abrazando la tradición del pintxo más icónico, pero elevado a la categoría de alta cocina. Elegancia y memoria en cada bocado, fusión perfecta entre lo popular y lo sublime.

Y entonces llegó el momento más hondo de la noche: el puchero flamenco. Un plato de cuchara que era puro latido, pura identidad. No era solo comida: era hogar, era España, era la abuela y el abuelo, era el frío de invierno y el calor de la lumbre. En ese puchero estaba la esencia misma del Corral de la Morería, el alma del flamenco hecha caldo, hecha ternura, hecha recuerdo.
El cordero pre-salé con ragout de espinacas demostró el respeto reverencial de García hacia la materia prima de máxima calidad. La cocción era perfecta, casi milagrosa: tierna, jugosa, noble. Cada corte era una lección de técnica y paciencia.
Y como todo buen cante necesita su cierre, el Intxaursalsa llegó para envolver la noche en un abrazo dulce y reconfortante, un postre que era regreso a casa, a lo sencillo y verdadero.
Si el menú fue un poema, los vinos fueron su música. Y Juan Manuel del Rey fue el maestro de ceremonias perfecto, el narrador que convertía cada copa en una historia, cada sorbo en un viaje al corazón de Jerez. Su conocimiento enciclopédico de los vinos, transmitido con humildad y entusiasmo, nos permitió comprender que no estábamos simplemente bebiendo vino: estábamos bebiendo tiempo, historia, pasión de generaciones.
Comenzamos con la Viña Corrales y la Cigarrera Manzanilla Pasada, vinos que hablaban de mar y de sal, de brisas gaditanas y de tradición. Continuamos con el Equipo Navazos “bota 69” y Cuatro Palmas, joyas raras y excepcionales que solo unos pocos privilegiados pueden probar. Llegó el Fernando Castilla Palo Cortado Saca Especial Corral de la Morería, creado expresamente para este lugar mágico, acompañado del Decano Napoleón, un brandy que era pura elegancia líquida.
El recorrido nos llevó a la profundidad del Oloroso Maestro Sierra Anticuario y la rareza absoluta de La Inglesa Bota cero pipeta, para cerrar con los legendarios Toneles 25 & Osborne “Solera India”. Vinos con hasta doscientos años de antigüedad, testigos silenciosos de la historia, custodios del tiempo, memoria líquida de generaciones que dedicaron su vida a perfeccionar cada gota.
Cada copa fue un viaje, cada sorbo una lección de paciencia, de respeto, de amor por lo auténtico. Y cada explicación de Juan Manuel fue un regalo, un acto de generosidad que transformaba el conocimiento en emoción compartida.
Que esta velada haya sido el preludio del I Congreso Europeo de Turismo y Gastronomía no es casualidad: es una declaración de intenciones. Es la prueba viviente de que la gastronomía no es solo nutrición, sino cultura viva, emoción compartida, vehículo de identidad y excelencia.
El Corral de la Morería representa esa unión única, casi imposible, entre dos expresiones artísticas que son patrimonio de la humanidad: el flamenco, con su capacidad infinita para expresar lo inexpresable, y la alta cocina española, reconocida en el mundo entero por su creatividad, técnica y pasión.
Pero más allá de la excelencia técnica, lo que hace verdaderamente especial a este lugar es el corazón con el que se gesta cada detalle. La dedicación de Juan Manuel del Rey y su familia, custodios de este templo del arte y la gastronomía, transforma la excelencia en hospitalidad, la perfección en calidez humana.
Es esa capacidad de hacer sentir a cada visitante no como un cliente, sino como un invitado de honor en la casa familiar, lo que convierte al Corral de la Morería en algo único en el mundo.
Fue una noche para los sentidos, sí, pero sobre todo para el corazón. Una cena íntima para ocho personas que quedará grabada para siempre en la memoria de todos los presentes como una experiencia irrepetible, una de esas noches que nos recuerdan por qué vale la pena vivir, sentir, emocionarse.
Cada plato fue un compás, cada vino un cante jondo, cada explicación de Juan Manuel una lección de pasión y conocimiento, cada momento una celebración de lo mejor que puede ofrecer la cultura española: pasión desbordada, técnica impecable, tradición que respira, innovación que no olvida sus raíces, y sobre todo, una hospitalidad que nace del alma. Todo fundido en una misma emoción, en un mismo latido, en una misma verdad.
Porque al final, cuando se apagaron las luces y el último zapateado resonó en las paredes cargadas de historia del Corral de la Morería, todos supimos que habíamos vivido algo más grande que una cena: habíamos vivido el arte en su estado más puro, la vida en su forma más bella, la emoción en su expresión más honda, todo ello envuelto en la generosidad y el cariño de quienes hacen de este lugar no solo un negocio, sino una misión de vida.
Y eso, simplemente, no se olvida jamás.
