Una ciudad poco conocida que tiene mucho que ofrecer
Desde tiempos antiguos, Albacete se ha definido como cruce de caminos, como lugar de encuentro en las rutas entre Andalucía y Levante, entre la meseta y el litoral. También se describe como punto ideal de partida para descubrir las bellezas próximas: los castillos que salpican La Mancha; la naturaleza intacta de las sierras del Segura y de Alcaraz, el campo de Montiel o las lagunas de Ruidera; las huellas del pasado, como los vestigios neolíticos de Hellín, el mudéjar de Ayna, el gótico de Yeste o el renacimiento de Vandelvira.
Pero tantos caminos que la cruzan y tantos destinos que la señalan como origen, tal vez hacen olvidar que esta ciudad tiene mucho que ofrecer, que sus calles y parques merecen ser recorridos con calma y que, como los cazadores de tesoros en los mercadillos, hay que rebuscar para descubrir sus secretos. A eso se han dedicado millones de visitantes a través de los siglos, que se han visto seducidos por los ocultos encantos de esta ciudad.
Una feria tricentenaria
Buen ejemplo de ello es la indisimulada atracción que ejerce su Feria, que desde hace casi 300 años tiene lugar en septiembre, del 7 al 17, y que hace cuadruplicar la población de la urbe. Declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional desde 2008, la Feria reúne cada año lo mejor de la cultura, el toreo, la música y la fiesta en torno a decenas de actividades en las que participan más de 500.000 personas.
Actos culturales, deportivos, sociales. Desde degustaciones culinarias a presentaciones de libros, campeonatos de ajedrez y torneos internacionales de tenis, rutas de tapas típicas, conciertos de bandas musicales, folclore de todo el mundo, concentraciones de diverso tipo, jornadas culturales, tardes taurinas, teatros, batallas de flores, exposiciones, recitales poéticos, concursos, bailes, conciertos, verbenas, mercadillos, certámenes, exhibiciones… Y por si faltara algo, también un trasfondo religioso ya que no en vano la Virgen de los Llanos, patrona de Albacete desde hace más de 50 años, preside la Feria y es la protagonista de la Cabalgata de Apertura, uno de los actos más populares y emotivos, en el que se entremezclan pasos de moros, manchegas vestidas con el atuendo regional, las peñas acompañados por bandas musicales y carrozas con adornos festivos, y que concluye con una espectacular suelta de palomas.
Hay quienes hablan de la Feria de Albacete remontándose a sus orígenes, hace casi tres siglos, en tiempos de Felipe V, o incluso antes, en el siglo XV, cuando empezó la primera actividad comercial en la ciudad, entonces un villorrio. Otros prefieren referirse a ella, como la fiesta de los mojitos, el jamón, el queso y el buen vino manchego, como el lugar que nunca duerme y que ofrece excelentes atracciones musicales. La Feria de Albacete es para algunos, ante todo una feria taurina, de las mejores de España, donde es posible ver a los grandes diestros y toros de las mejores ganaderías; los más intelectuales valoran en cambio su atractiva propuesta cultural, con buenas exposiciones, conciertos, muestras de artesanía y mucho más.
Sería difícil decidir cuál de estos criterios es el más acertado. En realidad, lo mejor de la Feria de Albacete es que todo lo dicho es cierto, que en ella se dan cita la alegría y el espectáculo, la cultura y el deporte, la buena gastronomía y la marcha nocturna, la diversión asegurada para gentes de todas las edades.
Un Albacete secreto
Al contrario que otras ciudades construidas entre colinas o en lo alto de las montañas, Albacete es llana, y así la bautizaron sus antiguos pobladores los árabes: Al-Basit (El Llano) y por tanto poca dada a los vericuetos, a los rincones perdidos a los recodos en el camino. Albacete se muestra tal cual es a primera vista, lo que no quiere decir que no esconda tesoros, que no solicite una inspección minuciosa de sus encantos para descubrir su belleza interior.
Buen ejemplo de lo dicho es el Pasaje de Lodares. Apenas visible desde sus entradas por la calle Mayor o la del Tinte, cuando se penetra en él descubre su espectacular arquitectura renacentista, aunque creada a comienzos del siglo XX con clara influencia modernista, sus retorcidos balcones de forja, sus elaboradas cornisas, sus estatuas y, sobre todo, esa luz tamizada que proyecta su techo acristalado, en la mejor tradición de las galerías comerciales decimonónicas en Europa.
Mucho más evidente es la manera de destacar de la catedral de San Juan Bautista, una de las pocas construcciones que se eleva ligeramente sobre el plano y perfecto entramado urbanístico de la ciudad. Se trata de una obra de concepción gótica pero que mezcla diferentes estilos. Su prolongado periodo de construcción, a lo largo de cuatrocientos años, ha dado como resultado una capilla gótica, cuatro grandes columnas renacentistas, diferentes elementos barrocos y una portada neogótica. Para que no falte nada, en 1958 los muros se cubrieron con pinturas de dudoso gusto del padre Escrivá. En el lado del evangelio se halla la capilla de la Virgen de los Llanos, patrona de Albacete, con bóveda de crucería. Alberga esta capilla un retablo renacentista con seis tablas del llamado Maestro de Albacete, pintor relacionado con el círculo de Hernando Yáñez de la Almedina. El resto de capillas se cubren con bóvedas estrelladas góticas. Sobresale también la sacristía (siglo XVI) con decoración de grisallas. Entre las piezas artísticas de mayor valor se encuentra una tabla (siglo XVI) con el Juicio de las almas, una imagen barroca de la Virgen de la Estrella y una custodia (siglo XVI).
La arquitectura religiosa de Albacete también se muestra en el antiguo monasterio de la Encarnación (s. XVI), hoy centro cultural, que conserva un artesonado de casetones octogonales y el claustro (siglo XVI) de dos cuerpos con arcos. La iglesia de la Purísima Concepción (siglo XVI) conserva escasos restos de su primitiva fábrica. La portada, por ejemplo, pertenece al siglo XVIII. En el interior hay capillas laterales y bóveda de arista. En el presbiterio se alza un magnífico retablo (siglo XVIII) churrigueresco con columnas salomónicas y ático semicircular.
Arquitectura popular
El recorrido por el centro histórico de Albacete lleva también a la Posada del Rosario, actual Oficina de Turismo, biblioteca y centro de exposiciones, en la que se puede descubrir el resultado de la mezcla de estilos gótico, mudéjar y renacentista. Además, presenta bellos artesonados de madera, portada de arco de medio punto en piedra y patio de columnas. El conjunto es Monumento histórico-artístico Nacional, ya que constituye una buena muestra de este tipo de alojamiento, al más puro estilo castellano, que abundaba antaño por toda La Mancha. No muy lejos, en la calle Tejares, se encuentran otros ejemplos de viviendas típicas de Albacete, con la tradicional organización de estancias alrededor de un patio central. La Casa de los Picos y la Casona Perona cuentan con fachadas blasonadas, lo que da una idea de la alta alcurnia de sus primeros moradores.
El recorrido tranquilo por las calles de Albacete seguirá deparando sorpresas al viajero. El siglo XX, que aportó a la ciudad progreso y modernidad, también causó muchos males a su arquitectura, como ha ocurrido con tantas ciudades españolas. Sin embargo, de este periodo quedan obras destacables, como el palacio de la Diputación (siglo XIX), de estilo ecléctico; el edificio del Banco Español de Crédito (1922), la Caja de Valencia (1926), el colegio Notarial (1925), la plaza de toros (1917), la casa de las Flores (1916) y las casas de Cabot (1922). Buenos ejemplos todos ellos de los estilos historicista y postmodernista imperantes en la época. Una curiosa visita es la de los refugios antiaéreos empleados por la población durante la Guerra Civil, la penúltima original aportación a la ruta turística por Albacete.
Para solaz del cuerpo, nada como un tranquilo paseo a la sombra de los árboles del Parque de Abelardo Sánchez, el Paseo de la Cuba, los Jardinillos de la Feria, la Pulgosa o el Parque de la Fiesta del Árbol, donde con frecuencia se encuentran albaceteños jugando a las bochas, parecido a la petanca. Y para estimular el espíritu, vale la pena visitar el Museo Provincial de Albacete, con sus excepcionales colecciones de Arqueología, Bellas Artes y Etnología, y conocer el único Museo de la Cuchillería que muestra una de las industrias artesanas que más han caracterizado a esta ciudad.
Quienes deseen prolongar unos días más su estancia en Albacete, pueden utilizar esta ciudad como punto de partida para realizar excursiones a espacios naturales como los Montes de Chinchilla, el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera y la Sierra de Alcaraz, donde está el Nacimiento del Río Mundo. En la zona septentrional de la provincia se extiende el Valle del Júcar, allí se encuentran pueblos de fuerte sabor manchego entre robledales y campos de labor. Hacia el Este se encuentran los Campos de Montiel, mientras que hacia el Sureste, en el Campo de Hellín y Tobarra, se puede visitar uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Castilla La Mancha: el Tolmo de Minateda. Y como colofón, la riqueza monumental de localidades como Chinchilla y Almansa.
Manjares de la tierra
Ya sea en la capital o en las localidades próximas hay que disfrutar de la rica y variada cocina albaceteña. La gastronomía de la provincia de Albacete sorprende por su variedad. En ella se dan cita numerosas carnes, una buena oferta de pescados del Mediterráneo, hortalizas y verduras, y magníficas frutas, que hacen las delicias de todos los paladares.
La carne de caza puede prepararse de más de treinta formas distintas: a la cazadora, a la colirón, a lo duque, con col, en escabeche, etc. Hay una gran variedad de guisos para preparar liebre, perdiz, conejo… con los intensos y variados aromas del campo. El cordero segureño, que se produce en la confluencia de la provincia de Albacete con Murcia y Andalucía, es el más sabroso y el mejor de España; el cerdo y las aves de granja también están presentes, dentro de una cocina de platos fuertes, propios de un clima de interior, con inviernos muy fríos. El cordero asado, la paletilla de cabrito o los gazpachos manchegos, elaborados con caza, aportan las calorías necesarias para hacer frente a esos rigores invernales.
Además de los pescados mediterráneos muy bien valorados en Albacete, las frescas corrientes fluviales de la provincia aportan a su cocina muchos otros pescados: truchas, carpas, lucios y cangrejos, se dan cita en las mesas albaceteñas, llevando consigo todo el sabor y frescura de esta agua. El bacalao, en distintas preparaciones, completa la oferta pesquera.
Entre los platos típicos, destacan, por ejemplo, el ajo pringue o de ‘mataero’, muy consumido durante el ancestral rito de la matanza del cerdo, gachas, migas, atascaburras o mojes de tomate. El queso manchego, cortado en triángulos isósceles, se consume como tapa, pero también puede tomarse frito. El pastel de puerros muestra una parte de las delicias que puede ofrecer la huerta albaceteña, además de un buen pisto. Con setas y espárragos trigueros se elaboran recetas típicas y tentadoras, llenas de sabor de campo, y durante todo el año, los guisos de legumbres con matanza o bacalao.
La oferta repostera de Albacete también es muy variada, destacando los dulces elaborados en monasterios, como las tradicionales flores manchegas, los suspiros, los conocidos Miguelitos de la Roda, las natillas pestiñadas o los bollos de mosto. En la provincia pueden encontrarse las Denominaciones de Origen La Mancha, Almansa, y recientemente la otorgada a los vinos de pago Finca de Elez. Aparte de estos excelentes caldos, no hay que marcharse de la región sin haber probado la cuerva, bebida típica albaceteña, compuesta de agua, azúcar, limón y vino. Una experiencia única es probar el denominado Menú de las bodas de Camacho, recogido por Cervantes, y que algunos restaurantes locales ofrecen a los buenos comilones.