Hoy visitamos, por fin, la Fundación Calouste Gulbenkian en Lisboa. Lo hicimos en grupo, junto a cuatro miembros de FIJET Spain y de IFTAJ International, encabezados por nuestro presidente, Miguel Ángel González Suárez, y yo mismo, como secretario general de FIJET y orgulloso representante de la cultura armenia.


La Fundación que lleva su nombre no es sólo un museo. Es un verdadero universo cultural: salas de exposiciones permanentes y temporales, un museo de arte moderno, un auditorio, un anfiteatro, bibliotecas, jardines… Todo impregnado de una elegancia sobria, de una profunda vocación humanista.
Aunque ya conocía bien la historia de Gulbenkian y su legado (a través de libros, documentales, entrevistas y artículos), estar físicamente allí, recorriendo los pasillos, contemplando las obras maestras que reunió con tanta pasión y criterio, fue una emoción completamente distinta.
Vi con mis propios ojos los tesoros del arte europeo, armenio, islámico y oriental que conforman la colección, curada con un respeto impresionante hacia todas las culturas. Caminé por la arquitectura moderna del museo de arte contemporáneo, pensé en cómo esta institución portuguesa refleja un equilibrio perfecto entre la historia y la modernidad.
Como armenio, sentí un orgullo que va más allá de lo nacional. Porque la Fundación Gulbenkian no es un símbolo exclusivo de Armenia: es un legado para el mundo entero. Es un recordatorio silencioso de cómo el arte, la educación y la cultura pueden trascender guerras, fronteras y generaciones.
Hoy fue un día de celebración íntima, de gratitud y de reconocimiento. Me sentí feliz, profundamente contento, por estar allí por primera vez. Lisboa, una ciudad que ya me parecía hermosa, ahora me ha regalado un rincón eterno donde el alma armenia y la cultura universal dialogan sin palabras.